“La cabeza también se entrena, incluso, creo que es más importante la cabeza que el cuerpo, es la que te lleva, la que hace que te levantes de tu silla cómoda y te pongas las zapatillas para salir a correr. Tenés que tener voluntad y eso es cabeza”. El textual es de Livia Negri, bioquímica con una larga trayectoria en INTA, desde 2024 es directora del Centro de Investigación de Agroindustria, integrado por el Instituto de Ingeniería Rural y el Instituto Tecnología de Alimentos. La charla sobre su vida, su vínculo con el campo, su profesión y su otra pasión, el deporte (ha corrido triatlones), se dio durante el último capítulo de El Podcast de tu vida que pueden escuchar en Spotify.
Livia nació en Paraná y se crió yendo de vacaciones al campo entrerriano. Su papá físico. Su mamá bióloga. Esa combinación redundó en que terminara estudiando bioquímica. Pero al ir desandando la carrera no se imaginaba dentro de un laboratorio.
Siendo estudiante trabajó en el mal de Chagas y ganó una beca para trabajar en el desarrollo de kits para hepatitis C. Desde 1998 está relacionada al INTA. Parte de su carrera la hizo vinculada al desarrollo de una lechería “inteligente”, haciendo foco en la gestión de datos e información. Es especialista en Gestión de la Tecnología y de la Innovación, Magister en Ciencia y Tecnología de Alimentos.
“Éramos cuatro hermanos haciendo travesuras en el campo, anécdotas tengo miles, caídas, caballos, una infancia sana y llena de herramientas para la vida”, recuerda Livia sobre su infancia. Su otra pasión, además del campo, han sido los deportes y en esta charla cuenta sobre cómo empezó a correr, después a andar en bici y, finalmente, se animó a nadar (“no es lo mío, zafo, pero me animo a nadar en cualquier lado, trato de no salir última del agua”).
Su última aventura fue semanas atrás en Nueva Zelanda, donde corrió el IronMan 70.3. Pasen y lean…
-Quiero romper el hielo pidiéndote que trates de describir qué te pasa por el alma, el cuerpo, el espíritu cuando terminás una carrera como el Ironman o un medio Ironman… Debe ser una situación de mucha satisfacción, te levanta el ego…
–Pienso la respuesta y se me pone la piel de gallina porque es una movilización enorme. Si leés lo que escribe cada uno es una cosa muy movilizante. A mí me pasa que cruzo esa línea y siento un total agradecimiento. Agradezco poder hacerlo, poder haber cruzado esa meta que detrás tiene un montón de entrenamiento, de resignaciones, de tiempo, sacrificio, dinero, cariño, expectativas. Agradezco que todo se dio. Todos te preguntan “¿cómo saliste?”, y yo aclaro: “La hice. Crucé la meta”. Ya eso alcanza.
-¿Podés ir disfrutando el camino mientras vas andando? Porque la meta es llegar a cruzar la línea de llegada, pero también es disfrutar el camino, sea los entrenamientos como la carrera.
-Sí, tanto el entrenamiento como la carrera en si es como la vida. Una vez escuché una frase que me gustó que decía: “la vida es todo eso que transcurre entre que nacés y te morís”. Todo ese mientras tanto de entrenamiento y carrera hay que disfrutarlo. Te tiene que gustar. Aprendés a bancarte el sufrimiento, pero disfrutás mucho ver tus pequeños progresos día a día entrenando. Te volvés más resiliente. Yo disfruto mucho.
-¿Y de la última carrera en Nueva Zelanda?
-Uff… en la bici, de repente aparecieron las vacas, que parecían sembradas ahí… vengo de la lechería y verlas ahí, echadas debajo de un árbol y yo subiendo una cuesta pedaleando… Y después te vienen pensamientos que te hacen querer abortar todo. Es una lucha. Pero después pensás lo que hiciste y por dónde vas y dónde estás y eso es maravilloso. Sufrimiento no me queda como sí lo positivo.
-Vayamos a tu infancia y después volvemos a esto. ¿En qué lugar te criaste? ¿Cómo era tu vínculo con el campo?
-Vivía en la ciudad, en Paraná, Entre Ríos, pero me crié en el campo, yendo cada vez que podía. Era mi lugar de poder ser con mis cuatro hermanos. Andar a caballo, estar ahí como indios, el lugar donde más libre me sentía, conectada con la naturaleza. Esa fue mi infancia y hasta adolescencia.
