Produce fardos, recupera lotes para ponerlos nuevamente en producción y no desperdicia nada. Es metódico y le gusta “hacer las cosas bien”. También mantiene activa una cooperativa que suma voluntades y esfuerzo. Sostiene que se puede vivir del campo.
“Me crie en una chacra. Estuvimos acá en Senillosa hasta mis 18 años, mis viejos se fueron de ahí al pueblo y yo no me adapté nunca. Con 20 años, compré aquí donde estoy”, confía Marcial Peretó.
Senillosa es una localidad del departamento Confluencia de la provincia del Neuquén, se encuentra distante a 33 kilómetros de la capital neuquina. Para llegar se recorre la ruta Nacional 22, la cual atraviesa todo el Alto Valle del Río Negro y continúa sobre el valle del río Limay, al final del cual se encuentra la ciudad.

Rodeada por las bardas de la meseta patagónica y el cauce del río queda enclavada en un valle de tierras fértiles, aptos para el cultivo de frutales. El lugar era llamado Laguna del Toro, y el nombre Senillosa se debe a quienes, en 1889, se hicieron dueños de las tierras, los hermanos Felipe y Pastor Senillosa. En 1913 se habilitó la estación de tren con el mismo nombre y en 1951 se creó la Comisión de Fomento.
“Formé parte de un concurso que se hizo en Plottier-una ciudad vecina-. Al año siguiente participé en el mismo concurso que se hizo en Senillosa y gané para iniciarme con gallinas ponedoras, ahí empezó mi actividad acá en la chacra”, recuerda.
“Vengo de familia de trabajadores del campo. Me mandaron a estudiar inglés y computación y en el secundario, a la mitad, supe que me gustaba la chacra y quería volver. Soy instructor de deporte y estuve desde los 16 o 17 años haciendo una actividad en la municipalidad hasta los 23 años más o menos. De ahí en adelante, ya me vine directamente acá a producir huevos en principio, hasta los 35 años”, repasa Marcial.

“Después de esa actividad me inicié en lo que es la producción de forraje paralelamente a la sistematización de suelos. Compré una parcela de 3 hectáreas en principio, y la fuimos emparejando hasta que armé la estructura para hacer lo que es gallinas ponedoras. Hoy tenemos chacras alquiladas y abarcamos una superficie de entre 65 y 70 hectáreas, -deben de haber 50 con la alfalfa establecida y una 10 a 15 hectáreas que vamos a sembrar una parte ahora y otra parte en marzo del año que viene”, detalla.
Explica que “con esas chacras alquiladas, hacemos convenios con gente que se hizo grande en esta cooperativa, hoy son gente que tiene entre 70-80 años. Ya no pueden trabajar y con esa gente lo que hicimos fueron convenios, con los titulares o con los hijos. Esto es una cooperativa de 200 hectáreas y de ellas debemos estar trabajando en más o menos 40 hectáreas”.

Al explicar las características del suelo que le da sustento a estos proyectos, detalla que “es un suelo pesadito, nosotros le llamamos suelo de costa. Tenemos una parte de la franja hacia el lado del río en Senillosa que es una zona de costa con muy buenos suelos arenosos. Después tenemos una zona que es más bien arcillosa y arenosa que es para la barda. La mejor parte para hacer verdura y para hacer forraje es donde nosotros estamos”.
Esos suelos que fueron trabajados en su momento con frutales, “nosotros los fuimos reconvirtiendo en chacra de nuevo, porque han ido siendo abandonados por sus dueños”.
Según el productor, “fue muy bien visto esto de los convenios con productores que tenían chacras abandonadas . Nosotros las poníamos en producción y nos tomaron como ejemplo para hacerlo en otras localidades. Trabajamos a porcentaje y producimos en algunas alfalfa, en otras seguimos manteniendo frutales, y tenemos una chacra que tiene cerezos y duraznos. Todo lo metemos dentro del circuito productivo que tenemos”.
De todos modos, admite que la fruticultura no es su fuerte. “Lo nuestro es emparejar y hacer fardos, pero este año estamos mejor organizados que hace dos años atrás para el tema de la comercialización de la fruta”.

