Muchas historias de amor inician puramente de casualidad y la de Tomás Hartmann es una de ellas. Ese amor, que está pronto a cumplir las cinco décadas, se remonta a la carrera tecnológica que Argentina inició allá por la década de 1970. Nos referimos aquí al vínculo que entabló con el desarrollo de las herramientas de sensoramiento remoto y de imágenes satelitales.
Recibido de la carrera de Física en la Universidad de Buenos Aires en 1970, su relación con esa casa de estudios se vio interrumpida en 1974 por la intervención que tuvo por parte del Estado. Sin poder continuar su trabajo en esa área de especialidad, ahondó en otros caminos que lo llevaron a conocer el Sistema Landsat, uno de los programas de imágenes satelitales más antiguos que operaba a partir de la observación en alta resolución de la Tierra, de la mano de satélites estadounidenses que orbitaban el planeta.
“Los satélites de relevamiento de la Tierra existían desde 1972, cuando se lanzó el primero que permitía una visión mucho más en detalle para la época, incluyendo el infrarrojo. Era toda una novedad. Hasta ese entonces lo único que había eran satélites de aplicación meteorológica para ver los campos de nubes. Los detalles de la Tierra se podían ver con la fotografía aérea nada más”, contó a Bichos de Campo Hartmann.
Este avance motivó que la antigua Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales de la Fuerza Aérea comenzará con capacitaciones en procesamiento digital de imágenes. En 1975, este físico tuvo la oportunidad de asistir a una de ellas en Buenos Aires. Pero no fue sino hasta la década de 1980 que logró darle una aplicación profesional a este nuevo interés.
“En 1980 ingreso a INTA, pero para realizar tareas de computación vinculadas a darle apoyo a los investigadores. Había un sector de computación que se ocupaba de la parte administrativa, pero los investigadores tenían muy poco acceso a elementos de cálculo potentes. Cuando entré lo primero que pregunté era si ellos estaban usando imágenes de satélites. En ese momento me dijeron que sabían de su existencia pero que aún no estaba desarrollada el área correspondiente. A lo largo de esa década, se tomó la iniciativa de crear en el Departamento de Suelos un grupo de trabajo dedicado al procesamiento de imágenes”, relató Hartmann.
Ese hecho fue la piedra basal de lo que luego se convertiría en el estudio y aplicación de pronósticos agroclimáticos en el sector, de la mano del procesamiento de imágenes tomadas por satélites y capturadas por radares.
El primer trabajo oficial del Instituto en relación con esta tecnología se realizó en la década de 1990 cuando, tras la desaparición de la Junta Nacional de Granos, la entonces Secretaría de Agricultura solicitó crear una estadística agropecuaria a partir de imágenes digitales.
-¿Por qué necesitaban usar imágenes para confeccionar estas estadísticas?- le preguntamos a Hartmann.
-El relevamiento que podía hacer la Secretaría de Agricultura con la metodología de ese entonces era por muestreo. Ibas al campo, preguntabas cuántas hectáreas había de tal cultivo, tomaban mediciones desde la ruta, recorrían caminos y medían por cuántos kilómetros se extendía un cultivo determinado.
-Más como un agrimensor.
-Claro. Buscaban establecer las proporciones entre los distintos cultivos y tener así un total real de superficie. En cambio, mirando desde arriba con una imagen se puede medir con bastante más precisión un lote. Y por supuesto, en la medida en que uno puede identificar cuáles son los cultivos, se tiene una estadística mucho más ajustada. Con el tiempo incluso se podía estimar la producción a través de los rendimientos.
-El trabajo antes era mucho más matemático y manual.
-Exactamente. Y las imágenes además tienen otro tipo de subproducto que es determinar si hay áreas inundadas, si hubo granizo y afectó a un cultivo, etcétera. A partir de los 90 y por tres años, la Secretaría de Agricultura estuvo financiando la compra de imágenes satelitales. Ellas eran caras y si no hubiera sido por ese convenio habría sido muy difícil tenerlas.
-¿La compra se realizaba porque nosotros no teníamos satélites para tomarlas?
-Había una instalación receptora en Mar Chiquita, provincia de Buenos Aires, hecha por la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales. Lo que pasa que esa instalación quedó obsoleta con un cambio de tecnología de los satélites que ocurrió justamente en los 90. Los satélites empezaron a tener mejores soluciones parciales, es decir que veían mejor los detalles y captaban más bandas espectrales.
-¿Qué son las bandas espectrales?
-Los primeros satélites veían la tierra y tenían infrarrojo. El infrarrojo es lo que se llama una banda del espectro electromagnético. Los colores del espectro rojo, verde, azul también se captaban por separado con sensores diferentes. En los 90 aparecieron satélites con más sensores para captar eso.
