En el 2001, cuando el INTA calificó a la región del Golfo San Matías -al este de la provincia de Río Negro- como una con condiciones ideales para la producción de olivos, tanto por su clima como por su suelo, uno de los primeros en animarse a ser parte de las pruebas piloto fue Claudio Kanje.
En su pequeña finca de seis hectáreas, ubicada en la localidad de San Antonio Este, el productor implantó durante el año 2002 las primeras plantas de olivo, a las que luego sumó otras tantas más entre los años 2004 y 2005. Por desgracia falleció en el 2008, mucho antes de poder ver si aquellas predicciones de los técnicos eran ciertas o no.
“Cuando papá muere, la plantación queda a la deriva. No se regaba bien, no tenía ninguna infraestructura hecha, y mi mamá lo mantuvo como pudo. En ese momento yo vivía en Buenos Aires y mi hermano trabajaba en otra área no vinculada con la producción”, recordó Diego Kanje, en conversación con Bichos de Campo.
“En 2016 decido volverme, sintiendo que mi lugar estaba ahí en San Antonio, y comienzo a hacerme cargo de nuevo de la finca sin saber tampoco si lo que estaba ahí era o no productivo. Lo encaré solo para darle vida a algo que había dejado mi papá y tuve que estudiar muchísimo porque es poca la gente te que da información. Es un rubro muy cerrado”, relató a continuación.
Uno de los primeros pasos fue instalar un sistema de riego, algo clave en producciones de este estilo. El salto en la obtención de aceitunas entre un año y otro le indicó que iba por buen camino, y a continuación decidió avanzar en las tareas de poda.
“En 2017 me contacto con Rubén Gil, ex director de Agricultura del Ministerio de Producción de la provincia, que había tenido relación con mi papá. El empezó a venir a la finca en forma desinteresada y me dio una mano tremenda. De hecho fue él quien visitó una fábrica de aceite que encontré por internet en el norte, y que parecía muy accesible. Ahí fue que empezamos a encontrarle la veta productiva a esto”, contó el joven, que hoy se encuentra al frente del emprendimiento “Familia Kanje”, que comparte con su hermano Matías.
Actualmente, la finca posee unos 2.000 olivos implantados, que el año pasado produjeron unos 40.000 kilos de aceitunas, distribuidos entre las variedades arbequina, changlot real, frantoio, nevadilla y peltre. Con las primeras cuatro elaboran aceite, mientras que la última la destinan a aceituna de mesa, conservas, y hasta a una línea de cosmética natural y jabones.
“Somos pequeños productores y queremos mantenernos así. Este año elaboramos unos 5.500 litros de aceite y no queremos tener más ni menos. Eso nos permite tener un producto artesanal, delicado, y hasta un trato personalizado con la plana. Vos ves los marcos de plantación y son desparejos. Una vez vinieron 500 olivos y se plantaron como se pudo, después vinieron otros 800 y lo mismo. Es algo asimétrico”, señaló Kanje.
En cuanto a la infraestructura de la empresa, si bien la familia inició el procesamiento de su producción de la mano de terceros, en 2018 decidieron invertir en maquinaria y adquirir su propio tanque de guarda y destiladores. También cuentan con máquinas recolectoras aunque prefieren realizar esa tarea en forma manual, al menos durante el tiempo que se pueda.
“La poda la empezamos a cambiar luego de un viaje a España que hicimos en el año 2022. Nos dimos cuenta de que teníamos que buscar un árbol petizo por el tema de la recolección, porque no queremos recolectar con máquinas. Las tenemos pero nos queremos copiar de la poda que se hace en el mediterráneo, en la zona olivícola de España e Italia, que les permite tener todos los años una producción constante. Tenés que tratar de no tener vecería, que es cuando la planta acumula reservas y un año te da muchísimo pero al otro te da menos”, explicó el productor.
Y todos estos años de esfuerzo ciertamente dieron sus frutos, ya que el aceite de oliva de Familia Kanje fue distinguido con el premio Gran Prestigio de Oro, en el concurso internacional Olivinus, y posteriormente fue ingresado en el top 20 de toda la competencia –de la que participan países como España, Italia, Grecia, Portugal, Turquía, entre otros- donde quedó calificado como el mejor aceite de Argentina.
“Conocimos el primer resultado y a la semana se largó el otro. Fue una sorpresa. Yo me había querido presentar el año pasado pero no llegamos, y este año no me lo quería perder”, dijo Kanje.
El concurso, que consiste en el envío de muestras de aceite para su evaluación, habilita a los ganadores a colocar un sello en sus etiquetados con las merecidas distinciones. Eso es lo que harán estos ganadores, que por ahora continuarán con la comercialización de su aceite en el mercado interno.
-Finalmente el proyecto que arrancó tu papá se cumplió con creces.
-Sí, papá siempre apuntó a hacer aceite de oliva.
-¿Y cómo calificás hoy a un buen aceite?
-Para ser bueno tiene que ser amargo, picante, tiene que tener olores frutados y ricos, como olor a pasto, a banana, a tomate, todo eso se busca.
-¿Qué proyectan hoy a futuro con tu hermano?
-Apostamos a seguir produciendo. El año que viene queremos ser otra vez campeones de Argentina. Tampoco es que queremos plantar más, nosotros preferimos la calidad por sobre la cantidad. Hoy el mercado prefiere más cantidad que calidad, te saca una fruta madura y te da menos calidad. Nosotros queremos seguir procesando fruta verde que es calidad pura. Estar acá cerca del mar nos ayuda muchísimo.