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Jarri Penacino rescata las historias de su pueblo, Emilio V. Bunge, describiendo personajes y anécdotas que pintan la época de oro de esa cuenca lechera

Esteban “El Colorado” López por Esteban “El Colorado” López
26 agosto, 2025

A Hernán Darío Penacino (67) lo apodan “Jarri”, en su pequeño pueblo de Emilio V. Bunge, ubicado al noroeste de la provincia de Buenos Aires, dentro del partido de Villegas y al límite con La Pampa. Se pasó la mayoría de sus años, trabajando allí en la sucursal del Banco Provincia.

“Eran otros tiempos, contábamos la plata a mano y sufrí los cambios de los 13 ceros que le sacaron a nuestra moneda. De la tranquilidad que reinaba, los policías nos cebaban mate en la caja, en vez de hacer guardia. Y como a la gente le sobraba tiempo para conversar, el Banco fue para mí una fuente de donde obtuve una información incalculable de anécdotas, sobre los personajes del pueblo, para después volcarlos al papel”. 

Porque a Jarri la vida lo llevó por el camino de la administración contable y financiera, ya que se jubiló como tesorero del Banco. Aunque en paralelo, ha desarrollado una veta artística que, si bien explica que hace algo de música sólo en su casa para entretenerse, él se ha destacado por una gran aptitud literaria, concretada en entrañables libros que tituló “Historias de Aquí Nomás”. Publicó dos volúmenes que claramente auguran otros, en una serie interminable de anécdotas, cuentos o sucedidos de su pago querido.

En la misma línea de su vocación literaria, a Darío le han salido escribir también unas 20 canciones folklóricas, todas llenas de afecto y admiración. Por ejemplo, una chacarera dedicada a su hermano Tomás, otra a su “infancia añorada” y una que bien podría ser el mejor retruco a la reciente e ignorante estocada que esbozó el mediático Roberto Pettinato contra el folklore. Allí Hernán expresa su dolor por la injusticia social y el maltrato del planeta Tierra, partiendo del misterio de la vida que busca desentrañar a partir de una canción de raíz.

También hizo una zamba a su amado Bunge, “Corazón de pueblo”, otra a sus memorables carnavales y una al legendario conjunto folklórico local, “Los Quiaqueños”. 

Cuando Jarri se pregunta de dónde le viene a él y a su hermano Tomás la vocación literaria y la veta artística -ya que ambos escriben y tocan la guitarra, aunque este último, es autor y compositor de modo más profesional y público, como también su hija, Juliana, y su sobrino, “Pancho”, hijo de Tomás-, se le ocurre recordar que su padre tocaba el acordeón y la armónica. Cuenta que tenía cuadernos, donde escribía, y él conserva uno donde, por ejemplo, “escribió una milonga”, dice. 

“Y de mi madre, creo que incorporamos ser multifacéticos como ella, que se crió haciendo tambo, fue enfermera, quiso ser maestra, estudió el oficio de modista por correo. Ella hacía ropa de campo y demás, y tenía un hermano, el tío ‘Pocholo’, José Poy, que tocaba la guitarra. A su primer instrumento se lo hizo con una lata de aceite y un palo. Después integró el grupo folklórico Los Quiaqueños. Tenía una voz privilegiada”, apunta. 

“Yo vengo de una familia bien de abajo, de piso de tierra”, le gusta aclarar a Jarri, y comienza a contar su variada vida, que seguramente lo fue nutriendo de la sabiduría necesaria para luego convertirse en el gran observador de situaciones y de personajes que es hoy. “A mis once años, como me encantaban los fierros -empieza a rememorar-, empecé a trabajar en el taller mecánico de Omar Ravel, que además era camionero, como mi viejo, y muy amigo de él. Me quería como a un hijo y un día que nos vino a visitar le dijo: ‘Yo, al negrito me lo llevo al taller y le enseño’. A la mañana iba a la escuela y a la tarde me iba a engrasar hasta la cabeza, y empecé desarmando carburadores, escapes, frenos, hasta llegar a los motores completos”. 

“¡Y Omar me pagaba! -sigue refrescando su memoria, Darío-. Cuando cobré mi primer sueldo con él, fui a mi casa y le dije a mi papá: ‘A partir de hoy no me compres más la ropa ni me des para mis gastos, vos sólo ocupate de la comida’, porque sabía que a mi viejo no le sobraba. De ahí en adelante fui siempre muy ordenado con mis cuentas personales y en mis trabajos. Siempre fui muy laburador, porque además me iba a estibar quesos, y siempre tuve la conducta de ahorrar el 10% de lo que cobraba cada mes. Así logré un buen pasar y le pude comprar una casa a cada una de mis dos hijas”, detalla, orgulloso. 

