La historia de Carlos Bórbore, de 68 años, se remonta al año 1920 cuando su padre José, con apenas 18 años, llegó a la Argentina desde Castelnuovo Calcea, un pequeño pueblo de la provincia de Asti, Italia. Habiendo sufrido la Primera Guerra Mundial decidió partir hacia nuevas tierras con la esperanza de hallar una vida pacífica.
Al llegar a Buenos Aires fue invitado por su amigo y coterráneo Don Aniceto Tinto, a instalarse en las tierras cuyanas y trabajar en la Bodega La Puntilla. José estuvo dos días en el Hotel de Inmigrantes en Buenos Aires y luego viajó a San Juan, radicándose en el Departamento de San Martín. En 1925 José conoció a María Norina Bragagnolo, con quien se casó en 1926. Tuvieron ocho hijos, siete varones y una mujer.
Después de mucho esfuerzo y trabajo, José logró adquirir en 1936 su propia finca de 100 hectáreas al pie de las Sierras de Pie de Palo, en el Valle de Tulum, la principal zona vitivinícola de San Juan. Quedaba en la calle Colón sin número. Plantó vides de las cepas Criolla, Pedro Jiménez, Sauvignon Blanc, Torrontés y Malbec. En aquella época el consumo nacional “per capita” por año era de 90 litros de vino, en su mayoría blancos, luego les seguían los rosados y finalmente los tintos.
Con el tiempo dio inicio a la actividad industrial creando una pequeña bodega denominada “José Bórbore e hijos”, y en 1958 comenzó a producir y comercializar su propio vino “La Quebrada”, que alcanzó gran notoriedad. José solía decir: “No basta con hacer el vino con fines comerciales, hay que hacerlo con calidad, como para compartirlo gustoso, con los amigos”. Sus vinos finos y licorosos fueron ganando prestigio, pero José sobrellevó la adversidad de dos terremotos, en el año 1944 y en 1977, aunque no lo doblegaron debido a su férrea voluntad de trabajo.
Cuenta Carlos: “El 80% del vino era de producción propia, en tres o cuatro fincas. Papá sostenía que había que salir a llevarle el vino al consumidor, no esperar a que viniera. Eso lo aprendió de don Aniceto, que alquilaba un “tren del vino”, cargando un vagón con barricas llenas de vino blanco y salía a ofrecerlo por los pueblos, en cada estación, hasta Córdoba. Iban avisando por telégrafo que estaban por llegar. Mi papá viajaba junto a Don Tinto en aquel tren”.
En la década de 1960 la bodega experimentó un importante crecimiento y José decidió montar una sede en la ciudad de Buenos Aires, más precisamente en el barrio de Villa Devoto. Compró un terreno sobre la avenida Mosconi, donde hizo una vivienda, y a su lado levantó un depósito para desde ahí, distribuir sus vinos. Se trasladó a allí con gran parte de su familia.
Hasta ese momento Carlos se había criado entre viñedos, tanques y “olor a bodega”, pero cuando cumplió 18 años eligió trasladarse a vivir a Buenos Aires junto a sus padres para estudiar Administración de Empresas. En una fiesta de la primavera de la parroquia del barrio, Carlos conoció a Alicia, de quien se enamoró y con quien se casaría en el año 1980. Formaron su propia familia y tuvieron cinco hijas mujeres: Paula, Carolina, Alejandra, Silvia y María Fernanda. Sus padres don José Bórbore falleció en 1989 y doña Norina en 1994, dejando una gran familia, repartida en San Juan, en Córdoba y en Buenos Aires.
Con un gran legado viticultor, Carlos supo hacer su propio camino. Dejó de ser bodeguero para convertirse en “vinotequero”. Él mismo ironiza que dejó de ser “cola de león” para convertirse en “cabeza de ratón”. Y con el empuje de su esposa Alicia y el apoyo de sus hijas, en 1997 fundó la vinoteca La Bodega de Bórbore, en honor a su padre. La misma era un pequeño local de 16 metros cuadrados en la misma calle Mosconi, al lado de su casa, lo que les permitía continuar con la siesta cuyana en la gran ciudad. En aquel momento sólo vendían los vinos La Quebrada y como un sueño ya proyectado, el pequeño local tenía un parral con uvas de plástico que colgaban del techo.
