Días atrás, el ex coordinador nacional de Ganadería del INTA, Daniel Rearte (foto), sorprendió a muchos al mantener una larga entrevista con Alejandro Apo en Radio Nacional. El periodista y relator, minutos antes, había leído en su ciclo “Todo con Afecto” un cuento llamado “Felicitaciones Ingeniero”, que Rearte había escrito rememorando el día en que se recibió de agrónomo. Allí, quedaba claro, confesaba su incondicional amor por Newell’s Old Boys de Rosario. Podes escuchar ese programa desde este enlace.
Luego de aquello, escribió a Bichos de Campo Daniel Tangir. “Soy Ingeniero Zootecnista. Trabajé dos años en la EEA INTA Bariloche, pero ahora estoy en la CNEA (Gestión Ambiental en Residuos Radiactivos) aunque sigo dando clases en la cátedra de Ecología y Fitogeografía de la Facultado de Ciencias Agrarias de Lomas. Y, ciertamente, soy fanático de Ñuls”, se presentó. Nos dijo que quería contactar a Daniel Rearte, con quien comparte no solo el nombre, sino la profesión y sobre todo la pasión por el mismo club.
Este segundo Daniel también nos envió un cuento que, como aquel de Rearte, deja constancia de su pasión. Ojalá a partir de esto se pongan en contacto y puedan ver juntos el próximo partido.
Relato con Anciano en un bar
Hoy entré en el bar “San Cayetano” exclusivamente para ver un partido de fútbol. Soy hincha de Newell´s Old Boys, debo decirlo. Como esta tarde jugábamos contra Rosario Central, tuve que considerar ineludible mi presencia aquí, ya que el resucitado y brutal “fútbol para pocos” no me dejó otra alternativa.
Esta es la segunda vez que veo a Newell´s en este bar de Belgrano y, casualmente, desde esta misma mesa. Lamentablemente, hoy se están presentando circunstancias más desfavorables, casi lúgubres, digamos. Los canallas metieron su gol a los dos minutos del primer tiempo y parece imposible revertir el resultado.
Ni el sobreviviente “Negro” Figueroa, ni el flamante Brian Sarmiento, ni siquiera el pibe Torres con sus endiabladas gambetas, pudieron remontar esta tragedia. El partido terminó uno a cero. El mozo viejo, eterno del “San Cayetano”, trata de alentarme.
En semejante escenario, fue imposible no recordar aquella primera vez que vi a mi equipo aquí. La ocasión era muy diferente. Eran otros tiempos. Veníamos de salir campeones de punta a punta el año anterior y teníamos un equipazo.
Ese día jugábamos contra Racing en nuestra cancha. Era la octava fecha del torneo final 2014, es decir hace tres años. También estaba presente el mozo viejo.
El encargado del bar, un gordito que era hincha de Racing, limpiaba permanentemente el mostrador. Yo estaba sentado de espaldas a las puertas de entrada al bar y de frente al mostrador y a la televisión. El encargado se asomaba de vez en cuando y espiaba a su izquierda la pantalla.
El mozo viejo dijo:
-Qué raro que hoy no vino Ñul
El del mostrador miró la puerta de calle y replicó:
-Ahí viene, mirá.
Yo me di vuelta.
El hombre que estaba entrando, es decir, aquél al que el personal del bar bautizó Ñuls, era un anciano alto, delgado, de aspecto aristocrático. Su cabello era de un rubio ceniciento. Llevaba una camisa escocesa, pantalón beige y un pañuelo de seda en el cuello.
Saludó cortésmente al encargado y al mozo viejo, se sentó a mi lado y pidió un café. Yo lo miré de frente y le pregunté lo que era evidente:
-¿El señor es hincha de Newell´s?
-Así es ¿Usted también? Me dijo con un gesto amigable pero respetuoso.
Entonces, congeniando, ambos giramos la cabeza hacia la pantalla.
El partido comenzó y, desde el primer minuto, doblegamos lenta pero inexorablemente a la defensa de Racing.
El gordito del mostrador miraba la pantalla de reojo con gesto de creciente hostilidad.
-Estamos jugando bien-, dije por lo bajo al señor de al lado.
Ñuls asintió imperceptiblemente. El tipo era un caballero.
Llegado el minuto nueve, cortamos un avance de Racing en nuestro campo y sobrevino un contragolpe fulminante. Nuestro wing, Isnaldo, a toda carrera eludió a un defensor de Racing tocándole la pelota por el costado y recogiéndola detrás de él.
Unos pocos trancos más y desbordó desde la izquierda con un centro impecable al área rival. El pibe Ponce la recibió y, sin dejarla picar, la metió en las redes que defendía el arquero Saja. Gol.
Ñuls, respetuosamente, no hizo ningún gesto. Yo no hice ninguna mueca, pero mi alegría interna era desmesurada.
Les comenté al encargado del bar y al mozo viejo que Ponce tenía dieciséis años. El gordito encargado hizo un gesto socarrón y siguió limpiando.
Fue entonces que mencionó aquello del “corralito”. Dijo que ellos tenían una cancha majestuosa, que en la cancha de Newell´s no se podía jugar porque era un “corralito”.