“Cuando regresé de hacer la colimba y me salvé de ir a la guerra con Chile por el Canal de Beagle, me avisaron que había vacantes en el Banco Provincia. Me presenté, me tomaron un examen y me llamaron en septiembre de 1979. Con los años fui ascendiendo y me jubilé como tesorero, con la fama, en mi cargo, del más meticuloso de la región. Pero en paralelo, además, fui presentador y animador de fiestas, festivales y actos oficiales durante 30 años, sin cobrar un peso”, confiesa, como otra de las facetas de su amor por el arte. 

Un vecino de Jarri y productor lechero, Carlos González, explica la fuerte identidad tambera de Bunge, que manifiesta lo que fue esa época floreciente: “Bunge pertenece a la cuenca lechera del Oeste, que comprende los partidos que forman un corredor paralelo a la provincia de La Pampa, el cual va desde Trenque Lauquen a Villegas. En el partido de Villegas había, hasta los años ’80, unos 196 tambos, y hoy quedan apenas 30 en un radio de 40 kilómetros. De los que quedan, unos 5 o 6 producen más de 10.000 litros de leche, casi la misma cantidad que se producía hace 40 años en la totalidad de los 196 de aquellos tiempos. Y como no les alcanza, reciben de otras zonas, como Saliqueló y Rivadavia. Y había unas 10 usinas, mientras que hoy sólo hay 2”.  

Manifiesta además, González, que poco a poco la zona se fue volcando a la producción agrícola y despoblándose. “Actualmente, el 60% de los campos se explotan por contratos. Hoy la población rural debe haber disminuido en un 70% u 80%, y la urbana creció en un 20% o 30%. Bunge debe tener hoy unos 1.600 habitantes en el pueblo, y los campos están llenos de casas vacías”, indica. 

Productores que llevan la lechería en el corazón. “Cómo no voy a insistir, si gracias al tambo pudimos estudiar todos”, se emociona Carlos González

Pero lo curioso es que Jarri, en sus libros, domina el lenguaje campero y los oficios de aquella época. “Yo me la pasaba en los campos de mis amigos y de chiquito mi papá nos llevaba a las yerras -sigue recordando-. En casa carneábamos todos los años. El 8 de julio se mataba el chancho, lo dejábamos enfriar bien, y el 9 embutíamos. Lo hicimos hasta que se murió mi viejo y siempre en nuestra mesa hubo chicharrones, paté, queso de chancho, salames, chorizos secos y lo único que se tiraba, eran los pelos y las pezuñas”.

“Íbamos a cazar a San Luis -continúa Hernán- y a la vuelta hacíamos chorizos de liebre o de vizcacha con tocino de chancho, pero también recuerdo que comíamos chorizos de burro. Mi viejo fue trabajador rural, fabricó mosaicos, después fue tuvo camión, transportó hacienda y después leche. Al final fue comisionista, pero además era fanático de la pesca y me quería muchísimo, porque yo era muy compinche de él”, añora.

Ese amplio “paisaje rural y humano” lo llevó a Jarri a escribir en sus libros sobre: “Aquel boliche de campo”, “Cordero borrachín”, “El torito es mío”, “Estampa criolla”, “Hoy hay baile en ‘El Chingolo’”, “Pasajero insólito”, “Postales de ‘La Arizona’”, “Reunión de cooperadora”, “Siga el corso”, “Temporada de caza”, “Un elefante en el club social”, “Jineteando en el corral”, “Pescando en una yerra”, “Dejate de bolacear”, “Extraños en la noche”, “Bayita disparadora”, “Tropa, tropa”, “Volviendo al rancho” y muchos más, con una pluma privilegiada, una capacidad descriptiva de cada personaje y su entorno, que nos llena el alma de imágenes, mucho mejor que si fuéramos al cine. 

Entre tantas cosas que hace este “pintor” y pintoresco habitante de Bunge, todos los domingos, de 10 a 12, cuenta historias y pasa música folklórica “de la buena”, dice, por FM Zeta 100.3, en su programa Sencillito y de Alpargatas, junto a Mario Vallejos y Jorge Prola.

 

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Hernán Darío tuvo el honor de que el genial cura y escritor de cuentos Mamerto Menapace le prologara su primer libro, donde magistralmente escribió: “El recuerdo nos cuenta, tanto lo que sucedió, cuanto lo que se vivió. Es en el imaginario popular donde se muestra en forma patente lo que un pueblo vive y comparte. Si a esto le sumamos el humor, conseguimos que los relatos circulen de boca en boca y se vayan haciendo ‘bolazos’, lo mismo que los cantos rodados con los cuales se hacían las boleadoras que aún solemos desenterrar con las aradas, en nuestros campos sureños”.    

Hernán Darío Jarri Penacino eligió dedicarnos la zamba “Allá anda mi padre”, con letra de su hermano Tomás Penacino y música de su sobrino Francisco “Pancho” Penacino. 

 

Etiquetas: carlos gonzálezcuenca lecheracultura popularEmilio V. Bungeescritoresgeneral villegasjarri panecino
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