A esta altura de los tiempos que corren ya podemos resignarnos a aceptar que así como hay una matriz psicológica en la naturaleza humana por la cual siempre tendremos una tendencia a caer en los fanatismos, también tenemos una matriz por la que necesitamos sacralizar nuestras vidas, eternizar cada momento, darles trascendencia a todos nuestros actos. Y nuestras vidas particulares son esencialmente comunitarias, por lo que tampoco dejaremos jamás de asociarnos y de ayudarnos entre todos. Pero todas estas formas de vivir y de celebrar, tienen un origen muy antiguo.
Muchos de estos conceptos han sido extractados de “Tratado de Historia de las Religiones”, de Mircea Eliade.
Luego de vastísimos estudios etnológicos y antropológicos se llegó a descubrir que en un principio, los humanos no concebíamos a la tierra como Gran Madre, sino como un espacio-tiempo difuso que incluía al Cielo. Y la tierra no era la tierra en sí, sino el terruño o paisaje, que incluía a las aguas, los vegetales, la luz, las sombras, todo eso que hoy llamamos Medio Ambiente o Cosmos. Pero ya veíamos a la tierra como una fuente inagotable de existencias que se nos revelaban a cada paso.
La concepción de la Tierra como Madre surge con la aparición de la agricultura. Porque al comienzo no pensábamos que los varones concebíamos a las mujeres, sino que los niños habitaban en cuevas de modo prenatal y eran traídos al seno de las madres por animales acuáticos, como las cigüeñas, ranas, cocodrilos, peces, de modo mágico. Que las criaturas humanas venían del seno de la Tierra. Los padres legitimaban a sus hijos por un ritual de adopción y las madres “recibían”, no concebían, a sus hijos. Lo importante es que desde los comienzos, el hombre se sintió parte de una red solidaria con el universo, del cual proviene y al cual volverá y le debe un respeto sagrado. Desde los viejos tiempos la fecundidad de la mujer influye en la fecundidad de los campos, pero la opulencia de la vegetación ayuda a la mujer a concebir. Todo se retroalimenta cíclicamente. Todo tiene que ver con todo.
La concepción de la Tierra como madre, proviene del ciclo pastoral o pastoril de la humanidad y de sus comienzos agrícolas, que es cuando dejamos de ser nómades para pasar a ser sedentarios, porque ya no agotábamos los recursos del lugar. La primera concepción de la Tierra como Madre fue por su capacidad inagotable de dar frutos. La evolución ulterior de los cultos agrícolas fue alumbrando a la Tierra como Diosa de la Vegetación y de las cosechas. Desde tiempos muy remotos hubo comunidades que prohibían cavar la tierra, porque significaba como cortar, herir a la propia madre. Quitarle piedras era como quitarle un brazo, y cavar era como pretender llegar a los huesos de una madre, cortar las hierbas, peor que arrancarnos el pelo, porque sabemos que sin hojas, las plantas mueren.
Muchos aborígenes cuidan de no tocar la tierra en otoño, porque en ese momento del año, ella duerme. La religión de la Tierra, tal vez sea la más antigua de todas las religiones y la más difícil en desaparecer de la cultura moderna. La tierra está viva en primer lugar porque es fértil. Todo lo que sale de ella tiene vida y todo lo que a ella regresa es provisto de vida nuevamente. Decimos que el hombre es tierra, no sólo porque es mortal, sino antes, que tiene vida porque proviene de la tierra. Y por eso debe volver a ella, para ser provisto nuevamente de vida en una regeneración cíclica, eterna. Parece que el sentido primordial de la palabra “materia” haya sido el de “corazón de la madera”. La materia tiene el destino de una madre porque engendra sin cesar. Lo que llamamos vida-muerte no son sino dos momentos diferentes del destino total de la tierra-madre: la vida es el desprendimiento desde las entrañas de la tierra y la muerte se reduce a un retorno “al hogar”. Se puede decir que la tierra no conoce el reposo, sino que engendra sin cesar, da forma y vida a todo lo que llega a ella inerte y estéril.
