El ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Adolfo Sturzenegger, se equivocó de fecha y publicó una broma del “día del inocente” en la noche de 30 de diciembre en lugar de hacerlo el 28. Otra posibilidad –teniendo en cuenta que el comentario se subió a las redes sociales a las 21.32 horas de ayer– es que haya comenzado a brindar con un día de anticipación.
El economista aseguró que los argentinos que vacacionan en el exterior son “los héroes de la producción” porque, al demandar una gran cantidad de divisas, permiten que el tipo de cambio no se aprecie por demás.
“La demanda de divisas de nuestros veraneantes es lo que le sostiene la competitividad al agro, a la industria y la exportación de servicios. Por eso cada argentino que veranea en Brasil o en otro país, ayuda a sostener la capacidad exportadora del país”, aseguró Sturzenegger.
En un país normal, el comentario sería conceptualmente correcto. En la Argentina, con un gobierno que –al igual que los anteriores– insiste en intervenir el tipo de cambio para ubicarlo en un valor artificialmente bajo, representa una burla rayana al insulto.
Si el ministro de Desregulación está buscando “héroes antiapreciadores” del tipo de cambio, entonces tiene las manos libres para permitir que las empresas puedan acceder al Mercado Único y Libre de Cambios (MULC) sin restricciones; hoy ese derecho sólo puede ser ejercido por las personas humanas que tienen capacidad de ahorro.
También debería autorizar el giro de utilidades al exterior sin ninguna restricción, así como habilitar la posibilidad –tal como ocurría durante la década del ’90 del siglo pasado– de que las empresas agrícolas puedan cobrar las ventas de granos en moneda estadounidense.
Vale recordar que a partir de 2002, luego de una crisis gestada por interferir sobre el tipo de cambio –parece que no aprendimos nada–, se estableció la obligatoriedad de liquidar todas las exportaciones en el MULC, de manera tal que los dólares generados por el agro pasaron a ser monopolizados por el Banco Central (BCRA), quien, a cambio, transfiere pesos con precio “recortado”.
Tal como ocurrió en otras oportunidades, el actual gobierno se enamoró la herramienta cambiaria empleada para contener el descalabro inflacionario heredado de las irresponsables administraciones anteriores. Para cortar con una adicción terrible, se encerró al paciente en una granja de recuperación, pero, una vez “limpio” de sustancias tóxicas, se lo mantiene en el predio por temor a una recaída. Sin embargo, para saber si está curado no queda otra que liberarlo. Mantenerlo preso es equivalente a suprimirlo en vida.
El tipo de cambio es un sistema de incentivos y, como tal, cuando se aplican políticas intervencionistas para intentar gestionarlo, se distorsiona para provocar que sectores naturalmente competitivos como el vitivinícola, encargado de elaborar la bebida nacional, tengan que enfrentar una crisis terminal cuando deberían estar exportando grandes volúmenes y recibiendo decenas de miles de turistas del exterior. Tenemos vinos excelentes, bodegas con gran infraestructura y paisajes increíbles totalmente desaprovechados.
Si dentro de una década el país recibe inversiones ciclópeas y se transforma en un gran exportador, además de consolidarse como un polo turístico y proveedor de servicios, entonces naturalmente tenderá a contar con un tipo de cambio apreciado. Por el momento, se trata de una nación vaciada de divisas que tiene un gobierno intervencionista que se autocalifica, extrañamente, como “libertario”.
Veranear en el exterior está muy bien, pero hacerlo con un dólar a “precios cuidados” resulta una desgracia, especialmente cuando la economía argentina sigue experimentando una restricción bestial de divisas que, por el momento, pudo ser auxiliada por una ayuda extraordinaria de Washington y de las compañías agroindustriales, que este año adelantaron 7000 millones de dólares luego de que funcionarios del gobierno las llamaran de manera desesperada un domingo para pedir que en dos o tres días realizaran el aporte solicitado porque se habían quedado sin recursos para seguir interviniendo el tipo de cambio. Así se gestó el “régimen de suspensión temporaria de derechos de exportación”.
También es una desgracia que el ministro de Desregulación tenga que inventar excusas inverosímiles para justificar las fallas del programa económico en lugar de ocuparse de desregular el tipo de cambio para que las fuerzas productivas se liberen (¡libertad, sí!).







