Bichos de Campo contactó a un cazador profesional de jabalíes, de la zona del Valle Medio, en la provincia de Río Negro, con el fin de que nos informara de la situación actual de este animal salvaje y de su actividad. El entrevistado nos manifestó poseer la habilitación comercial de caza, que se diferencia de la deportiva, y cuyo objeto es para la venta de las piezas a comercios o frigoríficos. Pero a pesar de que posee todas las licencias actualizadas, no quiso que expusiéramos su identidad con nombre y apellido, para no recibir las acostumbradas críticas de algunos sectores, que con el argumento de dedicarse a la protección de los animales, suelen denunciar públicamente a quienes se dedican a matarlos.
A consecuencia de esto, hemos optado por contar todo lo que el cazador nos ha informado, que consideramos muy útil para la sociedad.

El problema del crecimiento de la población de los jabalíes en nuestro país se está agravando cada vez más, y ya son plaga en varias provincias. Los productores rurales están suplicando a los cazadores que les vayan a matar los jabalíes, no sólo porque les comen el alimento de sus animales, sino que además, les destrozan las instalaciones y los cultivos.
Los jabalíes son tremendamente dañinos. Por ejemplo: tienen la costumbre de hozar, es decir, de levantar la tierra con el hocico, de modo que pueden levantar todo lo sembrado. Rompen las mangueras de riego por goteo, hacen zanjones y destruyen los canales.
Además de lo que rompen, está lo que comen. Por ejemplo una cuadrilla de 20 o 30 chanchos puede comerse media hectárea de maíz en una noche. Además, el aumento poblacional es tan veloz, que se están acercando cada vez más a las zonas urbanas, atraídos por los basurales, por ejemplo.
Hace unos años, un cazador debía caminar dos leguas para encontrar un rastro y seguir un chancho 4 kilómetros, que era el único que podía cazar en una jornada. En cambio hoy, la zona de influencia de nuestra fuente está invadida. La misma está constituida por un valle atravesado por el gran Río Negro, con plantaciones en la costa del río, por lo que el chancho salvaje está a sus anchas. De modo intercalado se hallan campos ganaderos que pueden llegar a tener sus 200 o 500 o hasta 2000 animales. En forma contigua a estos renovales que abundan, se hallan montes cerrados o “sucios”, donde los jabalíes se asientan.

La zona alejada de los ríos, de campo adentro, es la meseta desértica donde abunda la jarilla. Allí el chancho se alimenta de los frutos de cada temporada, como el piquillín, la chaucha del alpataco, o en la costa del río el fruto del olivillo. El cazador se dirige a la zona donde sabe que el animal va a comer según la estación del año.
El chancho jabalí duerme de día y sale de noche en busca de su alimento. Se lo puede ver desplazarse de día cuando está nublado o llovizna. El macho posee un colmillo filoso con el que puede desgarrar. Se mueve en piara o cuadrilla, en la cual suele dominar un solo chancho macho. Pero además, andan los “barracos”, que son los chanchos machos adultos que andan solitarios, separados de las cuadrillas, y que se suman a éstas en las épocas de apareamiento. Cuando se encuentran dos machos, suelen pelearse, tanto por disputarse las hembras, como por la comida.
En general no son un peligro para las personas, porque cuando se encuentran frente a ellas, suelen huir, al igual que el puma, salvo que se encuentren acorralados. Tanto solos, como en cuadrillas, tienden a no confrontar.
Se supone que han sido dos factores los que han provocado un efecto multiplicador en la proliferación de los jabalíes en la provincia de Río Negro, más precisamente en el Valle Medio: uno fue la pandemia del Covid 19, ya que al encerrarnos en nuestras casas, se suspendió la cacería de estos animales.
Consideremos que un cazador comercial podía abatir entre 50 y 60 animales por temporada de caza, que para los comerciales de armas largas, en Río Negro comienza en febrero y se extiende los 365 días. Para el cazador con perros, la temporada se limita hasta julio, en que comienzan las pariciones, para que no maten las crías. Pero parece que esta medida ya no surte efecto, debido a que han cambiado las fechas de las pariciones en el año.

El otro factor, es la presencia de los feedlots, que se han vuelto una fuente de recursos para ellos. En éstos, tienen garantizada el agua y alimento balanceado en apenas una legua a la redonda, ya que no se alejan más que eso para regresar cada noche. En los campos se pueden hallar, a cada legua, una cuadrilla de entre 10 a 20 chanchos. Pero a la vera de los ríos se puede hallar piaras de entre 30 y hasta 50 chanchos. Imaginemos que cada chancho le coma a un productor de un feedlot, unos 4 kilos por noche; pues a éste lo tienen en vilo y no puede dormir tranquilo.
Entonces, antes, cuando les costaba conseguir el alimento y debían recorrer grandes distancias, sólo engordaban algunas hembras y se alzaban una vez por año. Sólo parían en octubre o noviembre. Pero ahora, están todas bien alimentadas y pueden llegar a dos pariciones al año, de modo que en julio o agosto ya se las ve con sus crías. Cada chancha pare 6 lechones de promedio. Si cada cazador los combate a tiros o a cuchillo, es muy poco lo que puede llegar a refrenar en el crecimiento poblacional.

