Claudio también está encerrado en Batán, la prisión de máxima seguridad cercana a Mar del Plata. Pero él también ha elegido ser parte de Liberté, la cooperativa de presos que nació tratando de buscar que sus integrantes puedan llevar una vida digna, generando sus propios recursos con su propio trabajo dentro del penal.
Claudio también es uno de los responsables de la huerta que tiene esa organización dentro de los muros de la cárcel, la que han construido con algo de ayuda antes del programa Prohuerta (cuando este todavía no había sido disuelto por el gobierno actual) y ahora por el Ministerio de Desarrollo Agrario de la Provincia de Buenos Aires. Técnicos del INTA siempre andan por allí, asesorando y aconsejando a los reclusos.
Claudio sabe de huerta, se le nota a la legua. Y también sabe de los importante que es para él y sus compañeros tener este espacio propio y autogestionado. Es quizás quien mejore nos lo puede explicar:
-¿Ya sabía algo de huerta o aprendiste acá dentro de Batán?
-Algo sabía, algo sabía porque tengo mis abuelos que tuvieron campo. En Bragado. Mi papá vivía en la ciudad, pero ahí también tuvo quinta, en Moreno. Y acá en Mar del Plata, en el terreno también tuvimos quinta y fui aprendiendo de chico. O sea que me gusta, porque es un contacto con la tierra que es lo principal.
-¿Cuando entraste a Batán pensaste que aquí también podrías tener una quinta y trabajar en ella?
-No, no. O sea, apenas entré, más allá de todo, con la desilusión de estar encerrado, me enteré lo que era Liberté, al quinto día pude venir. Y en quince días tuve la oportunidad de tener el carnet, y estoy acá desde ese día hasta ahora, ya van casi tres años.
-¿Y cómo es eso del carnet? ¿Es como ser socio de un club? ¿A vos te habilita a venir todos los días hasta acá?
-Lo primero es venir y pasar ese filtro, de entrar en la quinta y trabajar. Bueno, ahí conseguís el carnet. En los días que podía venir sin carnet, los guardias mismos te dejan salir más que a otro. Yo tuve la suerte de que me dejaron salir seguido y en quince días tuve al carnet.
Liberté ocupa apenas unas dos hectáreas del inmenso predio que a su vez ocupa la cárcel de Batán, que está formada por diversos pabellones donde se alojan los presos todas las noches. Esos pabellones están conectados por largos pasillos llenos de rejas, que los comunican entre si. El acceso por esos pasos se hace más sencillo con el carnet de Liberté porque la cooperativa ha sido reconocido por la justicia y debió ser aceptada por el servicio penitenciario bonaerense, aunque a veces cuesta la convivencia. El carnet es justamente el salvoconducto que extiende a sus socios para poder atravesar las rejas todos los días, para llegar hasta este lugar.
Uno de sus méritos, dicen los que la forman, es que los que pasan por Liberté y se comprometen con el proyecto asociativo no vuelven a la cárcel nunca más. Tienen un índice de reincidencia cero.
Cuenta Claudio: “Empezás trabajando en la huerta, haciendo el trabajo más duro. Yo empecé con gente que ya no está, con otros que se fueron en libertad, y bueno, ahí me enseñaron más o menos a trabajar esta tierra, porque cada lugar es distinto. Y con nada, porque acá había escasez de palas, de herramientas de mano, porque todo se hace a mano, nada mecanizado. Ahí tuve la oportunidad esa de aprender y buscarle la mano”.
-¿Y nunca te arrepentiste? ¿Te sirve ese laburo?
-Sí, me sirve porque es una manera de desconectarse de estar encerrado en la celda.
-Estar todo el día en el pabellón no tengo idea, mentalmente, de cómo debe ser…
-Mentalmente uno va para atrás, porque se maquina todo el día al estar encerrado. Es eso, patio y nada más. Pero acá estamos como si estuviéramos cada uno en un trabajo, y cumplimos las horas. Más allá de eso después tenemos recreos. Tenemos cancha de paleta, tenemos cancha de bochas, de fútbol. Ahora estamos haciendo una cancha del tejo. Se puede jugar al ajedrez, ver películas a la tarde. Y si queremos hacer un una torta para compartir con los compañeros la hacemos. No estamos todo el día abocados al trabajo, pero tenemos nuestro horario. Algunos nos quedamos un poco más, otros menos, pero siempre estando acá.
Prosigue Claudio: “Con algunos de los compañeros, todos hablamos y decimos lo mismo, el estar encerrados en el pabellón no sirve de nada, porque no todos somos iguales y escuchar a lo mejor historias de cárceles, de cosas así, no nos interesa. Lo que nos interesa de esto es estar despejados y en contacto con la familia”.
-¿Y acá en la quinta el diálogo entre ustedes es qué hacemos para mejorar esto?
-Claro, sí. Qué vamos a sembrar en primavera. Nos ponemos de acuerdo junto con Mauricio, el ingeniero del INTA, que también nos da una mano. Él no más o menos nos va guiando. Anteriormente nos traía las semillas y todo eso, como se cortó el Prohuerta, ahora las hacemos nosotros las semillas. Es la única forma de proseguir, de alguna forma nos tenemos que arreglar.
-Hasta que pueda volver a entrar a semilla de afuera.
-Exacto, sí, o que podamos, a lo mejor, si Dios quiere, sacar algo de producción, en donación o intercambio como para poder ingresar tanto alguna herramienta de mano como semillas o plantines. Incluso también al tener más semillas podemos hasta donar a algún comedor, alguna mercadería también que tengamos.
Claudio nos cuenta que en Liberté funciona un comedor comunitario para los socios, que se aprovisiona con las verduras que ellos mismos producen. “La mayoría de nosotros comemos acá, porque sino tenemos que ir temprano al pabellón. Antes pasaba que se iba temprano mucha gente porque iba a comer, pero de esta forma el comedor ayuda, porque uno se puede quedar acá todo el día”.
-Yo no sé qué qué te pasó en la vida, cómo terminaste acá. Pero ¿recuperaste el placer de la quinta?
-Sí, yo en el único momento que me siento que estoy acá es el día que no vengo, que a lo mejor es un sábado o un domingo. Antes veníamos todos los días, pero ahora tenemos ciertas restricciones y podemos venir pero menos. Nos vamos rotando para que todos los compañeros vengan. Entonces, como uno no está acostumbrado a estar todo el día tirado en la cama, es el único día que uno se siente encerrado.
no se está preso en máxima seguridad por ser demasiado bueno