-¿De ese momento te acordás de alguna comida, olores, situaciones que se te vengan a la cabeza, al alma?
-Anécdotas tengo miles. Imagínate que éramos cuatro hermanos que montábamos a caballo desde que tenemos memoria. Volver rezando todos caminando porque se venía una tormenta con rayos. Miles de caídas. Te levantabas y seguías. Aventura permanente. Creo que fui gato de todas las que pasé y pasamos. Un día mi hermana me pidió que la llevara en un caballo y yo sabía que no le gustaba que lleven. Se subió atrás mío, salimos de un potrero, pasamos la tranquera y se paró en dos patas, nos tiró a las dos y mi hermana cayó sobre una piedra, se partió la oreja… tremenda anécdota… Una infancia tan sana, llena de herramientas. Fantástica.
-Terminaste estudiando bioquímica. ¿Era tu plan A? ¿Tu plan b? ¿Qué querías ser o hacer?
-Era lo que se respiraba en mi casa. física, matemáticas, me crié con esos libros. Siempre me atrapó entenderlos. Estaba la carrera y fui por ahí. Tampoco tenía clara la salida laboral que cuando la supe no me gustó. Pero me apasionó la carrera. No me costaba estudiar. Hoy creo que otras carreras me hubiesen gustado. Una ingeniería, ingeniería en alimentos. Pero la verdad es que me fui haciendo, complementando esa educación universitaria con postgrados y terminé estudiando una maestría en ciencia y tecnología de alimentos que me dio muchas herramientas. Me encantan los procesos.
-¿Qué te gusta de lo que hacés hoy? Esos días que te levantás y te encanta lo que vas a encarar ese día…
-Me encanta el equipo de gente que tengo. Trabajar con ese equipo. Fue un super desafío tomar un cargo de dirección, pero me postulé y salió. Fue un gran desafío. Yo venía con otra cosa, no tenía gente a cargo, eran más de pensar y desarrollar proyectos, pero cuando entré eran 120 personas. Hoy somos menos. Es un equipo dinámico, son re pilas. Estamos con un organismo púbico, con presiones por todos lados, con todo lo que representa hoy en Argentina. Pero la gente confía en mí, apuesta a proyecto que propuse. Y estoy contenta.
-¿Qué era el deporte en tu vida en tu infancia y adolescencia?
-Pasé por todos los deportes: vóley, jockey, natación, atletismo. Nadar era lo que menos me gustaba. Durante la facultad no hice nada. Y cuando empecé en 1998 en INTA ahí empecé a correr con una compañera en el horario de almuerzo, en los caminos de tierra de Rafaela. Cálidos… (se ríe). Yo sentía que me moría. De a poco empezamos a pedalear a un pueblo, a otro, a correr y no paré más.
-No paraste mas, qué loco. ¿Y el triatlón cómo surgió en tu vida?
-Ella, Mónica, era triatleta. Hacía bien todos los deportes. Y ya hacía triatlón, pero yo estaba empezando a correr y apenas podía con eso. Su marido hacía Ironman… para mí era ¡guau! Pero ahí me quedó… Yo ya hacía dos disciplinas, me gustaba correr. Me encanta entrenar, necesito entrenar, necesito ese espacio de conectar conmigo, con otra cosa, todo lo que me pasa cuando desconecto del trabajo y conecto con el deporte. Hace tres años o cuatro, a los 49, me planteé que no era muy sostenible seguir solamente corriendo, porque empezaron las lesiones. Y yo quería entrenar todos los días y no podés correr todos los días de tu vida, toda tu vida, sin romperte. Entonces empecé a nadar y en breve me metí en triatlón… como algo más amigable para el cuerpo, porque entrenás más pero vas cambiando de disciplinas. Y me encantó.
-¿Cuál de las tres es la que más cuesta y cuál la que te es más fácil?
-Me cuesta más nadar. No lo hice de chica, hay una diferencia con los que vienen de nadar de chicos. Yo vengo de correr. Está bueno porque en lo que no soy buena está al principio, porque el triatlón empieza nadando. Me animo a cualquier tipo de agua. El agua tengo que pasarla tratando de no ser última pero después me queda la bici que voy super bien, la disfruto un montón, y cuando me bajo de la bici, que en general llegás muerto, es mi momento. Ahí es lo último que me queda, estoy cansada, pero es mi disciplina preferida. Puedo ir charlando, riéndome…
–¿Qué papel juega la cabeza? Porque son carreras largas, 6-7 horas exigiendo el cuerpo. En algún momento el cuerpo te pide dejar… ¿Se entrena lo mental?