-¿Eso influye en la definición de la imagen?
-La definición tiene que ver con cuán chiquititos son los detalles que se pueden ver. Lo otro es cuántos colores se pueden discriminar. Hablamos de colores entre comillas porque solo se los ve con sensores que los captan. Sirven para dar información de la vegetación. Es decir, toda la vegetación es más o menos verde, pero con un infrarrojo tenés una mayor riqueza de esa diferencia.
Esas primeras imágenes fueron adquiridas por Agricultura en Brasil, que en aquel entonces contaba con una estación receptora que llegaba a abarcar gran parte del territorio nacional, incluyendo la Pampa Húmeda.
¿Cómo funcionaba el sistema? Los satélites puestos en órbita por Estados Unidos tenían la capacidad de grabar a bordo. Ese material luego era descargado en una antena. Dado que la capacidad de almacenamiento no era infinita y no se podían tomar imágenes a pedido, el país interesado debía colocar su propia antena para retransmitir a tierra las imágenes que el satélite captara.
-¿Hasta ese momento nosotros no teníamos un satélite propio?
-No, el satélite propio lo tuvimos mucho después. En los 90 había que comprar las imágenes en Brasil. Eso significaba que había que importar las imágenes o ir a buscarlas y traer una valija con cintas magnéticas, que eran la forma de registro. Algunos de esos viajes los hice yo.
-Las imágenes y estadísticas confeccionadas, ¿comenzaron a ser solicitadas por alguien más que Agricultura?
-En época de inundaciones se analizan medidas de gobierno para sostener a los productores afectados, a través de exenciones impositivas, créditos a bajo interés, etcétera. Una de las aplicaciones que se hizo fue en el Banco de la Provincia, que nos pidió ayuda para ver si todavía estaban inundados campos que tenían facilidades impositivas desde hacía varios años. Pidieron un mapeo del estado actual de las lagunas para ver si los campos ya estaban productivos. El resultado fue que muchos campos seguían aprovechando esos beneficios impositivos aunque la tierra ya la podían usar.
-Esa tecnología empezó a significar la posibilidad de hacer otro tipo de controles.
-Exactamente. Con las estimaciones de producción también ocurrió algo similar luego con la AFIP. Pero no se habla mucho de eso porque el INTA en ese entonces tenía las lealtades divididas. Por un lado le tenía que informar al Estado y por otro lado no podía traicionar a los productores que sostenían al Instituto con sus impuestos. Era una situación difícil. Después la provincia de Buenos Aires lo hizo por su cuenta con un organismo provincial.
Una vez que el convenio con Agricultura finalizó, el INTA continuó realizando este servicio que, en pleno achicamiento del Estado durante la década de 1990, les permitió financiar la compra de computadores y discos de almacenamiento.
Gracias a esto, durante la inundación del Delta del Paraná en 1998 el INTA logró llevar adelante un monitoreo de la situación y recibió una distinción oficial.
“El INTA pudo informarle al gobierno de forma eficiente lo que estaba pasando y el Ejecutivo le otorgó una suerte de premio. Desde el Instituto se aprovechó para pedir que el Estado apoyara la compra de un radar meteorológico. Hasta ese entonces había uno solo en Ezeiza que pertenecía al Servicio Meteorológico Nacional (SMN), que solo veía Buenos Aires y alrededores. Yo quedé medio a cargo de definir qué radar comprar”, indicó Hartmann.
-¿Qué radar hacía falta?
-Uno que funcione dentro de la banda C. Los radares lo que hacen es emitir microondas o un flash como si fuera una cámara de fotos. Mandan una luz y esperan el rebote en algo. El radar capta la microonda que vuelve del espacio, donde hay nubes formadas por gotas de agua. El rebote se da en esas gotas de agua.
La anécdota se vuelve tragicómica luego de que el satélite llegó al país desde Alemania, ya que por la crisis económica de 2001 permaneció embalado en la estación del INTA en Pergamino durante cinco años sin uso. Recién en 2006, con el refuerzo que el estado otorgó a Ciencia y Tecnología, se retomó su instalación.
-¿Qué destino se le dio a ese radar de Pergamino?
-Cada 15 minutos tomaba un escaneo completo de la atmosfera que permitía sacar numerosas conclusiones. Eso daba estimaciones de cómo venía la producción, que se podía esperar de ella, si habría tormentas, etcétera. En cuanto la gente supo que eso existía, había muchísima demanda por ver las imágenes y hasta enojo cuando algo en la web no funcionaba.
-¿Esas imágenes se cargaban en forma gratuita a la web? ¿Servía eso para democratizar el acceso a la información?
