Carlos Arizu es tercera generación de una familia imprescindible para entender la historia vitivinícola argentina. Los viejos Arizu fundaron en 1888 uno de los primeros establecimientos para procesar vino que hubo en el país, en Godoy Cruz, en las afueras de Mendoza. La familia mantuvo la bodega centenaria hasta 1978, cuando fue vendida al tristemente conocido Grupo Greco, que la mandó a la quiebra como a muchas otras empresas. Por su envergadura, fue intervenida por el estado hasta que cerró definitivamente en el año 1991.
Se dice que en Unzué, un pueblito cerca de Pamplona, se despertó la curiosidad de esta familia de vascos por Mendoza, gracias a un pariente que había vuelto de tierras argentinas. Así viajó el primero de los Arizu a la Argentina para continuar con “el arte de hacer vinos”.
Carlos es nieto de aquellos y fue otro gran protagonista de toda aquella historia. En diálogo con Bichos de Campo, relata que él intentó en vano recuperar la vieja bodega para su familia. No pudo y el bello edificio donde nació la vitivinicultura nacional quedó abandonado hasta que en los últimos meses fue bellamente restaurado y se convirtió en un centro cultural.
Pero este Arizu (otra rama de la familia fundó en Mendoza la bodega Luigi Bosca) no pudo alejarse del legado familiar. Desde hace varios años se lo puede instalado en la bella localidad serrana de Fiambalá, donde puso en marcha una nueva bodega boutique y produce “vinos de altura”. Carlos ahora es considerado por sus pares como uno de los precursores de la nueva vitivinicultura catamarqueña.
En un repaso de esta larga historia ligada a la actividad, Arizu recuerda haberse querido escapar de la producción de vinos cuando era muy joven, y viajó a los Estados Unidos para eludir cuestiones inherentes a los complejos negocios de su familia. Sin embargo, la sangre fue más fuerte y a la bodega mendocina volvió para hacer lo que bien sabia. “Fui de mamar todo en las bodegas, de estar presente en las cosechas, en la fermentaciones, en las en las oficinas de mi papá, aprendiendo con los ojos abiertos”, rememora.
Mirá la entrevista con Carlos Arizu:
“La historia triste no me la recuerdes”, pide Arizu como condición para esta entrevista con Bichos de Campo. Y tiene sus razones, porque “el hombre que compró fue la quiebra más grande de la vitivinicultura argentina, pero también la quiebra más grande de la Argentina. Tanto así que se llamó la quiebra de Greco”, recuerda él mismo.
Lo cierto es que la empresa Arizu, una especie de tesoro familiar, no pudo ser recuperada y Carlos debió aceptar el final de su “relación carnal con la bodega” familiar. Pero tras asumir el golpe, este hombre se asentó en la Finca La Retama, para convertirse en propietario de una pequeña bodega llamada Tizac que luego rebautizó como Cabernet de los Andes. Está instalada sobre la Ruta 34, en la desértica zona de Fiambalá. Allí volvió a ser pionero: desde 2002 produce vinos orgánicos con uvas que cultiva justo en la base de la montaña. Tiene cepas tradicionales como Malbec y Cabernet, pero también como Torrontés y Syrah. Y un bonarda que los expertos consideran uno de los mejores de toda la Argentina.
-¿Cómo es que llegaste a Catamarca?
-Te digo cuáles son los los factores mas importantes. Primero que como todo vasco, creo yo, siempre buscamos algún desafío, hacer algo que no está hecho, que vos creés que lo podés hacer y que lo podés hacer mejor. Yo creo que los vinos de altura son de acá, de Argentina. Existen en muchos otros países donde los grandes vinos son los vinos del mar, están cerca del Pacífico, del Atlántico, son países que se benefician de la frescura del mar, etcétera. En la Argentina tenemos una historia que es la la Cordillera de los Andes y en cada lugar de Argentina vos buscás los valles que te permitan madurar la uva, sobre todo la uva tinta.
La altura siempre es un desafío y en esto de producir vinos, Carlos Arizu lo tomó como valor agregado. “Queríamos hacer vinos de 1500 metros para arriba. Tenemos uvas a 1900 metros en un valle que se llama Pueblito. De ahí pueden salir vinos que están entre los cinco o seis mejores de la Argentina”, desafía. Luego explica que la altura puede juega a favor de una buena calidad de uvas, aunque es la falta de agua una barrera que mengua un mayor desarrollo de este tipo de variedades
-¿Y por qué en Catamarca? ¿Eran tierras vírgenes?
