A pocos días de tener que dejar su banca, la diputada provincial bonaerense de Unión por la Patria, Lucía Lorena Klug, presentó un proyecto para aplicar un impuesto a los establecimientos con ganado bovino denominado “Tasa Ambiental sobre el Metano en Buenos Aires”.
Luego de que el sector productivo mostrase repudio ante tal iniciativa, el dirigente social Juan Grabois indicó en redes sociales que “en el país de las vacas, los pibes no toman leche, no se puede comer un asado, tenemos el nivel más bajo de consumo de carne en 110 años, mientras la oligarquía vende todo afuera, pero la contaminación queda acá. Queman humedales, fumigan escuelas, desmontan el bosque, desertifican la tierra, tiran efluentes al Riachuelo y, desde luego, no controlan las emisiones de gas metano de la actividad ganadera, particularmente de los feedlots”.
“Lucía Klug está señalando con bases científicas y un admirable respeto por la contraparte un problema que preocupa en todo el mundo civilizado. Es natural que la oligarquía, cuyos intereses se ven afectados por cualquier regulación socioambiental, se indigne y patalee. Sus fortunas dependen de que nadie los controle. Quieren toda para ellos, a cualquier costo. Siempre fue así y así será mientras exista la oligarquía”, manifestó.
“No será hoy, pero algún día la tierra maravillosa que Dios le dio a nuestra Patria va a ser para que todos los argentinos tengan un lugar donde vivir y la comida que necesitan”, aseguró Grabois.
En los primeros diez meses de 2025 –último dato oficial actualizado– la Argentina produjo 2,63 millones de toneladas res con hueso de carne vacuna y exportó 708.050 toneladas, lo que implica que apenas el 26,8% de la oferta generada se destinó al mercado externo. No se “vende todo afuera”; los argentinos seguimos siendo, por lejos, el principal cliente del sector ganadero.
En lo que respecta al consumo de proteínas cárnicas, la manera adecuada se medir la evolución del mismo es sumando todas las fuentes: bovina, porcina y aviar. En ese sentido, luego de un retroceso registrado en 2024, este año el consumo de esas tres proteínas por parte de los argentinos creció para superar los niveles registrados entre 2020 y 2022, aunque sigue por debajo del registro de 2023.
En cuanto a la cuestión del metano, el estándar establecido por el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) determina que una molécula de metano (CH4) es equivalente a 28 moléculas de dióxido de carbono (CO2).
Sin embargo, existe evidencia científica que indica que el metano generado por bovinos no puede ser considerado como un gas de efecto invernadero en términos equivalentes al dióxido de carbono porque forma parte de un ciclo natural y además es de corta duración, ya que permanece en la atmósfera durante aproximadamente diez a doce años antes de que se descomponga y se elimine.
En contraste, el dióxido de carbono de origen fósil permanece en la atmósfera durante siglos, lo que implica que las emisiones son acumulativas y contribuyen así a ser el principal impulsor del proceso de cambio climático antropogénico.
La cuestión es que las emisiones de metano generadas por la fermentación entérica de los bovinos se degradan para transformarse en dióxido de carbono, el cual es capturado –vía fotosíntesis– por las plantas para ser almacenado como celulosa y capturado por el suelo. Y ese carbono, al ser consumido por bovinos, luego es liberado a través de eructos en forma de metano para reiniciar nuevamente el proceso conocido como ciclo del carbono biogénico.
Si bien la evidencia científica muestra que el metano generado por bovinos no tiene el mismo impacto que el dióxido de carbono generado por fuentes fósiles, por una cuestión política –no científica– el IPCC, organismo dependiente de Naciones Unidas, considera que ambos elementos son equiparables.
Es curioso que Grabois en su diatriba haya mencionado a los humedales, que son la principal fuente de generación de gas metano en el planeta, seguido por los combustibles fósiles.
Menos al que Lucía Klug no estaba enterada sobre el tema, porque, en ese caso, es probable que hubiese también incluido en el proyecto a los humedades bonaerenses al momento de contemplar la obligación de abonar la “Tasa Ambiental sobre el Metano”.
La mejor manera de que todos los argentinos “tengan la comida que necesitan” no es imponiendo nuevos impuestos, sino quitándolos para promover una mayor oferta de alimentos. En el “mundo civilizado” eso se logra en gran medida a fuerza de subsidios estatales. Aquí basta con eliminar impuestos distorsivos y, por supuesto, evitar que se impongan otros.









