La última campaña tabacalera dejó uno de los mayores volúmenes de producción de los últimos años en Misiones. Con condiciones climáticas favorables y un ciclo agronómico que acompañó, el acopio rozó los 37 millones de kilos, un número que, en términos estrictamente productivos, permite hablar de un año excepcional. Sin embargo, lejos de traducirse en alivio para todos, una parte importante de los pequeños productores atraviesa hoy una situación crítica.
El buen desempeño productivo estuvo explicado por varios factores: un clima que jugó a favor, rindes sólidos por hectárea y el vuelco al mercado interno de parte del tabaco que en campañas anteriores salía hacia Brasil de manera informal. A eso se sumó una política de compra que priorizó volumen por sobre calidad, con un precio promedio similar, e incluso apenas superior, al de la campaña anterior.
Pero detrás de esos números generales aparece el otro costado del negocio: los costos productivos siguieron subiendo con fuerza, mientras que muchos productores cobraron valores que, en términos reales, ya no alcanzan para sostener la actividad. Mano de obra, insumos, fletes, energía y mantenimiento de las chacras erosionaron los márgenes, especialmente en las explotaciones más chicas, donde no hay escala para amortiguar las subas.
A ese escenario estructural se le sumó un problema aún más grave: retrasos extremos en los pagos por parte de algunas empresas compradoras. En San Pedro, por ejemplo, un grupo de alrededor de 70 familias productoras denuncia que todavía no cobró el tabaco entregado hace más de siete meses. Según los datos que circulan entre los propios colonos, la deuda acumulada rondaría los 100.000 kilos de tabaco, equivalentes a unos 240 millones de pesos a valores actuales.
Hay productores que entregaron desde 500 kilos hasta más de 5.000 kilos y no percibieron aún un solo peso. Mientras tanto, esas familias siguen afrontando gastos básicos, compromisos de la chacra, escolaridad de los hijos y la vida cotidiana, sin el principal ingreso que debería sostenerlas durante el año. En muchos casos, incluso quienes lograron vender parte de su producción señalan que el dinero apenas alcanza para cubrir lo indispensable, sin margen para inversiones ni reposición de maquinaria.
Mientras el sistema muestra un gran volumen global, en la base productiva aparecen señales claras de agotamiento. El productor chico depende casi exclusivamente del cobro del tabaco para sostener su economía anual, y cuando ese pago se demora o se licúa por inflación y costos, la actividad se vuelve directamente inviable.
Al mismo tiempo, el último censo marcó un aumento en la cantidad de productores inscriptos, que pasaron de menos de 10.000 a alrededor de 12.000, lo que anticipa que habrá nuevamente una fuerte apuesta al cultivo en la próxima campaña. Eso, si no viene acompañado de una mejora real en el precio o en las condiciones de comercialización, podría derivar en sobreoferta y presión a la baja sobre los valores futuros.
En el caso del tabaco, además, está la cuestión de los beneficios que otorga ser tabacalero: Muchos colonos dejan al menos unas 3 o 4 hectáreas de tabaco para gozar de los beneficios de la famosa “caja verde”, que brinda seguridad social a los sembradores. También, la actividad conforma la principal caja de dinero que posee Misiones, que es el Fondo Especial del Tabaco.
De cara a la campaña 2025/2026, el gran interrogante es el precio. Con costos que no dejan de subir, un mercado internacional cada vez más exigente y una producción que podría volver a ser elevada, todo indica que la rentabilidad seguirá bajo presión, especialmente para los pequeños colonos.
A eso se le suma la incertidumbre climática. Los pronósticos hablan de una posible fase “Niña” débil, con lluvias mal distribuidas: eventos intensos seguidos de períodos largos sin agua, un patrón especialmente riesgoso para el tabaco. Si el clima deja de jugar a favor, los costos crecerán aún más por problemas de rinde y sanidad.
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Así, el tabaco atraviesa hoy una paradoja productiva, ya que viene de uno de sus mejores años en volumen, pero con cientos de familias productoras complicadas por pagos atrasados, márgenes cada vez más chicos y una rentabilidad que ya no alcanza para asegurar la continuidad. El cultivo sigue siendo un pilar económico en muchas zonas, pero la base que lo sostiene muestra señales claras de desgaste.




