Todos los 24 de agosto, los uruguayos tienen la sana y bella costumbre de salir a las calles a encontrarse y celebrar la tradicional Noche de la Nostalgia, una fiesta tradicional y popular en la víspera de su día de la independencia. Una noche de esas, en 2009, Virginia Rainusso (Vicky) y Jerónimo Laxalde (Jero) no sabían que sus vidas cambiarían para siempre. Una amiga de ella los presentó y fue tan grande la empatía que a menos de un mes, un 18 de septiembre, se pusieron formalmente de novios en La Rural del Prado.
Ella se crio en Montevideo. Se había recibido de Licenciada en Recursos Humanos en 2011. Hija de ingeniero agrónomo, aún guarda con nostalgia los recuerdos de su abuelo tambero y chacarero en Canelones. Él, ingeniero agrónomo desde 2015, que en aquel tiempo recién cursaba la carrera. Jerónimo se crió en el campo, en la estancia ganadera El Tigre, donde aún viven sus padres. Cuando era chico, cuenta que allí se hacía agricultura. “Son buenas tierras –dice-, pero se complicaban los traslados porque está ubicado a 45 kilómetros de la ruta. Y antes los caminos no eran buenos”.
Cuenta Vicky que desde que tenía 18 años soñaba con irse a vivir afuera de su país. Entre los dos fue naciendo la idea de probar suerte en Nueva Zelanda. Ella tenía un trabajo estable y seguro en Recursos Humanos en una empresa, pero entre la rutina y la responsabilidad, estaba saturada. A Jero le costaba partir porque él ya tenía todo su futuro planificado: estudiaba agronomía para ir a trabajar al campo de sus padres.
Fue difícil tomar la decisión de irse, porque debían invertir dinero para viajar sin la seguridad de que allí les darían la visa. Pero al fin se decidieron y en 2015 hicieron un viaje como turistas, para conocer y tratar de conseguir una visa de trabajo.
Llegaron al pueblo de Waimate, próximo a la ciudad de Timaru. Al mes y medio conocieron a un argentino, Leonardo Bensegués, propietario de un tambo y que además alquilaba otro. Le dio trabajo a Jero y éste obtuvo la visa de trabajo, que le permitió quedarse junto a Vicky legalmente en el país.
Cuenta Jerónimo las diferencias que notó allá respecto de Uruguay: “Cuando te contratan, te dan una casa muy cómoda para que vivas con tu familia. Allá, casi no se usa la fuerza humana, porque tienen máquinas para todas las tareas. En nuestros países solemos usar un solo tractor para todo, pero allá tienen un tractor para tirar de cada máquina diferente”.
Algo que le llamó mucho la atención, fueron las pasturas. “En Nueva Zelanda se planta todo rye grass o ‘raigrás’. En Uruguay, el mismo se muere en verano, por las altas temperaturas, de modo que la planificación de las pasturas es estacional. En cambio, allá, el raigrás les dura 20 años, porque no hay tanta amplitud térmica. En verano, tienen muy pocos días con una máxima de 24 grados, y en los 4 años que permanecimos allí, la mínima en invierno fue de menos 11 grados. Eso hace que el raigrás crezca mucho”.
“La zona donde yo trabajé está a la misma altura que la ciudad argentina de Bariloche. Pero aquella zona de Nueva Zelanda es semidesértica, donde llueven 500 milímetros al año, cuando en Uruguay el promedio es de 1200. Los días de verano son muy largos y como tienen montañas cerca, riegan con agua de deshielo. A los 20 días que un rodeo salía del predio, el pasto ya nos llegaba de nuevo hasta las rodillas”, dice.
Señalan que para ellos fue como haber hallado una especie de paraíso respecto a la organización de aquel país, del poder adquisitivo del salario, la capacidad de ahorro y la seguridad. “Nos íbamos 5 días de vacaciones sin cerrar la casa con llave –recuerdan- el paisaje es hermoso y la diversidad cultural es muy enriquecedora, porque hay gente de todo el mundo y durante el año pasan 4 millones de turistas”.
Sigue Jero: “Como a Vicky siempre le preocupó el cuidado del medio ambiente, hicimos cursos de bioconstrucción y adherimos a la plataforma Airbnb, para hospedar personas en nuestra casa. Bensegués nos lo permitió. El último año en Nueva Zelanda hicimos un curso de finanzas personales con una orientación vocacional y nos dimos cuenta de que nuestro presente no coincidía con nuestros deseos o ‘sueños’. Finalizado el mismo, nos propusimos hacer un plan de vida a 5 años, pero no sólo en lo económico, sino también en lo cultural y espiritual, pensando en realizarnos y ser felices”.
