El ingeniero agrónomo Federico Bert pasó primero por los grupos CREA y desde hace un tiempo es asesor del IICA (Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura). Esa posición le ha permitido tener una visión por lo menos continental sobre los desafíos y posibilidades de las cadenas productivas contemporáneas. En ese contexto, piensa que la Argentina podría aprovechar mucho más algunas posibilidades presentes en el mercado internacional de alimentos, donde se reclaman productos cada vez más “sofisticados”.
Especialista en nuevas tecnologías, Bert conoce al dedillo la realidad de los campos argentinos. Ahora que pudo ampliar su mirada a los 33 países que integran el IICA, se permite opinar que más allá de la diversidad de cultivos y situaciones que existen en el agro del gran continente americano, la agricultura dentro del continente sortea los mismo problemas.
“Uno de los aprendizajes que me llevo es que las problemáticas principales son como transversales a toda esa diversidad. No importa si las plantaciones son más grandes o más pequeñas, a todas las atraviesan las cuestiones ambientales, la preocupación sobre cómo manejar mejor o tener un menor impacto en el ambiente y el cambio climático”, afirmó Bert en su diálogo con Bichos de Campo.
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Otra problemática común de todos los agricultores americanos, según Bert, es que en todos los países suele repetirse el clásico divorcio entre el medio rural y la ciudad. En este sentido, a las autoridades del sector en la región les preocupa las demandas sociales y las nuevas reglas del mercado.
“En todos los países se expresan de una manera distinta, pero la preocupación es la misma. Hay una cierta cantidad de temas que diversos países comparten como prioritarios. Por ejemplo todos coinciden en cómo hacer la actividad más rentable y se tecnifique más. Cómo hacer para involucrar a las próximas generaciones y la necesidad de tener el menor impacto posible sobre el ambiente, a partir de las demandas, cada vez más exigentes, de los mercados internacionales”, explicó.
En este sentido, el especialista alega que la forma de producir está cambiando porque una parte de la sociedad exige una agricultura más sofisticada. “Estamos en el medio de un cambio. Hasta acá como sector agrícola hemos podido suministrar la demanda que una población creciente requería. De acá en adelante empieza a importar cada vez más el qué y el cómo se produce”.
“Estamos en una nueva era, donde también es importante cuánto producimos, porque la población sigue creciendo y la demanda sigue aumentando, pero la demanda se hace cada vez más exigente. Entonces empieza a convivir una demanda súper exquisita que quiere un café hecho en altura, que sea orgánico y con huella de carbono, versus otra que lo único que pretende es comer un plato de arroz al día”, contó Bert.
-Las exigencias de los consumidores generan mucho valor, ¿La agricultura sofisticada se paga?
–La sofisticación se paga. Hoy hay más gente dispuesta a pagar más por algún atributo especial en algún alimento y eso le ofrece un valor adicional. Pero por otro lado, también es agregar valor, producir un commoditie que usó biotecnología o alguna tecnología digital desarrollada por algún emprendedor local. Sí es cierto que a medida que avanzamos hacia algo más sofisticado, hay como más oportunidades de negocio y de generación de valor. Yo observo que las nuevas generaciones tienen los mismos hábitos de consumo, los intereses están súper globalizados.
-¿Coincidís con la teoría de que los nuevos consumidores tiene como denominador común la conciencia ambiental?
–Absolutamente. En ese sentido yo creo que la humanidad en términos generales, puso en su ecuación el tema sostenibilidad al mismo nivel que otros temas que tenía antes, al punto de que a veces parecemos olvidarnos que todavía existen mil millones de personas que no comen.
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-En Argentina la política agropecuaria parece estar alejada de estas tendencias…
–Si, hay muchos temas recurrentes que no logramos superar. Pero también con estas nuevas demandas que generan mercados emergentes, hay algunos que no reniegan mucho de dónde viene esa demanda, ni tienen en cuenta si el consumidor tiene razón alguien en querer algo orgánico, y entonces lo aprovecha. Vos podés observar hoy en Argentina, por ejemplo, un mercado de soja no genéticamente modificada (no OGM), que crece, un mercado de soja orgánica que crece. Quienes la vieron o se metieron en eso, los empresarios agropecuarios que muchas veces son los mismos que exportan, capturan esa oportunidad que suena como abstracta, pero que realmente existe.
-¿Entonces hay espacio para todos?
-Yo creo que la demanda es lo suficientemente amplia y grande como para que cada uno ocupe un nicho. Y si yo me siento cómodo con commodities, sin ningún tipo de diferenciación, puedo convivir con eso porque hay un segmento que me va a pedir eso y sigue aumentando. Y si me interesa capturar oportunidades de alto valor, que requieren tecnificación, puedo ir a eso también. Es tan grande la tracción de la humanidad para con la agricultura que hay oportunidades para todos los gustos.
-Tomando como referencia la experiencia del turismo agroecológico como política pública en Costa Rica, donde se radica la sede del IICA, ¿no crees que la Argentina pueda seguir ese ejemplo y mostrase como referente en materia de protección ambiental y alimentos sanos?
–Absolutamente. Pero nos falta lo mismo de siempre, coordinación, consenso, ceder algunas posiciones, tomar una posición como bloque, primero a nivel del país, luego quizás a nivel regional. La agricultura de Argentina tiene muchas cosas buenas para posicionarse. Se necesitan políticas públicas, por supuesto, pero no es solo eso. También muchas veces vemos que entre privados cuesta ponerse de acuerdo y cuesta armar un plan estratégico este. Por eso planteaba que la institucionalidad público privada es el mecanismo que tenemos para tratar de ponernos de acuerdo, armar una narrativa, plantear las fortalezas que tiene nuestro país y salir al mundo con eso. Incluso con la posibilidad que te dan organismos como IICA que junta un montón de países. Falta organizarnos un poquito.