Leonel Arese pegó el “volantazo” cuando nadie hablaba de los contratistas forrajeros. Fue en 2005, cuando junto a sus otros tres socios, su mujer Lorena Roth, su cuñado Javier Roth, y su amigo de la infancia Ceferino Iribarne, decidieron fundar “Futuro Ganadero”, una empresa dedicada exclusivamente a esa actividad.
El nombre de su firma no es accesorio, porque muestra que hace 20 años Leonel confiaba que más que en el sector agrícola, el negocio de los contratistas estaría en el de la producción animal. Y aunque el tiempo le ha dado la razón -pues la actividad se expandió notablemente desde entonces- confía en que aún “ese futuro no llegó” y que queda mucho por crecer.

“Yo vi que el modo de producción extensivo viene perdiendo superficie hace años y los campos se atomizan cada vez más”, explicó Arese, que fue por eso que decidió virar en su actividad y volcarse al trabajo intensivo, mucho más apoyado en la inversión técnica para producir más con lo mismo.
En parte también se convenció al ver lo que sucedía fronteras afuera, muy lejos de Laprida, su ciudad natal, y de lo que había conocido hasta entonces. Como fue uno de los primeros en dedicarse plenamente a esa actividad, la Cámara Argentina de Contratistas Forrajeros (CACF) lo tuvo en cuenta en sus programas de capacitación y lo llevó a recorrer el mundo para ver cómo, en vez de pastar sueltas, a las vacas se les daba de comer en la boca y eso requería de su trabajo. Justamente las bases de ese nuevo oficio que lo tenía como protagonista.
“Fuimos a ver otro mundo y eso nos rompió la cabeza. Realmente nos cambió la vida”, recuerda Leonel, que fue entonces cuando se percató de que “la intensificación es irremediable”, y era mejor apostar de lleno para llegar primero a cubrir sus necesidades.
Pero apostar de lleno en sectores tan intensivos en maquinaria, tecnología y mano de obra, no es sencillo. A fin de cuenta, son varios millones de dólares los que hay detrás de una picadora, de los implementos -tolvas, camiones, silos- y del trabajo calificado que hacen a la actividad.
“Es como todo en la vida. Hay que asumir compromisos y jugársela porque es dinero que nunca vas a tener en tu vida, pero puesto en una máquina”, explica Leonel, que jamás se arrepintió de haber cambiado de rubro y subirse a la “marea” -como él la califica- de la producción de alimento animal.
“Los contratistas forrajeros estamos locos de la cabeza. Una vez que te subís a la carrera es difícil bajarse porque nada te alcanza”, agrega, entre risas.
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Lejos de pensar que ya está todo hecho, el productor considera que aún queda mucho por crecer en el sector. Sobre todo entre los más pequeños, a los que invertir y producir les representa un desafío mayúsculo, a veces infranqueable.
Pero, para que finalmente el futuro sea ganadero -como lo indica el nombre de su empresa-, es necesario que los números cierren. Especialización, conocimiento y profesionales hay, pero todavía hoy tomar deuda es enfrentar el riesgo de quiebra, y recorrer el interior es enfrentarse a grandes pérdidas por la falta de infraestructura.
Mucho de eso lo ha vivido en carne propia Leonel, sobre todo tras las intensas inundaciones que golpearon a gran parte de la zona núcleo y pusieron en jaque a la producción agropecuaria. “Cuando vos no podés llegar con un equipo a un campo ya es alarmante”, lamentó.
A pesar de que, como él dice, hay que estar “un poco loco” para ser contratista forrajero, también hay que ser sumamente frío cuando se trata de manejar números y pensar en la rentabilidad del negocio. “Hay que tomar conciencia de que el alimento que hacemos necesita de inversión y hay que darle valor”, señaló Arese, que confía en que algún día habrá reglas claras para su sector y que podrán despegar de una vez por todas.
“El argentino es muy guerrero y ha desafiado a todo tipo de gobiernos y adversidades. Pero, mientras tanto, se te va la vida en expectativas”, concluyó.




