Una serie de organizaciones (unas pocas productivas, varias más ambientalistas y muchas de ellas eminentemente políticas) lanzaron la campaña “Sin tierra hay hambre”, que se inició con una estudiada puesta en escena dentro de la pista central de la Exposición Rural de Palermo, donde algunos activistas desplegaron una bandera con la consigna central de esta campaña. Tan estudiada y premeditada resultó ser la acción publicitaria que los manifestantes -que por suerte no fueron reprimidos- hasta tuvieron en exclusiva una cobertura periodística exclusiva de Infobae, que relató todo el operativo.
En Tierra Viva, una cuidada página web que se ocupa de poner en agenda este tipo de reclamos e informa sobre la situación de los pequeños productores (por cierto, muchas veces invisibilizados por los medios más grandes) se publicó una nota explicando las razones que llevan a este “colectivo” a lanzar una campaña de estas características. Buscan “poner en agenda el acceso a la tierra, la alimentación y las consecuencias del modelo de agronegocio”.
“La campaña comenzó el jueves con un feriazo frente a la Sociedad Rural (en Palermo), donde se evidenciaron los dos modelos: la agroecología de base campesina y el agronegocio empresario”, define el artículo.
Allí se blanquea qué sectores y entidades están detrás de esta campaña: la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), Rebelión o Extinción, el Instituto de Salud Socioambiental, el Museo del Hambre, Paren de Fumigarnos Lobos, Artistas por la Tierra y Exaltación Salud, entre otras organizaciones. Ya hemos hablado sobre esto en una nota anterior de Bichos de Campo.
Queremos detenernos ahora en la descripción del problema, una supuesta concentración de la tierra y dificultades de acceso a ella por parte de ciertos sectores, que estas organizaciones denuncian en la campaña.
En la nota de referencia hay un apartado que trata de explicar la situación y en realidad confunde mucho más, pues genera la sensación de que todas las tierras tienen iguales aptitudes productivas estén en Pergamino o en la estepa patagónica, que sus dueños son grandes terratenientes que han decidido no producir o solo lo hacen con commodities (que, como el trigo o el maíz, no son considerados como parte de las cadenas alimenticias), que la mayoría de los alimentos provienen del segmento de pequeños productores (lo cual lamentablemente también sería falso, salvo en unos pocos rubros), y que la concentración en el campo es la culpable de las desgracias alimenticias que vivimos los argentinos y no la pérdida de poder adquisitivo de nuestros salarios.
Estos son los datos (mitad verdad, mitad mentira) en los que se basan estas organizaciones sociales para construir un relato falaz, que simplemente apunta a construir una “grieta agropecuaria” y generar divisiones entre un ellos y un nosotros no siempre muy claros. Dicen las ONG:
El 95% del territorio nacional corresponde a tierras rurales (266.711.077 hectáreas). De ese total, se cultiva más del 37%.
Apunte: Esto desde el vamos es falso, porque ese 37% equivaldría a casi 100 millones de hectáreas. La superficie cultivada ni por las tapas llega a eso, salvo que se considere como tal a los campos dedicados a la ganadería.
De ese total, el 40% de las tierras (65 millones de hectáreas) está en manos de solo 1200 familias y empresas.
Apunte: Nos gustaría saber que es así, pero la verdad es que no hay ningún estudio oficial que valide esta afirmación. En todo caso, si así fuera hay que recordar que la mayor parte de las tierras rurales de la Argentina no son tierras cultivables, corresponden a superficie áridas o directamente desérticas, y que por lo tanto mal se puede vincular a estas 1.200 propietarios directamente con la agricultura. Por el contrario, suele suceder que en las zonas con aptitud agrícola los niveles de concentración de la tierra tienden a disminuir.
El 1% de la superficie cultivada son legumbres para consumo humano, el 1,4% son frutales y tan solo el 0,4% son hortalizas. La superficie que insumen estos tres cultivos de alimentos para personas es de un millón de hectáreas.
Apunte: Es posible que entre estos tres tipos de alimentos ocupen 1 millón de hectáreas. La pregunta que aquí deberían hacerse los activistas es qué pasaría si se decidiera producir un 50% vmás de estos productos y qué mercados habría hoy para colocar esa mayor producción, puesto que ya actualmente -con esta escasa superficie- una de las imágenes más frecuentes es que sobra producción, se pudre en los suelos y no se puede colocar por falta a veces de mano de obra y sobre todo de un buen precio de venta.
La superficie destinada a producir commodities para la exportación (soja, maíz, trigo, girasol, algodón) supera los 30 millones de hectáreas y no contribuye a la soberanía alimentaria.
Apunte: Aquí los activistas se desmienten a ellos mismos, porque al sumar la superficie de “alimentos” (1 millón de hectáreas) mencionada en el párrafo anterior con los 30 millones de hectáreas destinados a commodities, ni a tapas se llega a ocupar el 37% de las tierras rurales disponibles, como dijeron en el primer indicador. Pero lo más curioso de este párrafos es que no se considera como parte de la “soberanía alimentaria” a algunos commodities como el trigo (que da origen a todos los alimentos panificados), ni al maíz (que es el insumo estratégico para la producción de las carnes que consumimos los argentinos), ni a la cebada (que da origen a la cerveza que toman los pibes en la esquina), ni al algodón o la lana con que nos vestimos. En todo caso, si lo que se busca es demonizar a la soja (que también sirve para elaborar alimentos, aquí y afuera del país), la superficie real que ocupa es de 16 millones de hectáreas.
