Hace más de cuatro décadas el ingeniero agrónomo Luis Ventimiglia ingresó al INTA por concurso. Primero estuvo en Pergamino y luego, como nuevejuliense que es, desembarcó en la Estación INTA de 9 de Julio. “Empecé a estudiar Agronomía para trabajar en el INTA. Antes de ir a estudiar Agronomía yo sabía que iba a trabajar en el INTA”, destaca, orgulloso, este investigador ahora jubilado, quien sin embargo no puede dejar de pensar y trabajar en clave agropecuaria.
“Fue una casualidad que yo termine acá en 9 de julio. Di el examen en la Facultad de Agronomía de Rosario, después los que quedaron pasaban a una evaluación, entrevista. Bueno, y para extensión ingresamos dos personas para el área de Pergamino”, memora Don Luis, señalando que “hay dos ramas en el INTA: una es investigación y la otra, extensión”.
De inmediato explica que “la extensión es el nexo entre la investigación propiamente dicho, que realizan las estaciones experimentales, y el productor agropecuario, los técnicos y demás”.
Con entusiasmo remarca las diferentes épocas, pues ingresó cuando no estaba disponible la tecnología y herramientas de comunicación actuales. “Era todo práctica, no había otra. Además, no había muchos ingenieros agrónomos en la zona. La Agencia de Extensión de 9 de julio, como tantas otras en su época, era prácticamente una romería de gente, era un constante llegar de productores, porque la agricultura y la ganadería, empezaban a tomar un despegue importante. La tecnología empezaba a jugar, pero faltaba información”.
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Ventimiglia es un verdadero referente de 9 de Julio y su ligazón con el Instituto viene casi de la cuna: “Mi padre tenía una quinta sobre la ruta 5, y un año llegó gente del INTA al campo vecino para hacer ensayos de girasol. Ahí fui, como curioso, y eso me marcó”, comparte.
“La verdad es que me quedó grabado eso y fue así. Se dieron las circunstancias para poder entrar y nunca me alejé. Tuve muchas oportunidades para poder irme de la institución a otro lado, ofrecimientos que, si uno lo analizaba desde el punto de vista económico, se iba”, dijo, recordando que eran cifras muy altas y en dólares.
“Uno valora las cosas de distinta manera”, aclara. Y añade: “La parte económica para mí siempre fue tener lo necesario para poder vivir, no más que eso. Tenía algunos objetivos muy claros. Darle la posibilidad a mis hijos que estudien…”.
A pesar de su fidelidad con el organismo, Ventimiglia dispara: “Yo no me fui del INTA, me fueron del INTA. Llegaron los 65 años y yo seguí trabajando, ‘algún día me dirán que me tengo que ir’ y pasaron dos años más. Y bueno, me llegó una carta”, contó.
-Durante su extensa trayectoria, ¿qué cambió de la extensión agrícola?
-Cambiaron muchas cosas -aseguró-. Antes se trabajaba directamente con el productor, con los hijos, con la esposa. Trabajaba con toda la familia, era la época en la que el campo estaba poblado, estaban las chacras. Eso fue cambiando; y quizás, otra de las cosas importantes, era darse cuenta, y adelantarse a los cambios. No es fácil, pero si uno se puede adelantarse a los cambios, realmente corre con ventaja.
Dice luego con sabiduría. “Yo veía que eso iba llegando a su fin, el campo se iba quedando sin gente. De hecho, hoy es muy poca gente la que hay en el campo”.
Citando las diferencias de zona, suelos, clima, y otros, refiere que “el contenido de materia orgánica, de arcilla, de arena, de limo, son totalmente distintos. Nosotros empezamos, trabajamos toda la vida también en la parte de experimentación en campos de productores y eso creo que fue un gran acierto. Como toda cosa, empezás con la adaptación y terminás, muchas veces, haciendo investigación básica, no hay una barrera, no hay un límite”, se extiende don Luis hablando de los cambios.
“Nosotros no teníamos laboratorio, no teníamos determinadas cosas que son importantes; pero sí tenés la posibilidad de asociarte con otra gente de las universidades, de otros grupos de trabajo, con lo cual a lo mejor ellos tienen determinadas cosas que nosotros no tenemos, y nosotros tenemos otras que ellos no tienen. Es una sinergia realmente importante y se hicieron muchas cosas”, indica.
Acerca de esas experiencias se remitió a los años ’80, al estrechamiento de hileras en el cultivo de soja, un avance que muchos le atribuyen. “La soja se sembraba a 70 centímetros entre hileras. Eran otras variedades, otros grupos de madurez. Nosotros en esa época empezamos, porque había variedades de grupo más corto, de grupos 3 y 4, pero eran todas determinada, o sea, llegaban a florecer y ahí paraban, florecían y ya no crecían más”.
“Entonces nosotros empezamos a pensar en grupos y acercamos las hileras y empezamos a trabajar en esa época con máquinas trigueras, porque no había tampoco máquinas en 9 de Julio. Había una que después no se fabrica más, que permitía sembrar grano por grano, pero ¿cuántos productores tenían esas máquinas? No eran muchos. Entonces trabajábamos con las máquinas trigueras que tenían y no adaptamos nada, se trabajaba con la máquina que tenía el productor. Nada adaptado. Nos decían que estábamos locos”, rememora.
