Una impecable nota publicada en las últimas horas por el Diario Río Negro, firmada por la periodista Florencia Bark, pone blanco sobre negro respecto de la producción frutícola del Alto Valle, una de las principales economías regionales de la Argentina que vive de crisis en crisis en las últimas décadas. ” Las chacras con peras y manzanas se redujeron un 23% en la última década en el Alto Valle. Miles de pequeños y medianos productores quedaron fuera de circuito y otros resisten. ¿Cuáles son las localidades más afectadas y el destino de esas tierras fértiles que eran frutícolas?”, se pregunta el artículo que robamos para esta sección por su enorme valor periodístico.
Esta es la nota:
Pérdidas y más pérdidas, grises en la foto del pasado y el presente de la fruticultura del Alto Valle de Río Negro y Neuquén. 11.703 hectáreas menos en diez años, ya están fuera del sistema en la región. Según estadísticas oficiales, en la última década se registró un decrecimiento del 24% en la superficie de hectáreas con frutas de pepita y carozo.
En cada temporada, cientos de parcelas bajo riego dejaron de ser fuente de variedades de frutas para exportación o mercado interno. A pesar de la diversificación de la producción, peras y manzanas siguen siendo los principales cultivos de la región, pero están castigados.
De 49.576 hectáreas cultivadas con frutas de pepita y carozo que había en 2013 pasaron a ser 37.873 en 2022; entre las provincias de Río Negro y Neuquén, según los anuarios de Senasa. Esto significa en promedio se perdieron 1.170 hectáreas por año. La crisis frutícola se profundizó y una gran pregunta subyace sin respuesta aún: ¿A dónde fueron a parar esas tierras?
“En 2005, había entre 6.000 y 7.000 productores primarios. Hoy no quedamos 1.000 en todo el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Y de los 1000 que quedamos, un 70% tienen más de 65 años y no tienen relevo. Es un problema que se está agudizando mucho”, aseguró Jose Alberto García, productor frutícola de Roca, presidente del Consorcio de Riego e integrante de la comisión directiva de la Cámara de Productores de Roca.
Horacio Pierdominici, productor y presidente de la Cámara de Productores de Cipolletti, una de las localidades más afectadas por la reducción, ofreció resistencia a la problemática como productor y responsabilizó a la “política” por la situación de la fruticultura.
La principal causa de las hectáreas que se pierden por temporada es “la baja rentabilidad de la fruticultura, el avance que es indiscriminado de las ciudades sobre tierras productivas. Hay ordenanzas que no se respetan”, sentenció Pierdominici.
“La fruticultura tiene que existir, los pocos productores que estamos vamos a seguir, no nos van a echar así nomás. Detrás de esto hay un negocio de gente que quiere llenarse los bolsillos”, aseguró el dirigente empresario de Cipolletti.
En estos diez años, en Patagonia Norte la cantidad de productores frutícolas se redujo un 38% a escala global. Pasaron de 2.605 en 2013 a 1.605 en 2022. En total, 1.000 se extinguieron. Los datos del Senasa muestran que los más perjudicados fueron los más pequeños, que tienen de 0 a 9 hectáreas. Los que tienen menos tierras se redujeron casi a la mitad (45,7%). Los más grandes, con más superficie de tierra, disminuyeron solo el 12%
La concentración avanzó porque hace diez años, en Río Negro el 34% de la superficie frutícola estaba en manos de 50 productores (2%) con más de 100 hectáreas cada uno. En 2022, el 32% de la superficie la tienen 37 grandes productores.
Sobre la tierras frutícolas, el panorama es más palpable por localidad. La pérdida no fue homogénea. Fernández Oro, Cipolletti, Centenario y Roca son algunas de las más afectadas. En Fernández Oro, la superficie se achicó un 40% de 2013 a 2022.
A la luz de las estadísticas oficiales, Diario Río Negro consultó a distintos especialistas. Desde la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional del Comahue (UNCo) se han encargado de visibilizar esta cuestión que tiene múltiples puntos de análisis. Hay varias causas.
“Lo que está reflejando la disminución de superficie (frutícola) es la reconversión, la reestructuración y la crisis en la fruticultura”, apuntó Luis Tiscornia, profesor titular de la Facultad de Agronomía de Cinco Saltos, quien aseguró que no necesariamente implica que deja de ser tierra productiva. El docente dijo que la crisis frutícola se centra en la pequeña producción, pero también hay algo de “reconversión productiva” en las grandes empresas.
Agustín González, ingeniero agrónomo y titular de la cátedra libre de Transición Agroalimentaria y Energética de la Facultad de Agronomía, explicó que a pesar de que está en curso un proceso de diversificación productiva en se destacan otros cultivos como forraje, maíz y alfalfa; más del 90% de la actividad agrícola bajo riego sigue siendo manzana y pera para exportación.
