El uso de biofertilizantes en los suelos argentinos todavía es incipiente. Dentro de la gran deuda de nutrientes que acusa el suelo, generalmente se habla de la aplicación de microgranulados y otros químicos tradicionales como forma de achicar la brecha.
En este marco, investigadores de Conicet, junto a colegas de Chile, trabajan en un desarrollo que apunta a revertir esta situación. Se trata de dispositivos o “micro-laboratorios” que imitan suelos agrícolas, con los que se busca estudiar la manera en que las bacterias que fijan nitrógeno actúan y colaborar en el desarrollo de biofertilizantes.
Bautizados como “suelos en un chip” (SOCs, por sus siglas en inglés), poseen el tamaño de la yema de un dedo y están constituidos “por granos y poros que imitan los suelos arenosos o limosos que predominan en la agricultura argentina”. Según dieron cuenta desde el organismo, eso facilita el estudio de la interacción de los microorganismos, emulando lo que realmente sucede en el suelo.
“Aunque aún falta mucho, creemos que este puede ser un buen punto de partida”, señaló la investigadora Verónica Marconi. Si bien pensar en su aplicación para la producción de biofertilizantes parece lejano, destacan que, de algún modo, la parte más compleja ya fue sorteada y ahora cuentan con el espacio adecuado para estudiar a esos microorganismos.
En particular, demostraron interés por las B diazoefficiens, un grupo de bacterias que ayudan al crecimiento de las leguminosas, como la soja y el maní. Tal vez su nombre científico sea poco conocido, pero no así su función: Estas bacterias permiten a las plantas fijar el nitrógeno de la atmósfera, al convertirlo en amoníaco que pueden absorber en sus raíces.
Desde ya que ese proceso natural puede potenciarse, y a eso apunta el uso de los biofertilizantes. En vez de aplicar amoníaco, se envían esas bacterias al suelo. Para eso es clave conocer su interacción, y son estos microchips los que replican el sistema de microcanales que existe en la naturaleza, y por los cuales se mueven los seres vivos
“Es importante estudiar la capacidad de ‘nado’ de cada tipo de bacteria, para saber cuáles pueden llegar más rápido o más eficientemente a la raíz y nodular mejor”, señaló Marconi.
Cuando aquello se conozca en detalle, podrán incluso avanzar en formas de inoculación y establecer si es mejor aplicar los biofertilizantes en el surco o directamente en la semilla.
Además del grupo que dirige la investigadora Marconi, miembro del Instituto de Física Enrique Gaviola, también participaron integrantes del laboratorio de microfluídica que dirige María Luisa Cordero, en la Universidad de Chile, y el laboratorio del investigador del Conicet Aníbal Lodeiro, en el Instituto de Biotecnología y Biología Molecular.
Más allá de su aplicación en el desarrollo de biofertilizantes, los investigadores aseguran que el uso de estos micro laboratorios podría ser útil para muchas otras ciencias básicas, pudiendo ser aplicados en áreas agroindustriales, biotecnológicas, ambientales o de bioremediación.