“Navego”. Así, cortito, responde Vanesa cuando alguien le pregunta a qué se dedica.
Y luego inmediatamente le llegan los comentarios como “No sabía que había capitanas mujeres”; “Ah, pero mirá vos, qué raro”. Y el superclásico: “¿Pero en el barco no son todos hombres?”.
Es por todo esto que Vanesa Bidart (43), siempre que puede, esquiva estas conversaciones. “Es un trabajo como cualquier otro”, resume con genuina naturalidad, para luego quedarse callada y con esa gran sonrisa luminosa que aparecerá muchas veces durante la entrevista. Una entrevista que costó concretar, en parte porque el último viaje de Vanesa dedicado a la pesca del langostino duró más de lo planeado a causa del mal tiempo y, también, porque a esta capitana le cuesta creer que lo que ella hace sea “como para una nota”.
Pero lo cierto es que no es común que una mujer tenga el título de Vanesa, capitana de pesca, que le permite manejar barcos pesqueros de más de 1.600 toneladas, y que es la categoría máxima que se cursa en la Escuela Nacional de Pesca de Mar del Plata, que depende de la Armada Argentina. Hoy, hay solo tres mujeres capitanas de pesca en nuestro país.
¿Por qué tan pocas? La respuesta rápida suele ser “por una cuestión cultural”. Y ¿de dónde viene esa cuestión cultural?
El año pasado se realizó un estudio sobre la participación de las mujeres y personas LGTBIQ+ en el sector pesquero marítimo y de ahí surge parte de la respuesta. El principal problema es el sesgo o prejuicio de género: quienes tienen poder de contratación se resisten a tomar mujeres argumentando que “generan problemas”. Esta forma de pensar afecta el ingreso de las mujeres a las embarcaciones y, luego, la permanencia tampoco es fácil: varias entrevistadas para el estudio contaron que tuvieron que resistir apremios cotidianos, subestimaciones de sus capacidades y situaciones de acosos.
Un ejemplo es algo que ocurre muy a menudo en los barcos: el hurto de bombachas y corpiños. Parece un tema menor, sin embargo vivirlo genera impotencia y refleja una combinación de violencias, tanto psicológica como simbólica y muchas marineras deben perder tiempo pensando dónde secar las prendas íntimas luego de lavadas. Esta situación refleja uno de los tantos obstáculos que deben sortear las mujeres; lo bueno, es que se está hablando del tema y que poco a poco ellas son cada vez más en el sector.
A Vanesa nunca le tocó violencia explícita pero sabe que es algo común en el sector y que la mayoría de las mujeres lo sufre, por lo cual considera que es clave denunciar con nombre y apellido, y que haya sanciones reales.
También agrega que otro problema es que los barcos no están preparados para que hombres y mujeres compartan un viaje con comodidad, ni siquiera los más nuevos. “Parece que los construye gente que duerme en su casa, entonces no tiene idea de cómo son las cosas a bordo y qué hace falta para facilitar el trabajo diario y la convivencia”, señala.
“Por eso, lo esencial es que te guste este trabajo, de lo contrario se torna muy difícil porque uno está lejos de su casa y de su familia. En lo personal, a mí me gusta de alma y muchas veces cuando estoy en tierra extraño el barco”, dice Vanesa, al tiempo que agrega que ahora le está costando un poco más irse porque tiene una hija pequeña y la extraña.
La conciliación entre el trabajo y las tareas de cuidado es otro de los obstáculos. Esto se agudiza en el caso de las madres jefas de hogar que deben esperar que los hijos sean más grandes o tener una red de contención que sea parte del cuidado. Además, a una mujer que se embarca muchas veces se ve como abandónica, mientras que si es el varón quien hace este trabajo se lo considera un “gran proveedor”. Y esto también pesa a la hora de tomar decisiones sobre la vida laboral.
Este tema le toca más de cerca a Vanesa, ya que sabe que muchos miran con malos ojos los ritmos de su trabajo y se lo manifiestan cuando le preguntan qué cuánto tiempo se va a ir, que cuándo vuelve y que con quién se queda la nena.
“Con mi marido, que es piloto de pesca, somos un equipo y los dos estamos para la crianza, turnándonos en el trabajo. Ángel es un padre muy presente y amoroso, así que aunque extraño a mi hija, me voy tranquila porque sé que ella está en las mejores manos y lo mismo le pasa a él cuando se embarca”, enfatiza (hoy, sus viajes rondan los 10 días pero antes de la maternidad eran de 40).
Este juicio hacia la mujer que “se ausenta” tiene que ver con el ejercicio de la libertad y con el hecho de que pueda tener algo importante en su vida “por fuera” de la familia. Si a esto se le suma que disfruta de esa actividad, despierta más críticas porque aún hoy se mira con recelo que una mujer encuentre satisfacción fuera del ámbito doméstico, o sea, en la vida pública que históricamente ha sido territorio masculino.
“Desde que empecé a navegar, siempre me embarqué con mucho entusiasmo. Ahora me cuesta un poco más porque quiero estar con mi hija y los días previos al viaje me pongo ansiosa y siento que no quiero irme. Pero una vez que subo al barco todo cambia, ya estoy en mi trabajo y me siento bien, porque me gusta lo que hago y porque sé que en casa todo está en orden”, describe esta capitana que a viajar en marzo de este año.
Ahora que están visibles todos estos obstáculos, lo siguiente es dar pasos para cambiar esta situación, como fomentar acciones como el cupo laboral, dar incentivos económicos para las empresas que contraten mujeres y diversidades, y desarrollar espacios laborales igualitarios. También se necesita mejorar las condiciones de habitabilidad de los barcos para todo el personal y generar espacios de contención y seguimiento psicológico, tanto para las personas que sufren violencia como para quienes la ejercen.
Rara vez Vanesa habla de su trabajo. Nunca si no le preguntan, y poco incluso cuando le preguntan. “Empecé como marinera a los 25 años porque quería hacer algo distinto, ganar dinero y progresar, así que entré a la Escuela a capacitarme”, cuenta. “Tardé en encontrar trabajo por todo el tema de los prejuicios que hemos hablado, pero finalmente conseguí en un buque de pesca de vieira. Al principio fue difícil porque solo pelar la cebolla ya me provocaba náuseas, pero nunca pensé en abandonar porque me di cuenta rápido de que me gustaba mucho la vida de barco”.
-¿Qué hay que tener para ser un buen capitán o capitana?
– Una tripulación capacitada, saber mandar y tener empatía.
-¿Es muy difícil la convivencia?
-Hay que estar mentalmente preparada y saber que se trabaja mucho. En el caso de la pesca del langostino, las jornadas son desde las 8 de la mañana hasta las 11.30 de la noche.
-¿Qué es lo que más disfruta de su trabajo?
-Los cielos; he visto noches estrelladas como ninguna y amaneceres que conmueven. Y ojo, las fotos no pueden reflejar nada de todo eso, así que quien no se sube a un barco hay paisajes que nunca va a ver.