El uso de esas tierras: Una porción de esas tierras que salen del circuito frutícola se convierten a otros fines productivos, otras quedan improductivas y se lotean, se ponen en función para el complejo hidrocarburífero, o bien quedan abandonadas. Lo cierto es que no hay datos que permitan cuantificar cuál fue el destino de estas tierras que dejaron de ser oasis de peras, manzanas y frutas de carozo.
Los municipios del Alto Valle son los que cuentan con los datos de adonde van a parar esas tierras que salen del circuito. “Cada municipio, en función de la urbanización, de las demandas de mercado -muy impulsado por Vaca Muerta- va autorizando la salida de chacras con uso rural hacia usos urbanos principalmente y también usos industriales. Entre ellos, el emergente de los últimos 10 años es la industria petrolera y todo lo que tiene que ver con servicios petroleros”, dijo González.
Para el profesional, el modelo frutícola agroexportador lleva a que quienes no cobran en dólares la venta de fruta queden “excluidos”, generalmente son pequeños y medianos productores los que van abandonando la actividad. “Son estas las tierras que se van vendiendo hacia otros usos en donde tienen una rentabilidad en el corto plazo más importante, principalmente la urbanización, pero también industria y servicios”, apuntó.
Planificar para convivir: “El avance urbano-industrial es inevitable. Entonces lo que hay que hacer es dirigirlo y se puede dirigir a través de ordenanzas o de leyes que desalienten el loteo sobre tierras muy productivas, y de alguna manera dejando las menos productivas para que el desarrollo industrial y residencial”, explicó Juan Carlos Roca, profesor de Manejo y Conservación de Suelos. Dijo que existen metodologías que permiten calificar la aptitud y la vocación de esas tierras para distintas actividades y eso se implementó en ordenanzas y normativas en la región.
La falta de control y una política que regule el acceso a esas tierras, es directamente la voluntad de los chacareros y el “poderío económico” el que se va haciendo de estas tierras. Los especialistas coinciden en la necesidad de una planificación ordenada con mirada territorial que de pautas de ordenamiento general. Mientras esto no suceda, quedará librado al mercado económico la posibilidad de hacer uso de las tierras “sin ningún tipo de control ni de restricción”, destacó González.
Urbanización y loteos, choque de intereses: Es una realidad que la urbanización ha avanzado sobre las tierras productivas, pero eso hoy no está cuantificado. La demanda de tierra para vivir por el crecimiento de la población y la crisis habitacional también presiona sobre la superficie rural.
Para los ingenieros, la urbanización es una necesidad ineludible pero existen “choques de intereses contrapuestos” cuando las tierras son productivas. La población crece, pero ¿hacia dónde se dirige el crecimiento de la vivienda?, planteó el profesor de Ciencias Agrarias, Luis Tiscornia.
“Otro problema es la diferenciación social. Se da el caso de que la ocupación de las tierras agrícolas, como son lugares de habitabilidad mucho mayor, se da por los sectores de más altos ingresos, que son los famosos desarrollos de country, barrios cerrados, en las zonas que anteriormente eran de chacra”, aseguró el especialista con mirada social.
“¿Es justo que los sectores de menores ingresos o no tengan espacio para construir su vivienda, o tengan que ir a las zonas de bardas y los sectores de mayores ingresos habiten, por un mayor poder adquisitivo, los mejores lugares?”, planteó.
Urbanizar en la barda también puede convertir en confortables los lugares desérticos para la urbanización, pero también exige una inversión mucho mayor que la de las zonas bajas o de bajo riego. “¿Quién paga estos costos?”, se preguntó.
Otro punto es el interés económico de los propietarios de la tierra ya que actualmente un productor va a ganar mucho más loteando para vivienda, que seguir produciendo.
“Los intereses y necesidades sociales en juego son de distinta índole. Cómo compatibilizar eso es una discusión de cómo se reparten los beneficios y cómo se reparten los sacrificios. (…) El problema de más o menos tierra productiva al lado de esos dramas sociales, es un tema relativo”, cerró Tiscornia.
De productivas a improductivas, decisiones irreversibles: Uno de los puntos que desarrollaron los profesionales de la Universidad del Comahue es sobre los efectos de los usos no agrícolas de estas tierras, que tienen un carácter irreversible.
En los 100 años de riego se ha acumulado en la región una cantidad importante de Carbono (materia orgánica del suelo) en nuestro suelos y son consideradas “sumideros de CO2”. Con el cambio de uso, esas tierras pasan a ser “emisoras de CO2”, no solo se pierde capital por la producción, sino que también se pierde capital ecológico, según postuló Carlos Roca.