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Se cumplen 40 años de la inundación de Epecuén y todos los políticos deberían visitar las ruinas para entender qué sucede cuando se buscan culpables en lugar de soluciones

Ezequiel Tambornini por Ezequiel Tambornini
10 noviembre, 2025

Este lunes 10 de noviembre se cumple el cuarenta aniversario de una tragedia que borró del mapa argentino a un pueblo entero. Lo que alguna vez fue un destino turístico, hoy también lo es, pero además representa una escuela formidable en la cual los argentinos podemos aprender lecciones que, aparentemente, no terminamos de incorporar.

El 10 de noviembre de 1985 la defensa de Villa Epecuén, una localidad turística de unos 1500 habitantes que recibía todos los años decenas de miles de visitantes atraídos por las aguas termales, cedió por una serie de eventos que, con la gestión adecuada, se podrían haber evitado.

Villa Epecuén, fundada en 1921 por Arturo Vatteone, se creó durante una fase climática seca. Jamás se tendría que haber incorporado en una zona inundable, pero el atractivo de montar el pueblo rodeando un lago con aguas termales resultó irresistible.

Ya en 1884, Florentino Ameghino, en su obra “Las secas y las inundaciones en la Provincia de Buenos Aires”, había advertido que la región pampeana requería una gestión integral de los excesos hídricos, los cuales –proponía el científico con los medios técnicos disponibles esa época– debían orientarse hacia reservorios designados para evitar inundaciones en vastas regiones productivas.

Primera gran lección. La ciencia no es un pasatiempo para gente con mucho tiempo libre, sino una herramienta esencial para poder comprender el entorno y evitar tomar decisiones que propicien una lucha –siempre desigual– contra la naturaleza.

Con la consolidación de la fase seca, el agua se fue retirando de la laguna de Epecuén y la gente de la zona comenzó a pedir de manera sistemática la realización de obras que permitiesen asegurar un determinado caudal, de manera tal de mantener el interés turístico.

Así en 1975 el gobierno bonaerense puso en marcha la construcción de un canal, denominado Ameghino, lo que representa una suerte de chiste malo, ya que el visionario científico argentino jamás habría aprobado una obra de tales características.

Cuando se produjo el golpe militar de marzo de 1976, la obra se abandonó y quedó entonces un vehículo enorme de agua proveniente de la cuenca exorreica del Vallimanca hacia la cuenca endorreica conformada por las lagunas Alsina, del Monte, del Venado y Epecuén.

Lamentablemente, en el segundo tramo de la década del ’70 comenzó a instalarse una fase húmeda, que comenzó a propiciar lluvias cada vez mayores en la zona. La falta de gestión hídrica comenzó a impulsar conductas individuales que, si bien resolvían inconvenientes puntuales, empezaron a preparar el terreno para el desastre ocurrido a mediados de la década del ’80.

Canalizaciones irregulares en toda la zona de influencia de la cuenca endorreica, junto con medidas desesperadas –que llevaron a dinamitar alteos para evitar inundaciones locales–, hicieron que la laguna Epecuén, por su posición extrema en el área más baja de la depresión natural de la cuenca, fuese la receptora final de los excesos de agua desbordados de los arroyos y de toda la cadena lagunar.

El fin de semana pasado tuve la oportunidad de visitar las ruinas de Epecuén, para lo cual conté con la fortuna de ser acompañado por el guía turístico local Sergio González, quien me sumergió en los eventos ocurridos cuatro décadas atrás como si estuviesen pasando en la actualidad.

Es imposible recorrer la devastación presente en las ruinas sin pensar en los desastres que están ocurriendo en estos días en las zonas inundadas de la provincia de Buenos Aires, parte de las cuales se explican por la falta de gestión hídrica tanto a nivel nacional como provincial.

Los habitantes de Epecuén no sólo perdieron su patrimonio, sino también su identidad y su fuente de ingresos. Muchos residen actualmente en Carhué, pueblo cercano que está a pocos kilómetros de la villa, que se caracteriza también por ofrecer servicios de turismo termal.

Después de la evacuación realizada en 1985, la inundación siguió creciendo y en 1993 llegó a su máximo nivel. El agua se quedó durante dos décadas. Recién hacia 2005, el agua empezó a bajar para comenzar a mostrar la devastación provocada por el agua y la sal, donde los árboles y la madera empleada en las edificaciones fue lo que mejor resistió el embate gracias a la petrificación.

Hoy es posible visitar las ruinas de Epecuén, pero la clave de la recorrida no reside en conocer un paisaje único –que se ha empleado en reiteradas oportunidades como escenario de rodajes bélicos o apocalípticos–, sino en atestiguar qué sucede cuando los funcionarios de turno, en lugar de gestionar, se dedican a buscar culpables de los problemas que ocurren, precisamente, por la falta de gestión. Pasen y vean.

Etiquetas: aguas termalesaguas termales argentinacarhueepecuenGestión Hídricainundacion epecueninundaciones argentinaruinas EpecuénVilla Epecuén
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