Esta persona ignoraba deliberadamente el resultado transitorio del partido limitándose a una ridícula comparación entre las canchas de uno y otro equipo. Sin embargo, el anciano a mi lado condescendió:
-Y sí, el estadio de Racing es de los mejores de Latinoamérica.
El trámite del partido siguió con el mismo ritmo del comienzo. Newell´s era muy superior y Racing aguantaba.
El encargado, despreciando otra vez lo que ocurría en la cancha, hablaba como para sus adentros:
-El Racing del ´66. Ese sí que era un equipo, no como estos equipitos del interior que nunca van a igualar a la Academia.
Ñuls, educadamente contestó:
-Es verdad, aquél equipo de Pizzuti era extraordinario.
Mientras, la televisión mostraba que el rojinegro llegaba continuamente al arco contrario. Seguíamos ganando uno a cero, pero en cualquier momento le metíamos el segundo.
Cuando terminó el primer tiempo, comentamos con Ñuls cómo había mejorado el equipo desde que vinieron desde el exterior nuestras queridas figuras: Maxi, Heinze, Scocco. Todos bajo la tutela de Martino.
Entonces, desde el mostrador se escuchó:
-Martino, Ja. Es un vendehumo. Ya se fue de Newell´s, seguramente en otro club le dieron unos mangos más.
Ñuls lo miró con indulgencia, y le respondió que él solamente se refería a cierta mejoría que advirtió en su equipo. Nada más. Y agregó:
-Por suerte Merlo, el técnico de ustedes, le devolvió a Racing un título que hace rato no se les daba.
-¡Que grande Mostaza!- Dijo el encargado por toda respuesta.
Empezó el segundo tiempo y Racing pareció mejorar en su juego, pero la supremacía de Newell´s volvió a manifestarse de a poco. La Academia boqueaba.
En los labios del encargado, volvió la palabra “corralito”, refiriéndose a nuestra cancha. Pero ni Ñuls ni yo acusamos recibo.
Y entonces, en el minuto treinta y siete, Banega eludió en el círculo central a un defensor contrario y conectó un centro al ras para la entrada de algún delantero, pero este tiro rebotó en un defensor de Racing. Y ahí, de ese rebote, desde cuarenta metros la remató Trezeguet (que había entrado en el segundo tiempo en lugar de Ponce), sorprendiendo a Saja adelantado. Golazo y dos a cero. Trezeguet lo festeja riéndose, Merlo sonreía con impotencia.
Me pareció ver que en este gol Ñuls cerró la mano derecha y la agitó levemente, pero nada dijo. Yo murmuré simplemente gol. Lo dije bajito, pero mi cabeza estallaba.
Le comenté a mi viejo acompañante que el francés, ni bien pateó, salió a gritar el gol mucho antes de que la pelota entrara al arco. Él asintió satisfecho. También recordé en voz alta que el pibe Ponce era un niño de un año de edad cuando Trezeguet salió campeón mundial con Francia.
Sin embargo, el encargado arremetió otra vez:
-Estos viejos chotos vienen ahora a hacerse la guita acá. No tienen vergüenza.
Y Ñuls respondió:
-Entiendo su comentario, pero Trezeguet parece mantener su calidad intacta.
-Má qué calidad-, espetó el gordito finalizando la discusión.
El dos a cero parecía definitivo, sin embargo el encargado seguía enorgulleciéndose del “Cilindro de Avellaneda” y de sus glorias pasadas, sin tener en cuenta lo que la pantalla evidenciaba.
Por fin, terminó el partido.
Ñuls, el “anciano aristocrático”, se levantó despacio y, ceremoniosamente, estrechó mi mano. Pagó el café y saludó al encargado y al mozo viejo. Se dio vuelta para retirarse del bar.
Y justo en ese momento, se escuchó otra vez una voz desde el mostrador:
-Un equipo de primera no puede tener ese “corralito” por cancha, por favor.
Ñuls se frenó en seco. Se dio vuelta lentamente y le dijo al encargado:
-Sabés qué pasa (era la primera vez que lo tuteaba), pasa que en ese “corralito” que vos decís, precisamente en ese “corralito” hoy te hicimos bien el orto.
Se hizo un silencio profundo. El mozo viejo quedó congelado. El encargado tenía la boca abierta. Ñuls, el anciano, miró firme a los ojos del gordito que no pudo sostenerle la mirada.
El anciano dijo “Buenas noches”. Salió del bar y se fue por Juramento para el lado de Cabildo.
Nadie fue capaz de decir nada. El encargado retomó la limpieza con ojos bajos. El mozo viejo retiró el pocillo de café de la mesa de Ñuls y la limpió. Yo pagué, saludé y me fui.
Y hoy, tres años después, en este mismo bar y en esta misma mesa le pregunto al mozo viejo:
-¿Se acuerda de Ñuls, aquél anciano alto, rubión?
-No vino nunca más. No se sabe porqué a veces la gente desaparece.
Nota: El correo electrónico de Daniel Tangir es danieltangir09@gmail.com