En la teoría monetaria existe una regla básica que indica que indica que las personas tienden a deshacerse de la moneda más inestable para conservar aquella más sólida o confiable. Y eso es precisamente lo que está ocurriendo en el mercado agrícola argentino.
Al 10 de agosto pasado, los productores argentinos –según los últimos datos oficiales– habían vendido 22,1 millones de toneladas de soja 2021/22, una cifra que representa un 50,3% de la cosecha estimada por el Ministerio de Agricultura (44,0 millones de toneladas).
Se trata, tanto en términos nominales (toneladas) como porcentuales, de la cifra más baja del último lustro (sin considerar la situación excepcional ocurrida en la sequía 2017/18), lo que muestra claramente que la voluntad de venta de soja se encuentra limitada por el panorama incierto tanto a nivel local como internacional.
En el presente ciclo 2021/22 los productores argentinos priorizaron la venta de maíz –un producto intervenido por el gobierno por medio de cupos de exportación–, dado que al 10 de agosto pasado se habían comercializado 36,0 millones de toneladas del cereal, una cifra equivalente al 62,1% de la cosecha estimada.
A diferencia de lo que ocurre con la soja, en el caso del maíz las ventas son superiores a los registros del último lustro, lo que muestra que la mayor parte de los productores está buscando liquidez a través de las ventas del cereal.
La explicación de tal fenómeno es muy sencilla. El maíz es un “moneda mala” porque, como la exportación del producto está regulada por el gobierno nacional a través de cupos, su valor interno está desconectado de las referencias internacionales.
No es el caso de la soja, que cumple funciones de una “moneda solida”, dado que, al no tener restricción alguna de exportación, tiene un valor que refleja con bastante nitidez el balance de oferta y demanda de la oleaginosa.