Pablo Fabián se crió en una cueva en Tacuil y hoy cría cabras, cultiva frutas y hace dulces con su familia para recibir a los turistas en Rincón de Quilmes, plenos Valles Calchaquíes.
Pablo Alfonso Fabián es de piel y sangre originaria. Vive con su familia en un paisaje montañoso llamado Rincón de Quilmes, a 2200 metros de altitud, al pie de las montañas de las sierras de Quilmes. Queda a sólo 3 kilómetros de las ruinas de la ciudad sagrada de los Quilmes, en los Valles Calchaquíes, al Oeste de la provincia de Tucumán, que pertenece al Departamento Tafí del Valle.
Para llegar al lugar, yendo desde Amaicha hacia Cafayate, una vez que se toma la Ruta 40, hay que salir hacia la izquierda por el camino que va a la escuela 213 Cacique Martín Iquín. Luego de pasar la escuela, a 3 kilómetros de la ruta, hay que seguir 12 kilómetros más hacia la Quebrada Sur. Aclara que la zona de Quilmes está dividida en 3: Quilmes bajo, Quilmes centro y Rincón de Quilmes, donde él vive.
“De oficio me considero jornalero o changarín -se presenta Pablo-, me dedico a hacer de todo con mi familia, a la cría de cabras, que ya hacían mis antepasados, a atender la huerta, los árboles frutales, elaborar quesos, quesillos, dulces caseros y hasta salsa de tomates. Recibo a los turistas que entran hasta Rincón de Quilmes cuando vienen desde Tafí del Valle hacia Cafayate, o también los que vienen subiendo o bajando por la Ruta 40”.
“Con mi señora hacemos de todo -continúa el multifacético agricultor-, en invierno, pan casero, tortilla, queso de cabra y dulce de leche de cabra. Después se vende la manzana, el durazno, la tuna, nueces, uvas “pasas”, secadas al sol. De los duraznos, los vendemos como fruta fresca, y hacemos mermelada, jalea, duraznos deshidratados y vinagre. También vendemos manzanas deshidratadas, tipo orejones. Yo los voy a vender en Quilmes, en Amaicha, en Colalao del Valle o en Santa María; a veces en Tafí del Valle. Pero también voy a vender juguitos y helados en las canchas de fútbol de la región, durante los partidos de los domingos”.
Señala Pablo, apellidado Fabián, que antes llovía mucho, desde septiembre hasta marzo, pero ahora no, apenas llueve desde diciembre hasta febrero, y el verano pasado mucho menos. Hace 6 o 7 años que ya no se acumulan tantas nieves en las altas cumbres, como antes. Dice que en junio y julio había nieve por todos lados, y ahora no.
“Nosotros aprovechamos el agua de las vertientes, que nos viene de las Sierras de Quilmes, que están a 5000 metros de altitud, y nos llega a través de varios arroyos. Hacemos acequias y regamos por inundación, pero estamos pensando en que sería mejor hacer riego por goteo, ya veremos. Pero gracias a Dios, nunca nos falta agua”.
“Para alimentar a la hacienda durante los inviernos, que acá son muy crudos, juntamos previamente pasto y algarroba”, explica Fabián. “En invierno plantamos cebolla, lechuga, pero para nuestro consumo, nomás, porque el pájaro, acá es muy cachafaz y se come todo, hasta la alfalfa. Acá al fardo lo llamamos ‘pargua’, lo que otros llaman ‘parva’, y lo arrollamos en forma circular”.
“Nos alimentamos a mote, patay de harina de algarroba -continúa Pablo- chañar, maíz tostado en una tinaja de cerámica, todo muy saludable. Cuando salgo a trasladar las llamas visito a la gente de los cerros, que aún hace morcillas de sangre de llama, o chanfainas con sangre de cabritos, de oveja o de llama, con un poco de ají quitucho, el picante, que si tomaste mucho alcohol la noche anterior, eso te compone y te deja como nuevo. Acá se coquea mucho, después de las comidas, o cuando se sale a campear los animales”.
