“Me recibí de ingeniero industrial y como vengo del rubro metalúrgico, no me imaginaba que con los años me dedicaría a hacer vinos”, dice Diego Bringas, de 47 años, al contar su derrotero: “Nací en Río Cuarto, pero como mi papá fue bancario, me crié en varias ciudades de Córdoba, hasta que él se radicó en Villa Dolores, en Traslasierra, en los años ’90. Después compró una casita acá, en Villa de Las Rosas, en el mismo valle”, dice.
“Empecé a venir a visitar a mis padres a la casa de Las Rosas y me gustó la zona, por lo que compré un terreno y con el tiempo pude edificar mi casa, en el centro -continúa relatando, Diego-. Después me casé y en 2011, con mi señora, decidimos venirnos. Conseguí trabajo como administrativo y más tarde empecé a dar clases en escuelas técnicas de Mina Clavero, donde hasta hoy enseño Higiene y Seguridad, y Energías Renovables”.
“Después mis suegros, que viven en Arias, también se hicieron una casa en Las Rosas -sigue contando, Bringas-. A papá siempre le gustó hacer vino artesanal con uvas criollas, porque se crió yendo en las siestas a la bodega El Porvenir, que era de unos familiares. Cuenta que allí aprendió a hacer vino. Ya estando en Traslasierra, yo lo ayudaba a hacer vino con uva comprada, hasta que un día decidimos adquirir un lote en la zona que se llama ‘Camino del Colegio El Trigal’ para hacer vino con nuestra propia uva”, recuerda.
Diego explica que la pequeña chacra queda en la calle Nicasio Domínguez sin número, en el barrio El Buen Retiro, de Villa de las Rosas, y dista a sólo dos kilómetros de su hogar. Que lo primero que hicieron fue construir una casa, donde iban a montar la bodega, pero después decidieron hacer ésta en un galpón, y la destinaron para alquilar a los turistas. “El lote tiene una hectárea y en 2013 comenzamos a plantar vides de malbec, de tannat, que me trajeron de Uruguay y me gustó, y de pinot noir”, señala.
El metalúrgico devenido en viñatero sigue relatando: “Poco a poco fuimos agregando más vides y, entre las espalderas, plantamos árboles frutales, en vez de rosas o lavanda, que se suelen colocar. Plantamos durazneros, ciruelos, manzanos y un par de olivos. Papá compró una prensa de 100 años que halló en Los Molles, y al hacer la primera prueba, el color y el aroma del orujo fueron tan conmovedores que definitivamente decidimos embarcarnos en hacer vino”, rememora.
“Año a año fuimos comprando los tanques de acero inoxidable y todo lo que fuera necesario, pero siempre te falta algo -se lamenta, Diego-. Porque cuando no tenés 200 mil dólares para hacer todo de una vez, tenés que ir invirtiendo con mucho sacrificio”.
Finalmente, “en 2016 logramos envasar nuestras primeras botellas y decidí dejar mi otro trabajo, pero tomé más horas como docente”, aclara.
Cuenta el emprendedor cordobés que los comienzos fueron difíciles, porque sufrieron caídas de granizo durante dos años consecutivos, lo que les demoró el crecimiento de las vides. Después pudieron poner la malla antigranizo. “Porque todos los años caen piedras, y los pájaros te comen todo -advierte-, y en 2022 nos cayó una helada tardía”, se vuelve a lamentar.
Diego indica que la poda se les había caído un poco y gracias a un agrónomo amigo, José Zarco, cambiaron el sistema y han logrado mejorar mucho los rindes. Llevan tres años haciendo poda ‘de vigor’, que “significa trabajar con el vigor de las mismas plantas, de modo que no las sobre-exigís. La planta da lo que puede dar, porque si no, año a año, la vas agotando”, explica.