El 60% de los alimentos frescos que se consumen en el país es producido por el campesinado y pequeños productores familiares.
Apunte: Esta es una afirmación harto repetida en el mundillo de las organizaciones de pequeños productores (o las que dicen defenderlos desde las ciudades) que no tiene anclaje en ningún estudio serio, primero porque no siempre está clara la definición de qué es un campesino. ¿Es el que vive en el campo? ¿El que tiene ciertas necesidades básicas insatisfechas? ¿Quién tiene 2.000 hectáreas en Malargüe lo es? ¿Es campesina una pequeña bodega de Luján de Cuyo, boutique, cuyos dueños tienen 10 hectáreas de viñedos? En todo caso, esta afirmación sobre que 60% del alimento fresco proviene de un segmento de pequeños productores podría ser aplicada al mundo específico de las verduras, donde es evidente la importancia de este tipo de explotaciones especialmente en los cinturones de las grandes ciudades. Pertenecen sobre todo a la colectividad boliviana.
Más del 80% de esas familias alquilan la tierra.
Esto es bien posible en ese segmento de pequeños horticultores, aunque tampoco hay un estudio oficial serio sino más bien aproximaciones. En todo caso, este es el nudo del problema que históricamente ha denunciado la UTT, antes de sumarse a otros colectivos ambientalistas y muy ideologizados que ahora la acompañan en este campaña. La ley de acceso a al tierra que presentó la UTT, y que se demora en el Congreso no por imperio del agronegocio sino por la desidia del oficialismo al que adhiere la propia organización, trata justamente de generar un plan Procrear rural, para que estas familias accedan a créditos blandos para aspirar a comprar las parcelas en las que trabajan. Parcelas que son alquiladas algunas veces por propietarios rurales más grandes, pero muchas otras son producto del crecimiento no planificado de las ciudades hacia áreas rurales. En este sentido, la competencia y especulación en ese mercado de tierras tiene mayores enemigos en la competencia de countrys y villas miseria que en la tan demonizada soja, que no se siembra en esos campos de pequeña escala.
El Ministerio de Agricultura de la Nación informó que la agricultura familiar produce el 70% de la yerba mate, el 62% del tabaco, el 61% de pollos parrilleros y aromáticas, el 60% de los porcinos y el 59% de las hortalizas. Además, produce un tercio de la leche y un cuarto del ganado bovino y caprino del país, y genera el 53%del empleo en el sector.
Apunte: De nuevo lo mismo, no hay un estudio serio y riguroso que permita saber si estos porcentajes son ciertos. Más bien se repiten cada vez que la denominada agricultura familiar debe justificar su importancia y los funcionarios que ocupan ese sector del Ministerio de Agricultura deben justificar sus salarios.
Entre 2002 y 2018 el proceso de concentración de tierras provocó la desaparición del 25,5 por ciento de los emprendimientos agropecuarios. Si la comparación se realiza tomando como referencia el período 1988-2002 se evidencia que la reducción fue del 41,5 por ciento de las explotaciones agropecuarias.
Apuntes: Esto es tristemente cierto y lo reflejan los respectivos censos agropecuarios de 1988, 2002 y 2018. Vale decir que es un fenómeno global el de la concentración paulatina de la producción agropecuaria y la migración de muchos de sus integrantes hacia las grandes ciudades, en busca de mejores oportunidades y de calidad de vida. Pero no es una excusa. También vale decir que en este proceso, ha sido mucho más acelerada la desaparición de productores en la región pampeana (donde se hacen los cultivos que no colaboran con la soberanía alimentaria) que en algunas economías regionales.
Según el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero (Ingei), la agricultura, la ganadería y la silvicultura generan el 38% de las emisiones de Argentina. De esos gases que calientan la atmósfera, casi un 15% proviene de la deforestación, que se hace para aumentar la superficie de soja transgénica y expandir la ganadería vacuna.
Estos datos también son ciertos y surgen de la medición argentina de emisiones, que está siendo revisada de forma permanente (en especial desde los sectores a los que se culpa, pues ellos consideran que también capturan carbono y que eso no es bien considerado en los inventarios nacionales). También es cierto es que a pesar de lo tremenda que parece la responsabilidad del agronegocio en el cambio climático, la Argentina aporta menos de 1% de las emisiones totales del planeta y tiene una responsabilidad muy marginal respecto de las potencias industriales. Pero es cierto, finalmente, que la deforestación incluida en el “cambio de uso de la tierra es una fuente de emisión que hay que controlar. Dicho sea de paso, es muy poca la tierra de desmonte que se ha dedicado a la soja. Más bien alberga el corrimiento de la ganadería hacia el norte del país, en planteos que bien manejados puede ser muy provechosos para las comunidades rurales y hasta el medio ambiente.