La Orden religiosa católica de la Merced fue fundada en el año 1218 para la redención de los cristianos cautivos en España, en manos de los musulmanes.
Pedro Nolasco era un joven mercader de telas de Barcelona que comenzó a vender todo lo que tenía para comprar cautivos cristianos en manos de los musulmanes. Y cuando se le acabaron sus bienes, llegó a ofrecer, a modo de truque, su propia persona. Por eso los religiosos de su Orden sostienen que deben llegar a ofrecer su vida, pero no ya por aquellos cautivos del siglo trece, sino que ahora por las personas que están cautivas a causa de nuevas formas de opresión que degradan a la persona humana.
Se expandieron por el mundo y llegaron a América. En la provincia de Tucumán realizan una gran obra social a través de comedores, guarderías, promoción sanitaria, granjas comunitarias y centros de promoción cultural con talleres de folklore y de teatro.
Sergio Fierro (el primero en la foto) es un tucumano de 50 años, nacido en Tafí Viejo, la capital nacional del limón, y cuando se recibió de técnico en Comunicación Social y locutor no imaginó que la vida en el campo y el trabajo rural le iban a ganar el corazón. Un día, como laico, conoció la Orden de la “Merced” -que significa realización de una buena acción sin esperar nada a cambio- y comenzó a comprometerse cada vez más con sus obras sociales.
Sergio se casó con Adriana Inés Córdoba Martín y tuvieron una hija, Maité. Hace apenas un año los religiosos de la Orden les ofrecieron irse a vivir a su Estancia Yucat, en la provincia de Córdoba, cuyo casco se encuentra a 14 kilómetros de Tío Pujio y a 26 kilómetros de Villa María. A solo 100 metros pasa el Río Tercero “Ctalamochita”, nombre que le daban los habitantes originarios. Se llega por Ruta 9 o por Autopista.
Yucat es el nombre de los aborígenes que habitaban esa región, los cuales construían sus viviendas en pozos que no se veían al pasar por ahí. La estancia estuvo a cargo del sacerdote fray Carlos Diez durante 18 años y ahora les propusieron a ellos hacerse cargo de la organización junto a un grupo de laicos. Pues allí fueron.
Originalmente la estancia poseía 200.000 hectáreas y hoy sólo cuenta con 20.000. Se divide en Banda Norte, donde hay dos capillas, una de ellas, de las más antiguas de Córdoba, que data de 1640, y Banda Sur, donde hay una iglesia. La Orden administra 5000 hectáreas y alquila unas 15 mil a 60 colonos en parcelas de no más de 400 hectáreas, que no posean otras tierras.
El motivo consiste en no generar latifundios sino trabajo para la mayor parte de la población, logrando arraigo y que no desaparezcan las escuelas. Algunos colonos ya pertenecen a la tercera generación que les alquila. Cuenta Sergio que durante la pandemia fueron muy flexibles con los alquileres, esperándolos y hasta condonándoles deudas.
En sus 5000 hectáreas, Sergio explica que crían ganado bovino, porcino y caprino, con tambo de vacas y de cabras. También realizan agricultura. “Trillamos maíz para grano y el resto se pica para silo como reserva de alimentos para un año completo. Alimentamos las vacas a campo o con rollo de alfalfa o verdeo. Compramos expeller de soja y dentro de los tambos, les damos balanceado. Pero en gran parte, producimos nuestro propio alimento”.
“Tenemos muy buena genética en las vacas de cría y en el tambo, gracias al veterinario Juan José ‘Canco’ Reales. Las Holando, con alto contenido graso, ideal para los quesos. En las de rodeo para carne tenemos Hereford, Aberdeen Angus y Braford”, agrega.
“Este año no vamos a sembrar mucho debido a la escasez de lluvias. Al maíz de segunda, como le faltó agua, no lo trillamos todo. Estaríamos complicados si dependiéramos de la agricultura, pero traccionamos con el complemento de la ganadería y de la leche. Tenemos nuestra propia carnicería y también proveeduría. No vertemos los desechos al río, tenemos estercoleras y regamos con abono orgánico”, explica Sergio.
Estancia Yucat emplea a 40 familias, de las cuales trabajan, el padre, la madre y los hijos mayores. Todos están en blanco, aclara con orgullo Sergio. Y prosigue: “Seleccionamos para trabajar a personas que alguna vez han pasado por una situación de vulnerabilidad. Todos reciben la leche gratis que producimos, no tienen que ir a comprarla al pueblo. Y les dejamos al costo la carne de nuestra carnicería a un 50% respecto del precio al público”.
“Los productos de la proveeduría a nuestra gente se los vendemos al precio mayorista que los conseguimos. La estancia cedió una parte de tierra donde funciona una escuela primaria, adonde va nuestra hija. Disponemos de una combi para llevar a los chicos a la escuela, gratis. Los buscamos casa por casa, y a los de secundaria, los llevamos hasta San Antonio, a 10 kilómetros”, añade.
“Además desde Estancia Yucat proponemos a los productores unirnos para hacer compras comunes de insumos y demás –continúa este laico comprometido-. De ese modo, logramos buenos precios, porque no es lo mismo comprar 1000 kilos de urea que 5000. Trabajamos en forma articulada con tres empresas lácteas. Promovemos la cooperación y le llevamos nuestra leche a pequeñas cooperativas, elaboradoras de quesos, que se comercializan con un sello de nuestra estancia. Porque ellas, generan más mano de obra”.
“Dentro de las 5000 hectáreas tenemos un parche de más de 300 hectáreas de bosque nativo, con carpinchos, nutrias, variedades de aves acuáticas, el urutaú o cacuy, liebres, zorros y demás. Ejercemos turismo rural con habitaciones para 30 personas en el casco, y para 15 personas en la otra ‘Banda’. Tenemos un pequeño museo con piezas que pertenecieron a los Yucat, y llevamos a las visitas a conocer las tres iglesias y el tambo”.
“También recibimos visitas de escuelas, de ‘boy scouts’ y de personas del SENAF. Tenemos una casa de artesanos, donde convocamos a una profesora que da talleres de tejidos, cerámica, pintura, dulces caseros, conservas y mucho más. Les proveemos de materia prima en el arranque. Todo esto hace que nuestra gente se recree, se encuentre, dialogue y se organice”, acota.
“Yo me encargo de la administración general, el agrónomo Sebastián Frutos, de la ganadería, Carina Ambrogio del área contable, y mi esposa del área de turismo”, explica Sergio, feliz de participar de un proyecto social, cultural y religioso tan integral que le llena la vida.
Y culmina: “Estamos trabajando para inaugurar a mediados de agosto el primer tambo de leche de burras, que será un modelo de producción para el país. Porque hay niños que sufren de APLV (Alergia a la Proteína de la Leche de Vaca), que en realidad es alergia a la leche de los rumiantes. Y como los burros no son rumiantes, sino monogástricos, no producen esta proteína. Quienes la padecen, hoy deben pagar unos 10.000 pesos por un pote que les alcanza para sólo dos días. Vamos a producir leche fluida para comercializarla a un precio mucho más accesible”, promete.
Sergio Fierro nos dedicó una zamba carpera, “De Simoca”, de José Ignacio “el Chango” Rodríguez, por el tucumano Poly Argañaraz.