Pablo Alfonso nació en Tacuil, en la provincia de Salta, hace 52 años, según cuenta él, en una familia de muy bajos recursos, que criaban llamas, ovejas y cabras. Pero cuando tenía 4 años, su madre se trasladó con sus 9 hijos a Rincón de Quilmes, donde vive hasta hoy, muy cerca de donde vive Pablo. Él hizo sus estudios primarios entre Quilmes y en Los Zazos, en Amaicha, pero cuando tuvo 8 años, dejó de vivir con su madre y se dedicó a hacer su vida, recuerda. No es común escuchar a alguien que se ha criado en las montañas, quizá como hayan vivido durante siglos los habitantes nativos del lugar.
Así lo cuenta él mismo: “Nos criamos en Tacuil, donde vivíamos en una cueva formada por peñas o piedras muy grandes, en la montaña. Mi padre cerraba la boca con piedras y arcilla, dejando un hueco, de puerta para entrar. Dormíamos sobre cueros de animales -mullidos-, tapados y calentitos, con dos frazadas que pesaban 4 kilos cada una, que mi madre tejía con dibujos de llamas o de cardones. Recuerdo todo como una época maravillosa a la que quisiera regresar”.
Pablo sorprende por su suelta manera de hablar y su dominio de la lengua española. Es que estudió hasta tercer año de secundario y además, lo atribuye a que siempre le gustó conversar y aprender de toda persona que se le arrimara, sobre todo, de la gente mayor. Por eso él siempre está haciendo preguntas.
Le gusta juntarse a comer asados con sus amigos y coplear con su caja bagualera. Es que el canto ancestral le viene por herencia desde niño, de escuchar el canto coplero con caja a sus abuelos, a su padre y a su madre. Por eso hoy cantan casi todos sus hermanos. Además, él disfruta mucho de los encuentros para las señaladas de las cabras, ovejas y llamas, en torno a los cuales se realizan festejos con una gran algarabía. “Qué lindo para el verano, cuando llueve, quema el sol, / Se me hace corto el camino cuando pa’l pago me voy”, recita.
Este hombre originario de la región Calchaquí, estudió hasta tercer año en una escuela albergue, agropecuaria, de la localidad de Fernández, en Santiago del Estero, donde se enriqueció muchísimo, porque convivió con adolescentes de todas las provincias del Noroeste. Recuerda también haber andado por Quimilí, Mailín, Beltrán, Taboada, Forres. Dice que siempre le gustó viajar y que conoce muchas provincias, menos el litoral y la Patagonia, hasta que hace 20 años se “amañó” con Natalia Pastrana, aquerenciándose en su valle original, y con ella tuvo 5 hijos.
Pablo piensa empezar pronto a hacer algunas cabañas para poder recibir y agasajar por más tiempo a tanta gente de todo el país y del exterior, de la que se va haciendo amigo cuando pasan de visita por su casa, apenas por un día. Ama su lugar, el cual dice que es “hermoso”. Sostiene que Quilmes es un lugar que, al tener muy poca señal de telefonía móvil, es apropiado para conectarse con la naturaleza y también con las personas, empezando por la familia.
Le preocupa que muchas tradiciones se van perdiendo a medida que avanza el mentado “progreso”. Para tener señal, debe subir a la montaña. Destaca que a la hora de comer, se disfruta del diálogo familiar porque en la casa no tiene señal. Y el paisaje es tan maravilloso que también provoca que las visitas se olviden de sus teléfonos. “Yo siempre llevo mi teléfono móvil cuando salgo a pastorear mis cabras, por si mi señora necesita avisarme algo, pero no soy fanático de estas cosas modernas”, asegura.