-Por supuesto. El radar generaba las imágenes y ellas venían a nuestro centro de cómputos en el Instituto de Clima y Agua, desde donde se publicaban. Con el éxito que tuvo eso, el INTA pudo comprar dos radares con tecnología más avanzada, que se instalaron en la Estación Experimental Agropecuaria Anguil del INTA, en la provincia de La Pampa, y en la de Paraná, en Entre Ríos.
En 2012 la Secretaría de Recursos Hídricos, a través del Ministerio de Obras Públicas, decidió crear una red de radares meteorológicos nacional, con el objetivo de extender el área de monitoreo y controlar precipitaciones, inundaciones y otros propósitos de esa cartera.
“En 2012 me jubilé pero me volví asesor del proyecto. Gracias a él se instalaron diez radares meteorológicos que nosotros fabricamos en Argentina. Para el país fue una cosa muy importante porque no se compraron en el exterior, sino que se adquirió el know how en el país y se hicieron acá. Primero se hizo un prototipo y luego construyeron diez radares. Yo estuve con eso hasta 2018”, señaló Hartmann.
-Así como de casualidad se vinculó con esta tecnología, lo fortuito lo llevó también a relacionarse con el sector agropecuario. ¿Le resultó fácil ese vínculo?
-No es que yo estuviera vinculado directamente con los productores, pero yo tenía una función dentro del INTA con ese propósito. Cuando se inició el trabajo con las imágenes de satélite yo fui al interior con los productores a explicarles para qué servían, el tipo de información que podían tener, como les servía, etc.
-¿Y qué significó para usted ser parte de todo este desarrollo que sigue vigente hoy en la actualidad?
-La verdad es que tengo mucho orgullo. Esta entrevista es una especie de reconocimiento a que algo dejé por el camino. Estoy muy contento de eso. Eso que empezamos con algunas imágenes, se desparramó entre el sector privado y empezaron a surgir empresas de asesores agropecuarios que aprendieron con nosotros a presentar imágenes de satélite y a generar esos productos.
-¿Le sorprendió ese efecto derrame y ese desenvolvimiento de la tecnología?
-No, yo creo que no. Era previsible que fuera a haber un boom de esto porque era increíble. Con estos recursos hicimos una vez una visita al Instituto Cartográfico de Cataluña, que también usaba imágenes de satélites para cartografía. Sacamos un par de ideas y nos dimos cuenta que allá trabajaban como nosotros. Vimos que no había años luz de diferencia entre lo que hacíamos. Tuvimos visitantes, delegaciones de distintos países. Vino el Ministerio de Agricultura de Hungría. La gente se quedaba sorprendida cuando le contábamos lo que hacíamos. Daba cuenta de que nosotros estábamos en la primera línea.
-Habiendo estado en esa primera línea del desarrollo, ¿a dónde cree que vamos ahora?
-No te puedo decir hacia dónde se va a orientar la tecnología pero ahora se están usando drones y se hace todo lo que es la teledetección espectral, que se abarató. Un drone puede llevar una cámara como la que tenían los satélites y tomar imágenes con la frecuencia que tienen. Muchas empresas de servicio hacen eso. Pero cada cosa tiene su medida. Con un drone no podés mapear lo que pasa con una inundación que toma media provincia. Ahí necesitas uno de los satélites.
-Estamos empezando el último tramo de una sequía que fue histórica, según los últimos pronósticos. ¿Cómo ve la situación en relación con la aplicación de estas tecnologías?
-Y yo creo que ahora hay cada vez más medios. Creo que cada vez se desarrollan más cosas en los centros de investigación, pero es difícil seguir el ritmo de todo lo nuevo y habría que estar todo el tiempo mirando las novedades. Básicamente el asunto es trasladar las novedades tecnológicas a la práctica y eso no es gratis. Hay que capacitar gente, tener medios materiales para fijar esa tecnología en una cierta escala. Ahí los Estados son los que tienen que tomar la iniciativa. Después eso derrama al sector privado. Pero primero el Estado tiene que tener capacidades y plata. Que se siga adelante la red de radares será una herramienta importantísima para la previsión meteorológica, particularmente para las alertas de corto plazo. La ubicación en tiempo real de la tormenta, avisos de granizo etc. cosas que tienen mucho que ver con la seguridad de la población.
-Mirando hacia atrás, ¿qué siente que fue lo que lo conquistó de todo esto?
-Bueno, lo que yo veía a través de la estructura del INTA, la llegada a los productores, a la gente y a la producción del país y la exportación. Todo eso me resultaba un ciclo mucho más corto desde la investigación hacia el beneficio de la gente, que un trabajo en investigación básica como lo que hacen los físicos. Yo no digo que lo que haga un físico no sea importante, porque por algo me interesó la carrera, pero puede tomar años. En el INTA yo lo veía más directamente. Eso me resultó fascinante.