Pero al jabalí no lo puede matar cualquiera, sino un cazador habilitado. Lo que sucede es que este trámite no es fácil de obtener, ya que es extremadamente meticuloso, por la sencilla razón de prevenir el delito de la caza furtiva, el riesgo de la venta ilegal, sin analizar la posible triquinosis y el consumo directo, como también los cuidados higiénicos, en la manipulación del animal como recurso alimenticio, hasta llegar a un frigorífico, por ejemplo. El cazador tiene dos opciones de habilitación: para caza deportiva y/o para caza comercial.
El cazador comercial utiliza un arma larga y debe tenerla registrada y ser legítimo usuario. Puede salir a matar en una superficie de 500 hectáreas como máximo. Entonces, para que tres cazadores ingresen a cazar a un campo, éste debe constar de, por ejemplo, no menos de 1500 hectáreas. El propietario o inquilino del campo y el cazador deben concurrir a una comisaría para llenar un formulario (01) con los datos catastrales del campo, y el personal policial debe certificar la firma del titular. De ahí el titular del campo debe ir a la Sociedad Rural para que también certifiquen que lo es. Y si no fuera socio de la misma, deberá pagar 12.000 pesos. Luego, debe enviar ese permiso a la Dirección de Fauna Silvestre de la provincia, que lo visa, controla que sean los datos catastrales correctos y otorga una licencia de caza. El cazador residente deberá pagar 60.000 pesos y el cazador comercial, 150.000.
Luego, el cazador debe concurrir a la sede de la Brigada de la Policía Rural a llenar otro formulario (02), en el cual deberá dejar constancia de adónde irá a cazar, qué día saldrá y qué día volverá, con la hoja de ruta de por dónde irá y por dónde regresará. Esto último tiene una validez que ronda entre los 5 y 10 días. Si es gente que llega de afuera, la autorizan por pocos días, para controlar que no sean cazadores furtivos o ilegales.
Una vez en el campo, la Brigada puede llegar a inspeccionar al cazador, a ver si está cumpliendo con los cupos, si lo que lleva es realmente chancho o si está llevando alguna especie protegida, como la martineta, la liebre europea, la liebre mara, el guanaco, el puma, etc.
La caza está regulada, por ejemplo, su autorización por temporadas, que abren en febrero y dura todo el año. En cambio, la caza con perros es más breve, para que éstos no maten a las crías. Cuando se empezó a habilitar la cacería, se permitía abatir 2 ejemplares por día. Actualmente se amplió a 3 por día, y la habilitación comercial no tiene límite. Este último trata de cazar y que a las pocas horas lo tenga el cliente en su cámara de frío. El cazador le quita las vísceras y lo entrega con la cabeza, las patas y el cuero. Hace poco, uno cazó un animal de casi 200 kilos, pero en general son de menor peso y tamaño.
Hay una “zona gris” en cuanto al traslado, porque el cazador comercial no tiene un camión refrigerado. Y cuando debe hacer 70 kilómetros de distancia, en verano, con el jabalí en la caja de su camioneta, corre riesgo de que la carne se le descomponga. Entonces actualmente sólo se puede apelar a la prudencia y la discrecionalidad del cazador y a los controles policiales.
La carne de jabalí es susceptible de padecer triquinosis, por lo que sí o sí debe ser analizada. Pero este trámite tiene dos atenuantes: que no todos los veterinarios los efectúan, y hoy el costo es de unos 30.000 pesos, por lo que algunos comentan que el Estado debería facilitarlo, agregando más lugares y que fuera de modo gratuito, ya que si alguien pretende hacerse un lomito chacinado de un kilo y medio, le va a convenir ir a comprarlo a un supermercado. Y si alguien se pusiera a hacer salames caseros sin analizarlos, por ahorrarse ese dinero, la población correría el riesgo de contraer la enfermedad.

Hay dos formas de cacería, o bordeando un río o internándose campo adentro. Es tal la plaga que este cazador no logra transitar 500 metros, cuando ya encuentra alguna huella. Una de las técnicas de los cazadores es colocar bidones agujereados con granos de maíz adentro, y el jabalí tiene un gran olfato, de modo que lo percibe a gran distancia.
Está prohibido en cambio el uso de elementos de visión nocturna, como los reflectores, o miras de rayos infrarrojos o visores térmicos, que captan el calor de los cuerpos de los animales. Sólo se permite cazar con la luz de la luna. Entonces los cazadores salen a la mañana, temprano, o a la tardecita. De modo que los jabalíes pueden andar de noche a sus anchas.
Todavía no se han tomado medidas estatales para combatir esta plaga. El productor se las arregla como puede, le busca la vuelta. Colocan alambres eléctricos, pero los jabalíes son como topadoras. Les pasan por encima a lo que les pongan y rompen todo. Se estima que si el Estado no toma las medidas necesarias, en los próximos cinco años la región se irá acercando a un colapso.
El jabalí es un recurso comestible. Un caso similar es el de la provincia de Santa Cruz, donde ante la sobreabundancia de guanacos, se habilitó la faena, la producción y la exportación de su carne. Del mismo modo, ante la enorme cantidad de jabalíes, la provincia de Río Negro podría promover la industria y la exportación de este animal salvaje.