En cuanto a la actividad forrajera, cuenta: “Hacemos 35.000 fardos al año. De esos una parte la tenemos que vender durante el ciclo productivo para poder funcionar, porque vivimos de esto. Una parte se vende enseguida, mientras vamos cosechando, y una parte se va a la Cordillera, el mayor porcentaje. Otra parte le vendemos a la provincia todos los años”.
Pero además hay otras apuestas. “Nosotros también tenemos un engorde y todo lo que es forraje de mala calidad lo transformamos en carne. Por ejemplo, tenemos lotes de vicia, de moha o mijo, ya que tenemos que hacer rotaciones. Esos cultivos los transformamos en carne, ya que trabajamos con mi hijo más chico en un engorde de pequeña escala, que tiene 20 animales. Así tratamos de hacer un circuito que nos sirva”.
“Además tenemos un lotecito de ovejas y los fardos que se nos rompen los traemos al corral, aprovechamos todo”, señala Marcial.

Su producto estrella es el fardo, que confecciona con cuidado. “Normalmente la gente sale a comprar un fardo, y no le importa lo que tenga adentro o si tiene alguna otra pastura que no sea alfalfa. Buscan precio y en eso hemos tenido que incursionar un poco en la educación. Hacemos trabajos con el INTA y otros técnicos de la provincia para perfeccionarnos en eso, porque tampoco sabíamos elegir un buen fardo”, admitió.
Ahora, en cambio, “sabemos que un fardo de avena no tiene las mismas características que uno de alfalfa. Hemos tenido que hacer convenios con la gente de INTA Bariloche para que nos saquen muestreos de diferentes fardos y que nos digan cuál es la mejor calidad”.
“Nosotros clasificamos los fardos en primera, segunda y tercera. Lo que es primera son fardos de alfalfa bajo techo”.
“Para saber si un fardo reúne buena calidad tenés que saber el proceso desde elegir el lote, hasta la confección del fardo. Siempre insistimos en que un fardo tiene que tener su humedad justa, tiene que tener mucha hoja, tallo fino. En la hoja principalmente está la proteína y es importante aprender todo eso, porque sino terminas perdiendo plata”, explica el productor.

En el campo se ven los pingos, también en este aspecto. “Con los caballos, por ejemplo, el animal empieza a elegir dónde está la alfalfa y el resto no te lo come”, asegura. La experiencia de Marcial permitió que distintos organismos lo convocaran a charlas y capacitaciones de intercambio de saberes. “Nos tienen como referentes porque les gusta el trabajo que hacemos”, se ufana.
Lo que clasifican como “tercera” son los fardos de avena con algo de alfalfa o de moha o de vicia. “La moha, se la vendemos a gente que necesita para las vacas, para la zona rural de acá que tiene vacas a campo abierto. Es un fardo económico. Tratamos de buscarle la vuelta entre lo que necesitan y lo que tenemos”, explica.
“Yo tengo 54 años. Siempre dije ‘no quiero tener patrones, yo quiero vivir de lo que hago’. Y te puedo asegurar de que nosotros vivimos de la tierra. Creo que es difícil, hay que tener mucha constancia y ser muy estricto. Lo que vos quieras hacer, lo podés hacer bien, más o menos o mal. Nosotros optamos por hacer las cosas bien. Soy muy hincha con eso: los lotes tienen que estar bien, tienen que tener alfalfa, tiene que ser certificada. Por eso no ha ido bien porque hacemos las cosas bien y nos eligen”, remarca.

“No tenemos un vehículo nuevo para irnos de vacaciones, pero tenemos herramientas nuevas, tractores nuevos, cortadora nueva, enfadadora, todo el equipo de trabajo nuevo y eso es importante”, asegura luego Marcial.
“Yo siempre digo que la campaña no termina nunca, porque arrancamos con el ciclo productivo. Arrancamos hace un mes más o menos cuando largan el agua de riego y la terminamos en marzo, abril… Muchas veces hemos terminado un poquito más lejos, pero después tenemos la etapa de vender. O sea que llegamos de vuelta a empezar a regar”, describe.
Pero no se queja: “No tenés descanso en este circuito, es continuado. Empezar a cortar y enfardar, estibar y al terminar la campaña tenés que vender. Aparte tenés que preparar lotes nuevos. Eso se hace en invierno, por lo que siempre estamos haciendo alguna actividad”, indica.




