El tipo de cambio es un sistema de premios y castigos. Cuando es elevado se favorece a los exportadores, quienes, atentos a las oportunidades presentes en los mercados del orbe, aprovechan para hacer negocios al tiempo que generan divisas. Exportar es jugar –más allá de que uno sea titular o suplente– en las ligas mundiales. Nos hace forzosamente más inteligentes. Importar insumos y tecnología es caro: el premio también es para aquellos que puedan elaborar aquí lo que puede traerse de afuera.
Cuando el tipo de cambio es bajo el premio es para los importadores. Las oportunidades que se presentan con un tipo de cambio alto son, en este caso, una amenaza, porque cualquiera puede traer aquí cualquier cosa producida en todas las naciones del mundo. Los trabajadores que aún conservan su empleo experimentan una fiebre consumista al tener acceso a una oferta enorme de bienes. Y las empresas pueden equiparse con tecnología importada a precios muy convenientes.
En una nación como la Argentina, con una población muy reducida en función del territorio disponible y con una gran oferta de productos agroindustriales y minerales, pero también con un enorme capital intelectual con capacidad para generar desarrollos informáticos y biotecnológicos, el diseño más apropiado consiste en establecer “premios” sustanciales a los exportadores.
Pero en la actualidad rige en la Argentina un tipo de cambio “bajo reforzado”, que solamente premia de manera selectiva a los importadores “amigos”, mientras que castiga especialmente al resto de los importadores y a los principales exportadores a través de derechos de exportación, retenciones encubiertas (fideicomisos) y cupos de exportación.
Mientras que los importadores “amigos” logran saltar el “cepo cambiario” implementado por el gobierno nacional y consiguen todas las divisas a “precios cuidados” que quieren para vaciar las reservas del Banco Central (BCRA) en tiempo récord, los importadores “no amigos”, que consiguen poco o nada a “precios cuidados”, tienen que recurrir al dólar Contado con Liquidación (CCL) para poder seguir trabajando, pero se encuentran (¡otra vez!) con el gobierno que pone todo tipo de restricciones para que no puedan operar libremente en ese mercado.
¿Cómo identificamos a los importadores “amigos” de los “no amigos”? Es muy fácil. Los “amigos” se sacan fotos con el ministro de Desarrollo Productivo y hacen alarde de las divisas conseguidas a “precios cuidados”.
Los importadores “no amigos”, en cambio, emiten comunicados para solicitar piedad a los encargados de manejar la “canilla” de divisas.
Por supuesto, los que aparecen a la luz pública son solamente un puñado. Algunos importadores “amigos” prefieren, por pudor, el más completo anonimato, mientras que otros “no amigos”, en lugar de quejarse, optan directamente por “cerrar la persiana” para evitar más disgustos.
Para mantener esa ficción cara, discrecional e ineficiente, adicionalmente el BCRA debe “regalar” regularmente divisas al artificialmente bajo tipo de cambio oficial, algo que, combinado con la sed insaciable de los importadores “amigos”, hace que las reservas internacionales del BCRA estén prácticamente vacías en un momento de ingresos récord históricos de divisas.
Estamos ya en la fase terminal de la adicción de divisas a “precios cuidados” y el enfermo, en tales situaciones, tiene solamente dos caminos. El primero es “rescatarse” al entender que ya “tocó fondo” y debe hacer algo urgente para evitar el desastre. El segundo es buscar más y más dosis sin importar nada ni nadie.
Las declaraciones recientes del presidente Alberto Fernández, entre otros funcionarios, indican que, lejos de reconocer la enfermedad de la economía argentina, están decididos a buscar más “dosis” de divisas. Así la retórica oficial comienza a colmarse de expresiones como “retienen granos”, están “sentados arriba de los silobolsas” y otras entelequias.
Como todo adicto en una fase avanzada de la enfermedad, la capacidad de percibir la realidad de los hechos se va tornando cada más limitada, pues, aún proponiéndoselo, no existe manera alguna, por limitaciones de tiempo y espacio, que en la mitad de una campaña comercial agrícola los productores vendan en cuestión de semanas el remanente de la cosecha.
Tampoco es un requerimiento lógico, pues sería como pedirle a un empleado que en la primera quincena del mes agote todas sus reservas de liquidez, incluyendo los saldos de las tarjetas de crédito, para luego morirse de hambre en la quincena siguiente.
Pero, como se trata de un adicto sin ánimo de recuperarse, pedirle ubicación en tiempo y espacio, además de razonamiento lógico, es inútil. Solamente queda rezar para que en algún momento comprenda la gravedad de su situación y decida intentar iniciar un tratamiento de sanación.