Ese plan, incluyó que viajaran por el mundo durante 6 meses a través de la plataforma Work Away, como voluntarios en el trabajo de hoteles, pero siempre dentro de proyectos ecológicos y comunitarios. Uno de ellos estaba “bioconstruido” con barro y fibra de coco. Luego participaron en proyectos de permacultura y granjas orgánicas.
En diciembre de 2019 regresaron a Uruguay y en plena pandemia nació su hijita Ina. Contrataron al arquitecto Federico Larrosa, quien los ayudó a hallar el lugar y a construir su casa. Al proyecto le pusieron por nombre “Citrino“. En octubre de 2020 compraron una chacra de 5 hectáreas y media en la estación Las Flores, a 9 kilómetros de Piriápolis, cerca del castillo de Pittamiglio. Es una zona de baja densidad de población, pero cuentan que están llegando cada vez más argentinos a instalarse. En marzo de 2021 comenzaron a construir un espacio techado, hexagonal, donde viven hasta hoy, pero pensando en mudarse a una cabaña, para ofrecerlo a alguien que quisiera armar allí un negocio gastornómico.
“La idea de ofrecerlo a alguien que monte un restorán saludable en el mismo, consiste en no vender papas fritas, por ejemplo, sino comidas y mermeladas caseras, con jugos naturales. Además, pensamos tener una huerta y árboles frutales, y que los vecinos participen de las siembras y de las cosechas. Y si alguno quisiera producir lo suyo y no tuviera tierra, pues que venga y lo haga acá”, asegura Vicky.
Y continúa: “Nuestro proyecto tiene una parte turística y otra productiva, además de integrar a los vecinos del lugar. Construimos un espacio octogonal con la ayuda de voluntarios, que convocamos a 6 talleres de bioconstrucción. El primero sobre estructuras en madera para techos vivos, con pasto. El segundo sobre armado de techos con distintas capas para protegerlos de la lluvia. El tercero sobre construcción de paredes de ‘fajina’. Es una técnica constructiva que se llama ‘quincha’, pero no es lo mismo que el quinchado de los techos. El cuarto sobre construcción de paredes con fardos. El quinto sobre revoque grueso. Y el sexto sobre revoque fino. Ambos, con arcilla, bosta, arena y paja de trigo”.
“Convocamos a voluntarios diciendo: ‘¿Querés aprender a construir tu casa? Venía a aprender mientras construimos la nuestra’. Y vinieron amigos, familia y gente de todo el país”.
Agrega Jero: “Adoptamos el sistema de construcción Nebraska, con fardos de paja de trigo, con grandes beneficios térmicos y acústicos. El rastrojo, que es lo que se usa para enfardar, es en la mayoría de los casos un desperdicio para el productor. En Uruguay se plantan alrededor de 224 mil hectáreas de trigo, de las cuales se utiliza una parte muy pequeña para hacer fardos. El resto se quema o se deja a un lado en los campos”.
“Se utilizan fardos de paja rectangulares para levantar los muros de la casa, que van cosidos entre sí con estacas y trabando como los ladrillos. Es un sistema autoportante, que no cuenta con estructura para sostener el techo sino que éste se apoya directamente en los fardos de paja. La facilidad y rapidez con la que se levantan los muros nos dio el impulso y la certeza de que es posible construirse uno mismo su propia casa. La gente acá recuerda las antiguas y rústicas casas de barro, pero en esas épocas no ponían tanto énfasis en la estética. Hoy ha mejorado mucho la técnica en las terminaciones”.
Culmina Vicky: “Para este verano proyectamos construir dos cabañas con fardos y barro, cada una para 4 personas, con la ayuda de voluntarios, intercambiando conocimientos. Nuestro concepto es que llegue gente a compartir la vida con nosotros y con los demás hospedados, que reflexionen para ser más responsables con el ambiente, que se animen a construir su casa, más ecológica, que sepan que el desperdicio no es tal, sino que casi todo es reutilizable. Invitamos a los vecinos a que nos ayuden a regenerar el predio, que nos den ideas. Estamos en el inicio de un proyecto de largo plazo, porque nos llevará toda la vida, convencidos de que es posible vivir la vida que queremos y no nos arrepentimos de haber regresado a vivir en nuestro amado país”.
Eligieron despedirnos con la canción de Jorge Drexler “Todo se transforma”.