La Universidad de Buenos Aires (UBA) y el Conicet están de festejo. Recientemente lograron obtener los derechos intelectuales de una tecnología genética que apunta a mejorar el rendimiento de los cultivos, a partir del incremento de la fotosíntesis en las plantas.
Gracias a esta aprobación podrán obtener regalías por su uso comercial y administrar la forma en que se va a aplicar. Esta patente representa la primera internacional conseguida por la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA).
“Desarrollamos una construcción genética que nos permite aumentar los niveles de un gen que se encuentra muy presente en el reino vegetal, con su función biológica conservada. Cuando incorporamos esta biotecnología en una planta, se genera una mayor tasa de fotosíntesis, lo cual se puede traducir en mayores rendimientos”, dijo Carlos Crocco, docente de Fisiología Vegetal en la FAUBA e investigador del CONICET en el instituto IFEVA (UBA-CONICET).
“Por medio de la ingeniería genética logramos manipular dicho gen, sin provocar efectos negativos sobre las plantas, un aspecto muy buscado en los desarrollos biotecnológicos”, agregó el investigador.
La tecnología ya fue probada con efectividad en cultivo de papas y ya tiene propuestas para ser incorporada en soja, maíz, alfalfa y cannabis.
“En el 2018 comenzamos a tramitar la patente de nuestro desarrollo, y hoy ya está aprobada en la Oficina de Patentes de EE.UU. Esto significa que las empresas que quieran utilizarla con fines comerciales tendrán que acordar con las instituciones. La patente protege la utilización de esta tecnología para varias especies de interés agronómico”, indicó Crocco.
Además del desarrollo tecnológico, una de las cuestiones más destacables es que la patente permite la administración de la transferencia del conocimiento. Sin bien FAUBA ya había tramitado otras patentes, hasta ahora no se habían hecho los trámites para proteger la propiedad intelectual.
“Esta patente significa proteger la propiedad intelectual de la tecnología y reconocer a sus autores. Si está desprotegida, cualquiera puede tramitar su patente y luego cobrarle a los que quieran aplicarla. Existen muchos profesionales que leen artículos científicos para extraer, copiar y patentar tecnologías. Un ejemplo es el arroz dorado. Ingo Potrykus fue la primera persona en transformar el arroz en el mundo, pero no lo patentó. Cuando lo quiso hacer, se encontró que su desarrollo infringía 20 patentes. No proteger el conocimiento es una ingenuidad, ya que alguien siempre se va a apropiar de ese conocimiento”, señaló Gustavo Schrauf, docente de la cátedra de Genética y secretario de Desarrollo y Relaciones Institucionales de la FAUBA.
Fuente: Sobre la Tierra – FAUBA