A una hora de Salta Capital, en pleno Valle de Lerma, se encuentra la pequeña finca donde Carlos Lewis, junto a su esposa y sus 6 hijos, escribió su historia, entre el tabaco, el tambo caprino y la quinta.
Carlos ya está “de vuelta”. Fue intendente de su pueblo, Coronel Moldes, fundó dos museos y sobrevivió a la crisis del 2001. Hoy sólo quiere dedicarse a aquello que le da placer. Por eso, en un intento de ser autosustentable, vive de forma austera e insiste en producir tabaco salteño, como lo hace desde chico, pero sin químicos y de forma sustentable.
“Toda mi vida estuvo vinculada al tabaco”, señala el ingeniero agrónomo, que seguramente mire mal a quien le diga que el cultivo es sinónimo de cigarrillo. Carlos apenas sabía leer y escribir cuando ya distinguía el aroma de las hojas del Virginia, la variedad americana y más reconocida, secándose en los hornos. Lo plantó, lo consumió pero, sobre todo, lo estudió hasta tal punto que es considerado una eminencia del tabaco en el norte argentino.
En Finca Santa Anita, el territorio que heredó su esposa, Ana Valentina Chávez, de sus padres, hay un resquicio de lo que en algún momento fue la valoración social del cultivo. El propósito de Lewis al elegir el antiguo secadero como sede de su museo del tabaco “Puerta de Diaz”, hace ya 21 años, fue, precisamente, recuperar su historia, más allá del vicio y las connotaciones negativas que trajo el negocio de las multinacionales.
Mientras lo recorre junto a Bichos de Campo, el productor asegura que el atractivo está en su origen natural y chamánico, cuando en todo América, previo a la llegada de los españoles, se consumía tabaco con un uso medicinal, ritual y como alimento para el alma. “Eso es lo lindo y apasionante”, asegura.
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Lo que hace cientos de años fue sinónimo de paz y amistad, hoy es un negocio consolidado. Sin ser ajeno a eso, Carlos se permite reprocharle a las grandes empresas haberse quedado “sólo con el aspecto adictivo” en detrimento del natural e introspectivo. Él, por su parte, se reconoce como fiel defensor del “uso respetuoso del tabaco”, y considera que la única forma de continuar produciéndolo es de forma orgánica.
“No es sólo rédito y ganar plata, sino también cuidar el medioambiente y a la gente”, destaca Lewis, que trabaja con agroinsumos y esquiva los aditivos químicos tanto en su vida cotidiana como en la producción. Subido al tren del cambio generacional, el agrónomo salteño destaca que es un nicho interesante, porque “la juventud lo valora y tiene una mirada mucho más consciente”.
Más allá de todo, Lewis sabe que es sólo una mancha más en el tigre. “La producción orgánica es prácticamente insignificante”, asegura el agrónomo, que lo que menos quiere a esta altura de su vida es preocuparse por la competencia: con subsistir y hacer lo que le gusta, está bien. De hecho, ha encontrado el modo de despuntar el vicio, porque asesora y trabaja junto a una marca de tabaco orgánico, “Sayri”, que unos jóvenes cordobeses fundaron tras conocerlo.
En realidad, el cambio que hoy pregona y apoya el productor e historiador, nació, en parte, por una necesidad. La crisis que atravesó el sector, entre los 90 y los 2000, dejó a muchos productores pequeños en el camino y favoreció la concentración; pero Lewis no quería ser parte de los excluidos y por eso decidió abandonar la variedad Virginia, a la que estuvo vinculado desde su infancia, y optar por la criolla, menos intensiva en mano de obra y recursos.
Por supuesto que, en ese importante giro, también influyeron sus convicciones. “Lo primero que me empezó a hacer ruido es que se quemaran 4 o 5 toneladas de leña en las estufas para secar menos de 1 tonelada de tabaco”, explicó.
Fue así como el secadero de su finca cayó en desuso y pasó a ser sede del museo, al tiempo que la energía solar se convirtió en el principal aliado para curar su tabaco criollo. Un proceso con menor costo ambiental y económico, y un productor que salió airoso de lo que parecía una crisis terminal.
Hay un viejo aforismo que recuerda “no poner los huevos en la misma canasta”, y fue esa la recomendación que, como un mantra, el matrimonio siguió para no fundirse. Así, de forma paulatina, la finca ubicada a 2 kilómetros de Coronel Moldes se convirtió en un criadero de cabras, un tambo caprino, una huerta orgánica y un epicentro del turismo agropecuario, con sus dos museos (el tabacalero y paleontológico), su oferta gastronómica y las actividades para los visitantes.
“En los noventa se hizo un esfuerzo por diversificar la actividad productiva tabacalera y el Valle de Lerma llegó a ser la cuenca caprina más importante del país”, explicó el agrónomo, que vio en la producción de leche de cabra la posibilidad de crecer y destacarse. Incluso, supo ser pionero, al importar animales en pie y semen de Nueva Zelanda y Australia.
Si se prendieron a la tendencia a tiempo fue gracias a su olfato por los negocios, pero también la experiencia y conocimientos de cada uno. Ana es chef profesional y responsable directa de los dulces y conservas. Carlos ostenta una colección de ajíes picantes asombrosa, con plantas de hasta 20 años de antigüedad. Y juntos, producen quesos de cabra que han sido merecedores de premios en varias ocasiones.
Así y todo, en lo que considera un “escenario imprevisible y con falta de reglas claras”, el agrónomo salteño tiene en claro que pronto se alejará del mundo de los animales, que supo ser su salvación pero hoy se ha tornado inmanejable. Liberado de esa “camisa de once varas”, como la define, sólo le quedará seguir conectando con sus raíces y abocarse a su tan preciado tabaco.
¿A su alrededor? Un mundo del que ya es ajeno. Quizá por su pasado como político y funcionario, quizá por su faceta de investigador y escritor de libros, o quizá porque tiene la sabiduría que sólo da el tiempo. Lo cierto es que Lewis ya es sapo de otro pozo y prefiere describir el escenario del sector tabacalero con la perspectiva de un historiador que ha sido protagonista de la historia.
“Hubo un recambio generacional”, explica Carlos, a propósito de la foto que hoy ofrece la actividad: mayor tecnificación y concentración en torno a grandes firmas. “Muchos de los productores tradicionales desaparecieron o fueron arrendando y cambiando de actividad”, agregó el agrónomo, que aun así reconoce que los pequeños y medianos productores, como él, siguen dando pelea para subsistir.
-Además del tabaco, ¿qué otra actividad se desarrolla en la zona?
-La principal actividad sigue siendo el tabaco, pero la producción es muy diversa. Hay tambos, hay producción de granos y también especias. Lamentablemente, creo que no tiene el grado de intensificación que podría tener si este valle estuviera en otro país o región. En este momento, la producción de tabaco ronda las 22.000 hectáreas, pero en otras épocas hemos llegado al doble de superficie.
-¿Qué características productivas tiene el Valle de Lerma que lo hacen propicio para el desarrollo de cultivos y ganadería?
-Geográficamente, el valle comienza en Alemanía y termina en La Caldera. Tiene más de 150 kilómetros de largo y hasta 40 de ancho. Es un valle extremadamente rico y fértil, y sus ríos permiten que haya un sistema de riego que viene de épocas coloniales. Es una zona con un potencial enorme.
Cómo siempre, Bichos de Campo, ofreciendo notas de excelencia.
Desde la provincia de Jujuy, Mil Felicitaciones.