Este es el segundo año que, en su finca familiar, los Ardisone cosechan sandía amarilla. A simple vista, esa variedad igual a cualquier otra de las “baby” -las de pequeño tamaño, similar a un melón- que hay en el mercado, pero al cortarla lo que hay es una pulpa muy llamativa que, contrario a lo que indica su color, es mucho más dulce, crujiente y jugosa que la convencional.
Si han redoblado la apuesta desde que la probaron la campaña pasada es porque confían en que ahí hay un mercado cautivo por conquistar. Al menos en Santiago del Estero, que es donde producen y distribuyen gran parte de su mercadería, desde cebollas, zanahorias y zapallitos hasta los melones y sandías de cada verano.
“Yo pensada que la gente sólo la compraba por novedad, pero no es así”, explicó a Bichos de Campo Gabriel, que está a una tesis de ser oficialmente agrónomo y es quien lleva adelante toda la rama productiva de la empresa fundada por su padre, Francisco, hace ya 20 años.

Originalmente nacida como una distribuidora, Agroinsumos Ardisone SRL estuvo siempre del otro lado del mostrador, pues abastece a los productores frutihortícolas de Santiago del Estero. Pero las continuas crisis que atravesó el sector, y la necesidad de diversificarse, los impulsó a montar ellos mismos su propia producción en 2018.
Y quien se puso al frente del proyecto es el mayor de los cuatro hermanos, que con su cabeza joven, de apenas 27 años, ha demostrado tener ideas frescas para el negocio familiar. Entre ellas, la incorporación de sandías amarillas, una variedad que ya tiene historia en el país pero que no se produce en cantidad y que, de a poco, se abre paso en los mercados minoristas.
“Esta sandía chiquita tiene todo lo moderno: el crunch, un sabor diferente y se desarma en la boca. Encima, es diferente a la vista, entonces funciona muy bien”, explicó el productor a este medio, y aseguró que, contrario a lo que se cree, la variedad no es agria sino mucho más dulce. Por eso, más allá de lo “marketinero” que es el color, se impone en la góndola por el sabor.
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Tanto las sandías como los melones se cosechan desde fines de octubre hasta esta fecha, antes de que empiecen las primeras grandes olas de calor. Este año, los Ardisone dedicaron más de media hectárea -unos 5000 plantines- a la sandía amarilla y ni siquiera han terminado de cosechar pero ya saben que será vendida en su totalidad.
“Al principio, yo llevaba 100 sandías al puesto y vendía 50, era difícil colocarlas. Ahora la quieren todos y no alcanza, los verduleros se pelean y cada uno nos dice ´guardame todas para mí´”, aseguró el productor.
Que mencione al puesto que tienen en el mercado de la capital santiagueña, a pocos kilómetros de la localidad de Fernández, donde producen, no es menor. En efecto, Gabriel asegura que es en la venta por unidad donde este producto se torna rentable, y por eso es clave el contacto directo con los consumidores o con pequeños comerciantes. No hay forma de que esos valores -de entre 4000 y 5000 pesos por unidad- se comparen con los que obtienen cuando mandan algunas de sus cajas a Capital Federal, donde se paga la mitad por la mayor oferta disponible.
Si no fuera por ese circuito, probablemente no sería tan conveniente destinar esfuerzos y recursos a esa producción, pues Gabriel asegura que “económicamente, producir sandía es mucho menos rentable que el melón”, más allá que a nivel de manejo, mano de obra y tiempos se asemejan mucho.
“Es casi la misma planta, tanto a nivel fisiológico como en el comportamiento frente a las plagas, por eso el manejo agronómico es muy similar, con algunas diferencias en cuanto a fertilización y riego”, agregó el productor.
Pero lo que genera disparidades en la rentabilidad, de “casi el doble”, al menos en su caso, no es el mayor requisito de calcio y potasio que tiene la sandía, sino, fundamentalmente, los precios de mercado, fruto de la demanda. Y eso afecta aún más a las variedades “extrañas”, pues, a nivel general, lo que prefieren los verduleros son las sandías más grandes, que pueden dividirse en tajadas y venderse por separado.
“A menos que la venda por unidad, y en determinados circuitos, el que hace sandía lo hace porque ayuda a hacer volumen, es un artículo más que manda cuando vende melón”, explicó Gabriel.
La primera genética de esta fruta fue traída de Taiwán por productores jujeños hace unos 6 años. Desde entonces, su crecimiento productivo ha sido marginal, a pesar de que sí proliferó mucho la variedad roja convencional de las “baby”, que hasta se suele importar desde Brasil.
Por eso es que, si tiene que mirar a futuro, el joven productor confía en que fue una buena idea abocarse a esa extrañeza y hasta planea expandir aún más su superficie hasta, al menos, una hectárea para la campaña siguiente.
Cabe destacar que, por cada hectárea cultivada de sandías “baby” -sean amarillas o rojas- se obtienen unas 2500 cajas de 6 unidades, es decir, un total de 15.000 sandías por cosecha. En el caso del melón, la finca familiar produce unas 30.000 cajas al año.
“Nosotros estamos bien porque producimos con goteo, sacamos el doble de rendimiento, tenemos contacto con los mercados y vendemos mucho más directo. Es hacia donde va y lo que exige el mercado frutihortícola”, sintetizó Gabriel.





