La ingeniera agrónoma y docente de la Universidad Nacional de Río Cuarto, Silvana Amín, es de las que cree que la educación debe formar a profesionales no solo desde una perspectiva productivista sino también desde una vinculada a la sustentabilidad de los sistemas.
En el marco de la materia “Sistema Suelos”, que se dicta en el segundo año de la carrera de Agronomía, en aquella casa de estudios, Amín trabaja sobre esta cuestión desde el análisis del aprovechamiento de los residuos generados distintas actividades agropecuarias. En diálogo con Bichos de Campo, se refirió en particular a la reutilización o valorización de los desechos de la ganadería.
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“La expansión de la agricultura fue concentrando a la ganadería en una menor superficie con mayor cantidad de animales. Eso condujo a una concentración de las excretar y a un alto riesgo de contaminación de napas freáticas, así como de la atmosfera. Nuestro país no tiene gran cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero pero sí tiene estas concentraciones”, señaló.
Un clásico ejemplo es el de los tambos, que Amín explicó de la siguiente manera: “Hasta hace un par de años, los más chicos tenían una laguna que nunca se llenaba porque estaba en contacto directo con la napa. Si medís la calidad de agua en los molinos que se encuentran al lado de la sala de ordeñe, tanto los de cercanía como los más alejados, es notable como varía la cantidad de nitrógeno. El molino está trayendo agua de una napa a donde se está filtrando el nitrógeno”.
¿Pero cómo resolver esa situación? Un primer paso es la impermeabilización de las lagunas, lo que permite que se “desvinculen” de la napa. El segundo paso –el más importante- es gestionar aquello que desde ahora comenzará a acumularse y a desbordar.
“Cuando lo desvinculás, la laguna se va a llenar. Eso antes no pasaba porque se iba por abajo. Ahora hay que pensar en alternativas y una de ellas es utilizar eso en el suelo como biofertilizante. El nitrógeno y el fósforo son dos macronutrientes esenciales en el desarrollo de los cultivos. Generalmente se aplican fertilizantes minerales que también tiene un impacto grande en su elaboración. Al residuo, en cambio, ya lo tenés”, indicó Amín.
Esto, claro, debe estar acompañado de una correcta gestión y preparación del residuo, que requiere ser estabilizado y pasar por etapas como la termofílica, donde las altas temperaturas ayudan a bajar la carga bacteriana presente.
“Hay que hacer un tratamiento. Así como hay que medir todo, hay que medir también las características del residuo para hacer un balance de nutrientes correcto y no aplicar demás. La falta de eficiencia implica un riesgo de contaminación de otros compartimentos como el agua o el aire”, sostuvo la agrónoma.
-Al final terminas ahorrando unos pesos.
-Sí, nosotros hacemos ensayos de investigación midiendo cuánto aplicamos, qué cantidad tenía el residuo, cuánto rindió. En los años en que hemos tenido buenas precipitaciones, los resultados fueron buenos. Hicimos estudios en cultivos de maíz, en soja, aplicándolo por primera vez así como también en un segundo cultivo, para analizar el efecto residual. Comprobamos que tiene residualidad porque son compuestos orgánicos que tienen nitrógeno, fósforo, azufre.
-¿Y mejoran finalmente los rendimientos?
-Tuvimos un caso en el que una dosis máxima rendía un 66% con respecto a un testigo. El año anterior había sido del 35% y había sido la dosis intermedia. La prueba es estadísticamente significativa desde el punto de vista científico.