Pablo Alfonso se sentó debajo de un tala, un árbol de alto porte, y se puso a recordar: “Cuando éramos chicos jugábamos con los huesos de los cogotes de las llamas, de los caballos o de los burros que se morían, y con el tiempo quedaban blanquitos, o con la bosta de los burros y caballos, o con una parte de las tabas, o con los tendones. Teníamos el hobby de cavar la tierra de los cerros y hallábamos vasijas, cucharas y husos de los aborígenes. Nuestros ‘viejos’, acarreaban sal en panes, de un lugar que se llama “Hombre muerto”, y con esos panes jugábamos. Jugando, los imitábamos formando largas hileras, porque los ‘viejos’, en Tacuil, bajaban cargas de sandías, de duraznos, de uvas, de los cerros para vender en los pueblos, durante un mes o más a lomo de mula, coqueando mucho. Nosotros andábamos con ellos, siendo muy chicos, con 8 años. Nos ataban a las mulas, a los más chicos, para no caernos al dormirnos. Cuando nuestros viejos viajaban por los cerros, dejaban apachetas, o montículos de piedra, para honrar a la Pachamama.”
“Pecanéabamos o molíamos el maíz o la algarroba y hacíamos harina, sobre las piedras que llamamos cutanas y antes nosotros llamábamos pecanas, sobre las que machacábamos con otra piedra, o en el mortero. Pelábamos el maíz para el mote, los locros pulsudos, la mazamorra. El asado era cotidiano, porque en el campo somos carnívoros, nunca nos falta carne. Hacíamos los quesos usando de moldes, un cinchón hecho de cortaderas, de hojas alargadas, trenzadas, de las pasacanas, que son el fruto del cardón. Le poníamos un trapo limpio, le echábamos el cuajo, envolvíamos con el trapo y le poníamos una piedra encima”.
“Cosechábamos maíz, tomábamos te de muña muña, que dicen que es un afrodisíaco natural, comíamos habas secas o verdes -que hervíamos durante medio día y quedaban blanditas- con queso o con dulce, papas andinas -moraditas, muy arenosas, que aún come la gente de alta montaña-, harina cocida, que se come con agua fría, la ‘ulpada’, o con leche. El charqui, que era la carne salada, cortada en tiritas, el frangollo. ¡Cómo quisiera volver a aquellos tiempos!”, exclama.
“Cazábamos y comíamos quirquinchos, guanacos, suris. Íbamos a cazar a San Antonio, durante 4 días de camino, pero traíamos hasta 100 vizcachas. También jugábamos a la bolita o al trompo o con monedas. Fue antes de la llegada de la tecnología. Si cantaba un gallo a la tarde, era señal de que se iba a descomponer el clima, si brincaba una cabra, iba a haber viento. Antes no teníamos heladera, carneábamos y enseguida hacíamos charqui. Conocí el asado a la llama cuando trabajé en Neuquén y en Río Negro. Ahora tenemos que tener una heladera y para tener luz de red, tuve que comprar 600 metros de cable”.
“Jamás dejaría mis raíces. La vida acá, es muy linda, con pocos gastos, muy tranquila, a mí me gusta el campo y no lo cambio por nada –confiesa Pablo-. A mis hijos les enseño que nunca hay que rendirse, y que lo que no mata, nos hace más fuertes”.
“Sueño con que Quilmes tenga trabajo para los jóvenes, para que no tengan que emigrar. Que mis hijos estudien y se reciban de algo”.
Pablo nos aconseja visitarlo en marzo, porque es una buena época en que los animales están bien alimentados y es cuando tienen una abundante producción de quesos y quesillos. Agasaja a sus visitas con asado o empanadas al horno de barro, y de postre, quesillo con dulce de cayote, o arrope de tuna, de chañar o de algarroba. Dice que también es bueno llegar para la Festividad de la Pachamama o para el tiempo de las señaladas.
A quienes recibe en su casa, luego los considera amigos para siempre.
Excelente Bichos de campo !!!
Asi como estos modelos de trabajo debe. desarticularse los barrios. miserias..VOLVER a la tierra de donde emigraron..Quieren vivir entre raascacielos sin trabajar, y pasar hambre