Para los antiguos, las aguas se encuentran al comienzo y al final de todo acontecimiento cósmico, y la tierra, al comienzo y al final de toda vida. Para los antiguos, la vida está en todas partes y enlaza a todo el universo. Y cuando algún modo de vida, animal o vegetal es alterado por un crimen contra la vida, todos los otros modos se ven perjudicados. La sangre vertida “envenena” a la Tierra.
Desde aquellos tiempos se identifica el trabajo agrícola con el acto generador de vida. El arado que abre el surco es símbolo del miembro masculino, tanto como la virilidad de la lluvia, que penetra a la tierra. El matrimonio primordial fue el Cielo y la Tierra. Y así la Tierra comenzó a entenderse como Mujer y Madre. Lo mismo la Luna, como receptora de la luz viril del Sol, es considerada mujer, la Tierra recibe las semillas que traen el viento y la lluvia. Se admite que la agricultura fue un descubrimiento femenino porque el hombre se ocupaba de la caza y estaba casi todo el tiempo ausente. La mujer tenía tiempo de observar la inseminación y la germinación, por lo que debe haber comenzado a tratar de reproducirlos artificialmente. La mujer puede ser concebida como un campo, y el hombre como la semilla. Así comenzó a distribuir la fertilidad en la tierra porque ella era y es la que sabe concebir y traer vida al mundo. Esto da origen a muchos rituales en los campos del mundo, que aún se practican. Hay un nexo muy estrecho entre mujer y erotismo, como entre labranza y fertilidad de la tierra. Por eso la Tierra pasó a ser Madre y/o Diosa de los Granos. Dice el gran historiador de las religiones, el rumano Mircea Eliade, que “El paso de la tierra-madre a la gran diosa agrícola es el paso de la simplicidad al gran drama”, al tomar conciencia de la dualidad vida-muerte. Y el asunto se torna muy actual cuando se reconoce que muchas divinidades de la tierra y de la fecundidad son bisexuadas. Pero la Tierra Madre jamás perdió su privilegio de ser Dueña del Lugar, que eternamente da vida.
El músico salteño “Cuchi” Leguizamón decía que así como los conquistadores europeos tardaron en reconocer que los aborígenes tenían un alma como la de ellos, la humanidad llegará a reconocer que los animales no humanos tienen un alma como la de éstos. Pero podríamos concluir que así como nos “comemos” entre nosotros, nada nos asegura de que sigamos comiendo a las vacas, los chanchos y los pollos…
Dice Eliade: “Se acostumbra decir que el descubrimiento de la agricultura cambió el destino de la humanidad, asegurándole un alimento abundante y permitiendo así un crecimiento prodigioso de la población. Pero tuvo consecuencias decisivas por una razón muy diferente. No es ni su sobrealimentación ni el crecimiento de la población las que decidieron el destino de la humanidad, sino la teoría que elaboró el ser humano al descubrir la agricultura. Lo que vio en los cereales, lo que aprendió de este contacto, lo que comprendió por el ejemplo de las semillas que pierden su forma bajo tierra… La agricultura reveló a la humanidad la unidad fundamental de la vida orgánica, la analogía mujer-campo, el acto generador-siembra, etc., así como las más importantes síntesis mentales, nacieron de esa revelación: la vida rítmica, la muerte comprendida como regresión (regreso al útero), etc. Éstas…, fueron esenciales para la evolución de la humanidad…” y de su optimismo de salvación: así como la semilla escondida bajo la tierra, el muerto puede esperar un retorno a la vida bajo una nueva forma.
Honremos a la Madre Pacha en este día escuchando un poema del salteño Leopoldo “Teuco” Castilla, musicalizado por Aníbal “El Burrito” Alfaro, titulado “Canción de agosto”.
Excelente aproximación a la identidad reafirmada libre de ideologías eurocéntricas y sionistas.