En menos de seis meses la Unión Europea comenzará a instrumentar una normativa “anti-deforestación” que representa una injerencia directa en la soberanía de las naciones.
A partir del 1 de enero de 2025 no podrán ingresar al territorio de la UE-27 productos agroindustriales provenientes de zonas que hayan sido deforestadas luego del 31 de diciembre de 2020. Los bienes comprendidos en la medida son aceite de palma, carne vacuna, soja, café, cacao, madera, carbón vegetal y caucho, así como productos derivados de los mismos.
En el caso de la Argentina, por ejemplo, la “Ley de Bosques” (Nº 26.331) determina que existen zonas que, con la validación de las autoridades ambientales de cada jurisdicción, pueden ser transformadas para producir bienes agropecuarios.
Pero la nueva norma de la Unión Europea se pasa por el “traste” esa legislación al considerarla propia de un país inferior e instrumenta un marco legal que, además de limitar la posibilidad de expansión de la superficie agropecuaria, humilla a las naciones al interferir en su potestad autónoma.
El diseño de la norma es tan perverso que, aún considerando un escenario de consenso común en el Mercosur para negarse a cumplir con la legislación, la UE-27 podría prescindir del bloque sudamericano para abastecerse exclusivamente de harina de soja estadounidense y de carne vacuna de ese origen, australiana y canadiense, entre otros proveedores.
No había manera de enfrentar la embestida europea sin sufrir consecuencias comerciales perniciosas, como la posibilidad de comenzar a ser categorizado como proveedor de harina de soja de “segunda calidad”, algo que los países asiáticos no habrían tardado en aprovechar en beneficio propio.
Afortunadamente la cadena agroindustrial argentina, rápida de reflejos, instrumentó un sistema de trazabilidad integral (Visec) que ahora está siendo replicado y estudiado en diferentes naciones agroexporadoras para poder cumplir con la exigencia europea.
La cuestión es que, tal como sucede en ámbitos escolares, los casos de hostigamiento (bullying) no suelen resolverse con diálogo –una metodología protocolizada, pero por lo general poco efectiva–, sino con la posibilidad de hacerle saber al agresor que por cada golpe recibido debe estar dispuesto a recibir otro.
En términos de política comercial, eso se denomina “política espejo”. Si el Mercosur no hace frente al “bullying” europeo, va a mostrar la pasividad necesaria para seguir recibiendo golpes hasta quedar, algún día, sin capacidad de respuesta y experimentar un daño mayúsculo.
Una alternativa, por ejemplo, sería aplicar una legislación anti-colonialista para imponer aranceles elevados a los productos y servicios provenientes de naciones que cuenten con colonias o territorios de ultramar en los países o zonas lindantes del Mercosur.
Ya avanzado el siglo XXI, no puede ser considerado razonable mantener situaciones propias del siglo XIX y eso –tal como sucede con la norma “anti-deforestación”– puede ser transformado en una normativa comercial aleccionadora.
Para poder comerciar con las naciones del Mercosur sin abonar aranceles anti-colonialismo, los países que tengan colonias en Sudamérica deberían restituirlas a sus propietarios, mientras que los territorios de ultramar tendrían que ser independizados para permitir que los habitantes de los mismos se gobiernen en función de sus propios criterios y necesidades.
Así, por ejemplo, mientras Francia siga poseyendo la Guayana francesa, territorio localizado a más de 7000 kilómetros del país colonialista, tendría que abonar aranceles diferenciales hasta cumplir con la exigencia establecida por la norma del Mercosur.
Para poder instrumentar algo así, obviamente, se necesitaría un acuerdo común en el ámbito de las cuatro naciones que integran el Mercosur y gobernantes que entiendan que fomentar disputas políticas internas constituye una acción funcional a intereses foráneos.
La normativa “anti-deforestación” es solamente la primera avanzada europea contra Sudamérica y probablemente sea la más “suave”. Quedarse de brazos cruzados, sin responder al primer golpe, es la mejor manera de seguir recibiendo puñetazos en la cara. Y cada vez con más saña.
Las Bestias de campo, esas de dos patas que también se denominan garcas terratenientes, si no se les pone regulación externa, porque la interna es muuuuuy laxa, son capaces de dejar inexistentes todos los bosques nativos que aún quedan en pie cpn el ÚNICO objetivo de maximizar sus ganancias.
No hay actividad más destructiva y degradante del medioambiente y los ecosistemas que la agrícola ganadera.
Así que, bestias de campo, déjense de joder, acaten resoluciones y empiecen a pensar en formas de producción menos, mucho menos agresivas con el medioambiente antes de mandar a escribir artículos tan pedorros como el que estoy comentando.