El Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) de la Fundación Mediterránea publicó su último informe sobre la coyuntura económica de Mendoza, y el diagnóstico no deja lugar a dudas: el sector vitivinícola atraviesa uno de sus momentos más difíciles en años. Caída del consumo mundial, precios deprimidos, acumulación de stocks y abandono de viñedos forman parte de un cuadro que golpea de lleno a productores y bodegas.
Si bien las razones de la crisis son muchas, ya se pueden advertir demostraciones palmarias de este fenómeno, como lo que está ocurriendo con la histórica bodega Norton, que según adelantó este medio, atraviesa una turbulencia con deudas multimillonarias y futuro incierto.
Según el relevamiento de IERAL, el escenario combina una demanda global en retroceso, un consumo interno estancado y precios reales entre los más bajos de la última década. “El exceso de oferta se refleja en la acumulación de stocks vínicos y en la pérdida de rentabilidad del productor primario”, advierte el informe.
La retracción del mercado internacional es un fenómeno que no afecta solo a la Argentina. Chile y otros países productores también experimentan un descenso en sus ventas, aunque en menor magnitud.
En el caso mendocino, la situación es más compleja, dado que los precios promedio de los vinos varietales exportados acumulan una baja del 30% en dólares constantes desde 2013.
“La caída del consumo global de vino se traduce no solo en menores volúmenes exportados, sino también en precios más bajos”, señala el IERAL. Parte de esos volúmenes desplazados del mercado externo se redirigen al mercado local, pero la mayor oferta interna termina presionando a la baja los precios.
Mientras los vinos varietales logran sostener ventas y cierta estabilidad de precios, los genéricos sufren una caída doble, ya que se venden menos litros y a valores mucho más bajos, lo que agrava el deterioro de rentabilidad.

Otro de los indicadores que muestra la magnitud de la crisis es la acumulación de existencias. Los inventarios de vino, medidos en meses de consumo, pasaron de un promedio de cuatro meses antes de 2010 a casi siete en la actualidad, y podrían superar esa cifra hacia mediados de 2026.
“Este aumento refleja el desajuste entre producción y ventas, y constituye un factor central en la caída de los precios”, advierte el estudio. El fenómeno también impacta sobre los precios de la uva. Es que descontando la inflación, los valores actuales de los vinos de traslado se ubican entre los más bajos de la última década.

Aunque el comportamiento de los precios depende en parte de las cosechas, el IERAL aclara que el problema de fondo es estructural, ya que el consumo de vino, tanto en el país como en el mundo, sigue cayendo, y con él los volúmenes elaborados.
La pérdida de rentabilidad empuja a muchos productores a reducir o abandonar parte de sus viñedos, sobre todo los de menor productividad. En consecuencia, la superficie cultivada muestra una tendencia descendente sostenida desde 2010.
El informe marca tres etapas históricas claras: En los años 80, la crisis del sector derivó en una erradicación masiva de viñedos. En los 90 y 2000, el auge exportador y el tipo de cambio competitivo impulsaron una expansión y modernización del sector.

Desde hace más de una década, la tendencia volvió a ser negativa, reflejando un ajuste estructural frente a la pérdida de dinamismo del mercado.
Parte de esto viene siendo advertido además por los viñateros mendocinos, que llevan varias semanas de protesta ante la baja de los precios y suba de costos, que según dicen, los está llevando a la indigencia.
“El presente año combina una cosecha normal, que tira abajo los precios de la materia prima, con un menor consumo interno y mundial de vinos”, resume el documento. Si las próximas vendimias reducen la producción, los precios podrían recuperarse parcialmente, pero el problema de la menor demanda persistirá.
Además, la estabilización macroeconómica que persigue el Gobierno nacional podría traer efectos contrapuestos. “Con un resultado electoral positivo para el oficialismo, continuaría la política de reducir la inflación, siendo una de sus consecuencias un dólar barato, es decir, costos argentinos en dólares más altos. Una dificultad extra para competir con el mundo”, advierte el texto.
El IERAL plantea que, ante un contexto de demanda sostenidamente baja, la competencia entre países productores será cada vez más intensa. Los que tengan estabilidad macroeconómica, acuerdos comerciales y cercanía a los grandes centros consumidores tendrán ventajas. En casi todos esos aspectos, Mendoza parte de una posición menos favorable.

Por eso, los economistas del instituto proponen diferenciar entre problemas coyunturales (como una mala cosecha) y estructurales (como la caída del consumo). En el primer caso, pueden aplicarse políticas de estabilización, por ejemplo, la compra de vino o uvas en periodos de sobreoferta, aunque con el riesgo de acumular más stocks.
El informe cierra con una advertencia y una propuesta. Si nada cambia, continuará el abandono de viñedos y la pérdida de empleo en las zonas rurales. La propuesta: diseñar una “transición menos traumática para los productores”, que combine asistencia técnica, alivio fiscal y reconversión productiva.
“Mendoza cuenta con un potencial significativo en su principal sector productivo. La cuestión central será cómo el sector vitivinícola enfrenta los desafíos actuales para sostener su competitividad y generar crecimiento”, concluye el documento.
 
			 
					