Mientras tanto las uvas reales traídas en plantines desde San Juan, hijas de aquellas primeras que había plantado Don José, crecían año a año en el jardín de su casa porteña. En 2002 con mucho esfuerzo, ayuda y bastante locura, Carlos mudó la vinoteca y sus vides a la vereda de enfrente, al almacén de Don Pedro y Catalina, una casona antigua con un gran jardín que parecía una selva. Todo se recuperó y se recicló con el trabajo de muchos años. Este nuevo espacio, ubicado en la avenida Mosconi 3654, hizo crecer la variedad de bodegas y productos regionales ofrecidos, al punto que hoy los vinos de mesa conviven con el champagne francés.
Actualmente la vinoteca está organizada por regiones, por rutas, por provincias y por bodegas. Ofrece un recorrido por nuestro gran país vitivinícola. Conservando aquel lema de Don José, de acercar el vino al consumidor, Carlos quiso que todos los que visitan la vinoteca tuvieran una experiencia completa, conociendo la producción de nuestra bebida nacional de principio a fin.
Con el tiempo llegaron los nietos, que hoy se trepan a las damajuanas como tantas generaciones de esta familia lo hicieron en San Juan y en Buenos Aires.
En 2003, Carlos decidió montar un pequeñísimo viñedo con fines demostrativos. Plantó la primera vid en el fondo de la vinoteca y las siguientes dos fueron un obsequio de la bodega Lurton, de la cepa Pinot Gris, plantadas en el año 2004. En medio del jardín hizo un espaldero con postes traídos de Mendoza, y allí crecen hoy cepas de Cabernet y de uva Criolla.
A aquella estructura le sumó también una vid de Cabernet Franc y una de Glera, variedad que se utiliza para elaborar el Prosecco. Ambas fueron un obsequio de Alfredo Roca, quien se las llevó personalmente. Las cepas de Malbec fueron un regalo de Patricia Ortiz, actual presidente de Bodega Tapiz. Las de Torrontés, fueron de Julián Crusellas, dueño de Bodega La Puerta. Y fuera del espaldero también plantó una vid de Pinot Noir.
Carlos explica que son unas 15 vides, con el objeto de mostrar el trabajo, a modo de alegoría de un viñedo. Es como una maqueta, y lo curioso es que se halla a 6 cuadras de la avenida General Paz y a sólo 17 metros de altitud (se ríe). En medio de degustaciones invita a sus clientes a cosechar los frutos de la vid y a ver de cerca su crecimiento.
Cada año durante la poda de invierno, clientes, vecinos y amigos pueden llevarse estacas con 5 yemas para plantar en sus casas. Se hace desde hace muchos años, por lo que podríamos deducir que deben existir muchas vides plantadas en Buenos Aires gracias a los Bórbore.
La ventaja es que las plantas ya están adaptadas al clima de Buenos Aires. Sólo queda protegerlas de las plagas y especialmente de los pájaros. En un buen año la familia Bórbore puede cosechar al menos entre 15 y 20 racimos aproximadamente de las plantas más grandes, como es el caso de la Pinot Noir. Los meses de enero y febrero son los de vendimia, cuando Carlos (y su familia), no sólo comparte un hermoso momento junto a clientes y amigos, sino también piensa en las personas que no tienen la posibilidad de viajar a conocer un viñedo en las provincias productoras del país, y entonces que pueden hacerlo muy cerca de su casa.
Carlos dice que él y su familia, en La Bodega de Bórbore, celebran cada año el fruto que produce la tierra y el trabajo del hombre, y les produce un enorme gozo compartirlo con cada persona que entra a su vinoteca de 200 metros cuadrados y se sumerge en las más de 1800 etiquetas, de las diferentes regiones del país.
Las personas que los conocen saben que en esta vinoteca no se trata sólo de una compraventa de vino, sino de una experiencia de vida transmitida con pasión, de trabajo y tradición, de la historia viticultora de los cientos de familias de nuestro país, que reviven todos los días en el maravilloso fruto de la vid. Le deseamos muy buena suerte.
Hemos decidido dedicarle a Carlos esta canción: Tonadita, por Susana Castro.
Está a las claras que en Argentina podes tirar cualquier semilla que obtendrás frutos, tierra bendita. Falta mucho todavía para encontrar el camino, quiénes están haciendo la Argentina grande a ellos rindo honores