Bringas cuenta que en esa época costaba conseguir enólogos e insumos, porque recién comenzaba a hacerse vino en Traslasierra. En cambio, hoy ya hay 9 bodegas en la región y ya les vienen a ofrecer de todo, sin tener que salir a buscar. Recuerda que le costó conseguir un proveedor de corchos, y actualmente tiene tres. La mendocina Elina Gaido fue su primera enóloga, y ahora tiene a Horacio Graffigna, también mendocino.
“Hace un tiempo decidimos sacar el pinot noir, porque es una cepa muy delicada y complicada de vinificar, pero agregamos bonarda y este año será la primera cosecha -continúa Diego-. En 2017 empezamos a dar a probar nuestros vinos a los amigos y a vender algo en locales de artículos regionales de la zona. Creamos la marca ‘Sierra y Monte’ para la bodega y los vinos, malbec, tannat y un blend de tintas. El nombre es porque es una región de molles, talas y algarrobos, donde el poleo se percibe en el aire”, aclara.
Diego sostiene que el grueso, sale como vino fresco, frutado y amable de tomar. Este año van a salir unas 3.500 botellas. “Felizmente vendemos todo lo que producimos -dice-. Nos cuesta guardar un vino durante tres o cinco años para venderlo como Gran Reserva, por ejemplo, porque la demanda no nos deja. Ahora tenemos apenas uno. Con mi padre estamos pensando en alquilar más tierra para agrandar el viñedo”, señala esperanzado.
Al momento de definir la particularidad de sus vinos, Diego explica: “A nuestras viñas les imprimimos una impronta agroecológica, ya que fertilizamos orgánicamente y prácticamente no usamos ningún pesticida. Nuestros vinos son muy poco intervenidos, porque la idea es hacer productos artesanales y naturales. Por esta razón, decidimos poner en las etiquetas que nuestro vino es decantado naturalmente y que puede presentar turbidez en el fondo de la botella. Cuando les contás todo esto a los visitantes, lo compran, porque ven que detrás, hay todo un trabajo meticuloso y un cuidado especial del producto”, indica, satisfecho.
El cordobés señala que venían haciendo unas 3000 botellas por año, de las cuales la familia consume apenas un 2 o 3%. Al resto lo venden en Córdoba y algo en el resto del país. Que hace tres años han empezado a recibir visitas y cada vez les llegan más. El año pasado han terminado de construir una sala de degustación.
“Nunca nos quedamos quietos, siempre estamos innovando para no aburrirnos y buscando generar más ingresos. Mi señora da clases de inglés, pero cada vez nos dedicamos más a la vitivinicultura, porque ya no se puede vivir de la docencia, los salarios están cayendo muy abajo”, señala, preocupado.
Pero además de vinos, agrega Diego, “todos los años elaboramos un vermouth serrano, con malbec y hierbas de nuestra chacra. Le pusimos por nombre ‘El Guastiado’, porque es una expresión muy criolla de acá. Se dice cuando se ‘guastia’ un caballo, que significa caerse para atrás. De ahí que en la jerga popular todos decimos ‘me guastié la botella’, que vendría a significar que me la empiné hacia atrás, hacia mí, y me la tomé toda. Ahora ando pensando en hacer un vermouth con otra fórmula”, dice.
Va culminando, Diego: “Mi papá, Héctor, con 78 años, es feliz ayudándome en el viñedo y yo estoy a cargo de la bodega. Mi mamá Clider hace dulces con las frutas de nuestros árboles, orejones, ciruelas pasas, duraznos en almíbar, para autoconsumo, y los ofrecemos a las visitas y hospedados. Mi señora, Paula, hace muy ricos brownies y me ayuda a hacer las empanadas para las visitas, que ella se ocupa de atender. Mis hijos, Gino y Santi, ayudan a etiquetar y, aunque les quede alguna medio torcida, lo que me importa es que se vayan vinculando con el emprendimiento, porque en definitiva, algún día quedará para ellos”, reflexionó, emocionado.
Diego Bringas y su familia eligieron dedicarnos la zamba “carpera” de Hugo Casas y Javier Acuña, “Tormenta de Vino”, por Las Voces de Orán.