Para otros fines sí adaptaron máquinas, admitió Ventimiglia. “Inclusive construimos máquinas. Adaptamos para la fertilización en hilera de trigo, de cebada, de maíz. No había máquina en esa época que fertilicen en la hilera. Hoy en día todas fertilizan en la hilera, al costado, abajo. Trabajamos con una John Deere americana de la década del 50, que la teníamos nosotros y le hicimos toda una adaptación. Por eso digo que poder adelantarse a los acontecimientos es bueno”.
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Otros hitos que compartió. “Los primeros ensayos competitivos de inoculante en campos vírgenes para soja se hicieron acá 9 de julio, fue un antes y un después. Y eso dicho por microbiólogos”.
Otro de los desarrollos donde intervino fue ganador del Premio CITA en 2008 a la Innovación Tecnológica en máquina nacional. “Fue la inoculación chorreada en el fondo del surco. Eso se hizo acá. Lo hicimos nosotros, junto con una empresa que llevó adelante la parte de construcción. Yo anduve por muchos lugares dando charlas, en Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia, Uruguay, en esos países se adoptó totalmente la metodología. Ha venido gente americana a verme”, recuerda, añadiendo que “acá en Argentina, en el único lugar donde se adoptó es en la zona manisera”.
-Usted me dice que hay que saber anticipar ¿Qué es lo que se viene?
-En este momento es difícil, pero en ganadería hay mucho para hacer, pero también se choca con otros problemas: la mano de obra, por ejemplo. Busquemos mano de obra, no para un campo, o para dos o tres, sino para unos cuantos. Para hacer una ganadería bien hecha, bien manejada.
“Hay otras cosas que faltan difundirse todavía, todo lo que es agricultura por ambiente y todo lo demás. Eso está, pero ¿Todos lo hacen? No todos lo hacen. Y realmente es algo más que interesante porque es un uso mucho más racional de todos los insumos y mucho más eficiente. Y a la hora hacer los números. Bueno, el número va a ser positivo”, agrega Ventimiglia.
También hace referencia al “cambio que se produjo en el todo el parque de maquinarias, y ha sido en poco tiempo, fue una adopción muy grande. Hoy la mayoría de los equipos vienen con piloto automático, la persona va arriba controlando. La mayoría de las máquinas tienen sus sensores. Si cae la semilla, si no cae, cuántos granos están cayendo en cada cuerpo de siembra. Si está cayendo el fertilizante, qué cantidad. Eso es un avance notable respecto a lo que teníamos años atrás. Eso es eficiencia”.
“De todos modos, quiero aclarar que dentro de todos estos procesos de cambio y tecnológicos, siempre el hombre está por detrás, y a una máquina la maneja el hombre. Por lo tanto, no nos confiemos. Los controles tienen que estar, por más que la máquina me esté diciendo qué está tirando, esto está bárbaro, pero bajémonos, controlemos. Eso nunca está de más”.
Abriendo otro frente, Ventimiglia opina que la tecnología no influye en el éxodo rural. “La culpa no la tiene la tecnología. No, no, al contrario, no pasa por la tecnología, pasa por otros carriles. Se pensó en su momento en eso como principal. Si usted mira estudios de hace 30 años, va a ver cuáles son las causas de migración rural. Va a encontrar falta de caminos. Los vehículos no hay o son, digamos, incómodos, no hay televisión, la radio poco. Era el bienestar que tenían algunos pocos que vivían en las grandes ciudades”.
“Bueno, eso pasó, hoy estás en el campo y tenés televisión, todos los canales del mundo. Tenés teléfono, tenés caminos que son mucho mejores que los que había antes. Tenés vehículos que pasan por cualquier lado, tenés todo, y sin embargo a la gente le gusta ver el pueblo. Se terminó la chacra, se terminó esa cultura del trabajo”, evalúa.
Reflexiona que “una cosa importante de la migración se daba cuando los chicos llegaban a la escuela secundaria. Entonces, el jefe de familia, el padre, la madre, alquilaban o compraban una casa en el pueblo y ahí se iba la madre con los chicos. Y él, prácticamente, al principio estaba toda la semana en el campo, e iba los fines de semana al pueblo, después ya iba el miércoles también y después ya iba dos o tres veces y después terminó yendo todos los días”.
“Y así vino la desintegración de la chacra. En la chacra se hacía absolutamente todo. Había frutales, había huertas, había pollo, pato, cerdo, y hasta alguna vaca lechera. La gente compraba muy poco, lo producían ellos y daba vida a las comunidades. Eso cambió y yo veo bastante difícil el regreso”, recuerda.
“Hoy en día el problema de la zona es conseguir mano de obra para cualquier actividad, mano de obra de gente que quiera trabajar. No retuvimos a la gente, no somos capaces de generar incentivos. Ese es el problema”, cerró Luis Ventimiglia.
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