Agroleaks, por Alejandra Groba.-
El 1° de septiembre festejamos en la Argentina el día del periodista agropecuario en homenaje al lanzamiento del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio en 1802, en la prehistoria de nuestro país.
Esa publicación pionera la fundó Juan Hipólito Vieytes, casi tan olvidado como su primer nombre, cuando andaba cumpliendo cuatro décadas. Este personaje curioso y heterogéneo, que editó el Semanario y en gran medida lo escribió durante los cinco años que duró, había nacido en San Antonio de Areco, hijo de un gallego y una criolla. Estudió filosofía y jurisprudencia, y se hizo una gran formación autodidacta en economía y agricultura.
Aunque había sido minero en el Alto Perú, creía más en la riqueza que podían proporcionar la agricultura y la ganadería en Buenos Aires, un suelo que sabía privilegiado. Como su amigo Manuel Belgrano, estaba influenciado por Adam Smith y por los fisiócratas, y confiaba en las felicidades que resultarían de un cierto liberalismo económico aunque sin confrontar con las supraterrenales que eran el objetivo del catolicismo, ni siquiera respecto de la Inquisición.
El Semanario, que se hacía en la única imprenta porteña –la de los Niños Expósitos- y se publicaba los miércoles, fue la primera publicación destinada a difundir el conocimiento agrícola en estas pampas, y el segundo periódico que vio la luz en el Río de la Plata, después del Telégrafo Mercantil, fundado en 1801 y prohibido al año siguiente. Si bien el Semanario continuaría en alguna medida al Telégrafo, el público al que apuntaba no era tanto el porteño como el rural.
Temáticamente, el Semanario incluía una cierta bajada de línea editorial acerca de cuestiones económico-sociales de la época, que revelaba una confianza en el trabajo y el conocimiento como fuente del progreso, así como consejos técnicos sobre cuestiones agrarias concretas: cómo mejorar la calidad de lana de las ovejas, cómo fabricar cera, cómo curtir cueros, cómo domesticar vicuñas, qué sembrar en cada época y cómo cosechar, y muchas otras. Con conocimiento, los hijos podrían extraer más riqueza de los campos que sus padres, y por eso Vieytes también promovía la enseñanza agraria escolar. El Semanario incluía nociones de química y misceláneas, como la llegada de la vacuna contra la viruela, entre otros temas. Más tarde, fueron ganando espacio cuestiones de tono más general.
El Semanario incluía una cierta bajada de línea editorial acerca de cuestiones económico-sociales de la época, que revelaba una confianza en el trabajo y el conocimiento como fuente del progreso.
Si bien con otro público y objetivos, resulta llamativo cuántas de las dificultades que mencionaba Vieytes siguen siendo las que enfrenta el periodismo 215 años después: cómo ajustar la circulación para alcanzar al público específico, cómo captar su atención, cómo sustentar económicamente la publicación. Pero la aspiración didáctica de Vieytes se topaba con que gran parte del ruralismo al que apuntaba era iletrado. La manera de alcanzarlo era a través de la lectura del Semanario por parte de los curas rurales, algo complejo dado los conflictos ideológicos que suponía para estos difundir un pensamiento liberal, tema que desarrolla el investigador Pablo Martínez en El pensamiento agrario ilustrado en el Río de la Plata: un estudio del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807).
La poca efectividad de la comunicación y la primera invasión inglesa ponían en jaque las ideas fuerza de progreso de la modernidad ilustrada. Según Martínez, Vieytes intentó imprimirle un giro al Semanario, apuntando con un ejemplo ficticio a que los curas rurales ya no leyeran los textos sino que los adaptaran a su modo y propiciaran la puesta en práctica en sus comunidades, adaptándolo a sus propios saberes acumulados por la experiencia, tanto a nivel de la naturaleza como de los hombres del lugar.
El cambio de condiciones y las urgencias políticas fueron desvirtuando el objetivo original del semanario, que finalmente dejó de publicarse en 1807, luego de 218 ediciones regulares y unas pocas extraordinarias. Vieytes, que había reemplazado a Belgrano en el Consulado y también peleado con los Patricios, se convirtió junto con varios otros alumnos del Real Colegio de San Carlos –hoy Nacional de Buenos Aires- en uno de los hombres fuertes de la Revolución de Mayo. Muchas de esas reuniones secretas patrióticas se celebraban en la jabonería que él había montado con Nicolás Rodríguez Peña, en el cruce de la avenida 9 de Julio con Venezuela o México (no hay acuerdo entre los historiadores), antes de que la ensancharan.