-La cabeza se entrena del minuto uno. Creo que es más importante la cabeza que el cuerpo. Es la que te lleva, es la que hace que te levantas de tu silla cómoda y te pongas las zapatillas. Después sí, si no entrenás te falta el aire o lo que sea. Tenes que tener la voluntad y eso es cabeza. El otro día escuchaba a alguien hablando de filosofía estoica y hablaba de los buenos hábitos. Dice que cuando vos no tenés buenos hábitos tenés un delta de energía que vencer para llegar de ese mal hábito al buen hábito. Es un esfuerzo grande. Pero cada vez que vos vas repitiendo ese hábito, ese delta es más chico.
-Si, gastás menos energía para tomar la decisión de ir a entrenar, ya está en tu planificación del día…
-Claro. También me voy dando cuenta dónde están mis trabas. Me cuesta llegar del trabajo a casa porque listo, llegué, no quiero salir de nuevo. Entonces, lo que hago es salir de trabajar e irme directo a entrenar. Entonces en el entrenamiento vas entrenando también tu cabeza. Te dan para hacer diez pasadas y vas por la octava y decís, ya está, tu cabeza te empieza a boicotear, te dice “descansá, trabajaste todo el día, te lo merecés”. Y cuando estás en una carrera ni te explico. Te da la sensación de querer abandonar, de bajarte. Pero lo bueno del entrenamiento es que te va preparando para eso.
-¿En qué vas pensando cuando te toca un entrenamiento largo? En algún momento dicen que uno atraviesa como por un túnel de “iluminación”… jeje…
-Sí, siempre me pasó. Las cosas más creativas que se me han ocurrido se me aparecieron corriendo. Para mí es mágico. Toda la carga y lo que te agobiaba mentalmente desaparece. Podés tener ideas super creativas. Darme cuenta del camino que tenía que seguir.
-¿Tenés o tuviste mascotas? Perros, gatos…
-Sí, tuve perros, gatos, tengo perro. Mi perro de chiquita era como un hermano. Éramos nosotros cuatro y ellas siempre cuidándonos. Esa conexión con “Guardiana”, un pastor alemán, no la tuve más. Ahora tengo un caniche que se llama “Rabito”, es hijo de una perra de mi hermano, él la quería dar. Estábamos en el campo y vino y se me sentó arriba. Tiene trece años ya.
-Bueno, llegamos al pin-pong de El podcast de tu vida. La primera pregunta es qué tan buena cocinera sos o si tenés algún plato especial
-Sí, cocino bien cuando tengo ganas de dedicarme. No le dedico mucho, mi comida es re sencilla. No es que diga “qué bueno, voy a cocinar”, pero algo que me gusta hacer es el locro y les gusta a los chicos. Me gustaba hacer tortas y cosas dulces también, pero hace mil años que no hago.
-¿Tu desayuno? ¿Qué desayunás?
-De lunes a viernes yo entreno a la mañana temprano y de ahí me tomo una leche o chocolatada en el auto, a media mañana frutas, huevos. Los fines de semana sí me gusta cuando puedo, tostadas, palta, huevos, frutas, yogurt, frutos secos, me encanta todo eso.
–Series, películas, ¿por dónde vas?
-Me gustan mucho las de política internacional. Una de las que me encantó es “Borgen”.
-Si pudieses tener algún superpoder ¿Cuál te gustaría tener? ¿Nadar como Acuaman?
-(Se ríe) Si… claro, ese sería mi segundo superpoder. ¿Cómo hacen para nadar tan bien los que nada bien? Pero el que me gustaría tener es el de la salud física y mental. Los patitos en orden…
-Si pudieses subirte al Delorean, el auto de “Volver al futuro”, ¿a qué momento te gustaría ir?
-Hay dos momentos que me gustaría ir. Uno es al lado de Nelson Mandela para ver cómo vivió, cómo pensaba. Me parece un hombre bisagra.
-Ahora que ya estamos terminando este recorrido ¿La historia de quien te gustaría escuchar en próximo capítulo de EPV?
-Creo que me gustaría escuchar y compartir la historia de los Chiavassa, familia de tamberos. El amor por el tambo, la familia.
-Bueno, llegamos a la última pregunta, tenés que elegir un tema musical para cerrar la charla. ¿Cuál elegís?
-“Pasajeros”, de Las Pelotas. Vamos con ese.