-Mirá, yo no solo probé Catamarca, pero en dos o tres años probé injertar en distintos valles y elaborar pequeñas cantidades. Hice muy poquito en Salta, hice Catamarca y La Rioja, pero elegí Catamarca. Hubo demasiadas coincidencias. Como vasco, digo que está todo por hacer, está el 90% por hacer. Y veo mucha sangre con ganas de hacer acá, hay muchos muchachos jóvenes que están haciendo vinos. Yo cuando comparo los vinos que había cuando recién llegué a Catamarca en los 90, con los de hoy, hay un salto fantástico. Vinos que dentro de diez años van a ser maravillosos.
-¿Te gusta el estado de cosas de la vitivinicultura argentina? ¿Qué decís de este sendero que ha tomado al tratar de competir ya no tanto por cantidad sino por la calidad de sus vinos?
-Sí, me encanta, pero no lo hicimos las bodegas. Eso lo hizo el público, no solo en Argentina, sino en casi todo el mundo. Cuando yo tenía 20 años tomábamos 90 litros por habitante. Hoy estamos en 20 litros. Tenemos una incidencia importante de las exportaciones, algo que un poco nos limita los valores en el tipo de cambio, pero que cuando eso se solucione seguramente vamos a estar exportando.
Arizu recuerda que no siempre el sector tuvo claro el concepto de calidad. Reconoce que “cuando nosotros hacíamos vino (en cantidad) y nos jactábamos, los vinos que se hacían eran vinos oxidados, tenían un poco de sabor a viejo. O sea, no hacíamos ningún esfuerzo por retener los sabores”. Elogió que en cambio ahora “no tomas un vino sino que hoy tomas un Malbec, tomás un Cabernet”.
-¿Entonces no importa vender menos cantidad? ¿Hay que aprovechar este momento donde el público empieza a exigir muchas más cosas a las bodegas?
-Hay que llegar a un buen equilibrio. Necesitamos también los vinos en cantidad, porque hay gente que va a querer tomar vino todos los días. Habrá un poquito de gente que pueda, pero vos querés también un vino que te sirva para los asados, para tus amigos. Y en ese sentido los vinos de Catamarca son fantásticos, llegan al público.
-Entonces usted está convencido que está bien este sendero. ¿Se puede hacer desde Argentina vinos de alta calidad?
-Si, claro. Lo estamos haciendo. Alguien trajo a la Argentina el Malbec. El Malbec es una uva francesa y no es que los mejores vinos de la Argentina sean los Malbec. Pero sin duda los mejores del mundo se hacen en la Argentina. Y el Malbec tiene eso. Es un vino divertido de tomar, un vino que no podés tomar con un asado, lo podés tomar con unas pastas. En la Argentina puede generar sabores diferentes.
-Pero usted en Catamarca a su nueva bodega no le puso “Malbec de los Andes”. ¿Por que la nombró “Cabernet de los Andes”?
-Se llama Cabernet de los Andes. Pero no tiene nada que ver con lo varietal. Vine en una época de injerto con un montón de estacas de Cabernet y Merlot y algo de Malbec que traía de Mendoza, y fui a buscar viñas y bodegueros en Catamarca. Entonces dije ahora hay que empezar a hacer vino fino. Vinieron muchos con esas ideas, con la uva cereza que no hay con que darle. Ahí surgió el nombre Cabernet de los Andes, porque ya había encontrado el lugar. Se hizo un Cabernet. Dios me llevó de la mano. Aunque el segundo vino más vendido que hacemos nosotros es el Cabernet. Por cada botella de Cabernet vendemos cinco de Malbec.
-Al pasar mencionó el problema cambiario en la Argentina. ¿Qué país necesitan los productores locales de vinos?
-Eso no es solo en la vitivinicultura, sino en cualquier industria o agricultura que vos tengas. Necesitás condiciones favorables. Creo que cuando vos terminás desviando mucho un el tipo de cambio en lo que estás haciendo es tergiversando tu precio. Si yo exporto un vino con un tipo de cambio que es la mitad de lo que vale libremente, finalmente estoy vendiendo mi vino a mitad de precio. Lo que necesitamos en Argentina es tener un mercado de exportación creciente, fulgurante.
El creador del Malbec fue el Etnólogo Raúl De La Mota que trabajo en.la Bodega Arizu precisamente, quien conocí en esa Bodega. Raul De La Mota fue elegido el mejor Etnólogo del Siglo XX. Falleció en el 2009.
Esto el Sr Arizu lo debe saber. Nose porque no lo dice en la nota. Es parte de la Historia de la Bodega Arizu.
El Sr Arizu produce el mejor SYRAH DEL MUNDO… amo infinitamente ese vino. Conoci su bodega y a él… es todo un personaje. Unico. Un poco loco pero unico. Mis saludos