Tengo que confesar cierta sensación de hastío al advertir que en la Argentina gran parte de lo que sucede es viejo. Cambia el escenario. Los actores pueden ser otros. Pero la obra representada es siempre la misma.
Cuando existe libertad suceden cosas extraordinarias y la Argentina, a pesar de ser un gran “coto de caza”, tiene algunas “islas” de libertad, como puede ser el caso de la comunidad informática, cuyos miembros no sólo compiten abiertamente entre sí, sino con profesionales de otras naciones del mundo. No es casual la enorme cantidad de emprendimientos tecnológicos que se crean año tras año.
Otra “isla de libertad” es el agro, cuyos productos, al tratarse de commodities –como es el caso también de la hora de programación–, pueden ser adquiridos en diferentes orígenes. Cuando alguien necesita importar maíz, resulta indistinto si proviene de Argentina, Brasil, EE.UU. o Ucrania.
Las personas que habitan en un entorno liberado, deben permanecer “despiertas” para poder seguir en el negocio; no pueden darse el lujo de dormirse. Tienen la obligación de ser creativos e innovadores y, si pierden esas cualidades, terminan en algún momento saliendo de la actividad.
Cuando desde el Estado, en lugar de promover las condiciones de desarrollo, se aplican obstáculos y distorsiones que atentan contra los creadores de valor, se incrementa la “presión de selección”, lo que implica “barrer” a mucha gente para dejar solamente a los más aptos. En términos cualitativos, eso puede generar una auténtica explosión creativa, pero al final del día todos nos volvemos más pobres.
El discurso ofrecido por el presidente Javier Milei en la Bolsa de Comercio de Rosario resultó decepcionante para la comunidad agropecuaria argentina por tales motivos. No es necesario explicar hasta el hartazgo el desastre heredado de las gestiones kirchneristas porque ya todos lo saben. Ahora lo que quieren saber es cómo vamos a crecer; cómo vamos a “generar más plata”.
Si el discurso dominante es “no hay plata”, entonces parecería que la política económica reside en acostumbrar a la población a vivir en la pobreza. No existe novedad alguna al respecto, salvo el hecho de promover la resignación a una escala masiva.
En los últimos años comenzó a gestarse una nueva línea experimental asociada a investigar las “brechas de rendimiento”, por medio de la cual se compara un cultivo agrícola convencional con otro al que se le aplica toda la tecnología disponible sin importar el costo económico. Los resultados obtenidos son impresionantes e indican que, por falta de incentivos, el país se pierde de producir decenas de millones de toneladas de granos que resultarían clave para recomponer las reservas internacionales del Banco Central (BCRA) y poder tener así una moneda propia.
El problema de Milei, y de toda la gente que vive de y para el Estado, es que no sólo no tienen a nadie de confianza que les explique qué sucede en la principal maquinaria elaboradora de divisas del país, sino que además ni siquiera se toman la molestia de investigarlo por cuenta propia.
Alguien podría contarle, por ejemplo, que existen tecnologías diseñadas para realizar aplicaciones dirigidas contra las malezas, de manera tal no hacer una aplicación general de herbicidas en toda la extensión de un campo, sino solamente en los lugares específicos en los cuales se detecten malezas, con los beneficios económicos y ambientales que eso implica. Alguien podría explicarle que un grupo de jóvenes argentinos diseñó un equipo que emplea cámaras RGB e inteligencia artificial para realizar aplicaciones dirigidas de herbicidas incluso con cultivos emergidos, lo que representa un hito tecnológico de orden mundial.
Y así podríamos estar horas hablando de las cuestiones extraordinarias que suceden en el agro argentino, pero para qué tomarse esa molestia si se puede vivir del Estado sin mayores esfuerzos ni complicaciones, premisa que es válida hasta que un día los generadores de divisas se cansen. No podrán llevarse los campos a otros país, pero sí reducir las inversiones a la mínima expresión.
La buena noticia es que lo que sucede en a Argentina ya ocurrió en otras naciones, incluso en países ahora avanzados, como Australia, que lograron dar el salto al pasar de la decadencia del “coto de caza” a una fase de desarrollo monumental luego de transformarse en una economía abierta.
Y el hecho es que para crecer, terminar con la inflación y desarrollarse resulta indispensable liberarse de todos los “cotos de caza” usufructuados por una oligarquía protegida por la máquina de impedir del Estado. Eso es viejo, muy viejo. Ojalá que algún día pueda aparecer algo nuevo.