Si Usted pregunta en nuestra Patagonia austral por Rolando Lobos se va a dar cuenta de que todos los habitantes lo nombran con mucho respeto y admiración. Con 57 años de edad ha llegado a ser un honorable cantor, guitarrista, compositor de folklore y comunicador social. Porque nunca soñó con otra cosa que expresar y compartir la profunda y sabia cultura que lo vio nacer y que aún lo acompaña y le brota por los poros. Anda por la vida con total humildad difundiendo también a otros artistas con los que comparte ese mismo criterio: no caen en la canción trillada o la letra fácil con tal de ganar adeptos o mucha plata.
Rolando nos hace sentir vergüenza de que, si no fuera por él o por esos otros artistas de su talla, no tendríamos ni idea de la existencia de tantas y tantos poetas, compositores e intérpretes de su región. Esos que injustamente casi nunca aparecen televisados en las fiestas populares. Por el contrario, nos televisan, de Ushuaia a La Quiaca, una y otra vez a esos pocos cantores que en algunas oportunidades se han ido alejando del folklore y que con sus repertorios no representan siquiera a la ciudad de donde provienen.
Rolando es nacido en Cipolletti, Río Negro, y vive en la casa que sus padres compraron cuando él tenía 12 años. Es hijo único de padres chilenos que se conocieron en Cipolletti y su madre lo tuvo cuando ella ya tenía 40 años. Comparte el techo con dos de sus seis hijos, todos ya mayores de edad.
En esa casa, ubicada cerca del centro de la ciudad, aún conserva el limonero, el naranjo y el pomelo que plantó su madre. Y cuando llega la primavera, vuelve a sembrar verduras en su quinta, sintiendo que continúa con el carácter rural que ellos le imprimieron en su alma, con su ejemplo, desde que nació. “Hasta mis 12 años me crié en una chacra donde mi padre era encargado. Él me enseñó todas las tareas del campo. Mi madre trabajaba de embaladora en un galpón de empaque de frutas, y de lunes a viernes vivía en la ciudad, en casa de su madre. Recuerdo que con mi padre los miércoles íbamos en sulky a llevarle comida, y ella se venía a la chacra los fines de semana”.
“En esa época se ganaba muy bien en las empaquetadoras, la producción frutícola era muy prolífica en esa época. Cipolletti se había llenado de bicicletas y cuando todos los trabajadores salían al mediodía, copaban las calles y los autos no podían pasar. En cambio con los años, fueron quebrando los pequeños y medianos productores, y la actividad se concentró en unos pocos, que ahora son muy grandes, y ya no se ve esa cantidad de gente trabajando”, relata Rolando con nostalgia.
Y continúa este patagónico de alma: “Recuerdo que mi padre trabajaba con tracción a sangre hasta que llegó el tractor. En la chacra donde trabajaba sólo cultivaban manzanas. Él era muy ingenioso y un día confeccionó una elaboradora de chicha de manzana. Juntábamos las manzanas que quedaban en el suelo y él metía en bolsas de arpillera, las prensaba y así les sacaba el jugo. Lo guardaba en damajuanas de 10 litros, dejándolo fermentar”.
“Con él aprendí a limpiar las acequias antes de que llegara la primavera, a podar y a cosechar. La pera se cosecha entre enero y febrero, y la manzana, entre marzo y abril. Era lindo ver a los peones ‘golondrina’ cuando llegaban a ofrecerse y él los contrataba para las podas y las cosechas. Después nos volvíamos a quedar solos. En otoño e invierno ayudaba a mi padre a carnear los chanchos viejos y a hacer longanizas y jamón. Teníamos un petizo para tirar de la chata de carga. En la chacra había gallinas, patos, pavos, gansos. Me encantaba andar a caballo y le corría carreras a un vecinito”.
“Hice la primaria en la escuela rural –continúa Rolando- y en 1977 fui a casa de mi abuela, con mi madre, en Cipolletti, para terminar allá el séptimo grado. Mis padres compraron un terreno en la ciudad e hicieron dos piezas, de lo que hoy es mi casa. Mi viejo siguió en la chacra hasta que renunció. Él fue un hombre muy sano y nunca fue al médico, pero falleció con 57 años. Mi madre vivió hasta los 84 y se curaba con yuyos. Como mi madre se crió en el campo, cerca de Cunco, en Chile, le gustaba mucho escuchar folklore”.
“Cuando yo cumplí seis años me compraron una guitarra, pero no la sabía tocar. Con el tiempo me enteré de que ella sabía tocar y me enseñó. Y a mis doce años me mandó con una profesora, la señora León. Mi madre sabía once formas de afinar la guitarra, y en el norte neuquino conocen hasta 40 formas diferentes. Aprendí valses, zambas, chacareras, los acordes, teoría y solfeo, pero a mí me gustaba tocar de oído y cantar, al punto que hoy no leo música”.
“Comencé interpretando folklore tradicional de todo el país, hasta que un día me di cuenta de que debía expresar la cultura de mi región patagónica. Entonces en 1994 me fui al Centro de Escritores de Cipolletti a pedir letras de autores locales con temática regional. Ahí conocí a Carmen Remolins, maestra rural hoy ya jubilada, que fue una de las primeras que musicalicé y por eso está en mis primeros trabajos discográficos. En 1996 edité mi primer casete, a partir del cual reconozco el nacimiento de mi carrera profesional. Siempre he sido solista y me aquerencié en las milongas, huellas, triunfos, zambas, retumbos y chorrilleras de mi región. Hoy sigo cantando folklore tradicional, pero cuando me presento en un festival, elijo cantar el repertorio de mi Alto Valle rionegrino”.
“Hoy me encanta musicalizar a las y los poetas que describen el paisaje de las chacras donde me crié y además mi intención es expresar el paisaje actual donde vivo –explica este músico y cantor comprometido con el lenguaje verbal y sonoro que aflora en él y en los paisanos de su tierra-. Por eso le he puesto música a autores como Luis Gabis, de Plottier, Jorge Castañeda, de Valcheta, al sur de Río Negro, Juan Morales, de Cipolletti, Etherline Mikëska, de Vista Alegre, Omar Juncos, pampeano, radicado en Cipolletti, Julián Asconapé, Viviana “Rayito” Simionatto, Raúl Ferragut, Cristina Charro, de Cinco Saltos. Con ella y con Carmen me identifiqué mucho. También con Néstor Méndez y con Clemente Porrino, de General Fernández Oro”.
“En 1998 edité mi segundo disco. Puedo citar algunas canciones: ‘Zambita rionegrina’, ‘Al pie de la cordillera’, ‘A los sureños’, ‘La Valchetera’, ‘Del Colorado para abajo’, ‘Malambo rionegrino’, ‘Ausencia pueblerina’, ‘Me voy para Río Negro’, ‘Otoño en Cipolletti’, ‘No, mi amigo’ y ‘Nombrador de los antiguos’”.
“En el 2000 edité durante algunos años, solo, ‘a pulmón’, una revista gráfica de folklore sin saber manejar una computadora: ‘Revista Gaucha’. En ella volcaba recetas, canciones con acordes, mitos, leyendas, cultura sureña. La vendía a un precio accesible. Soy autodidacta, leo mucho de historia de la Patagonia y me gustaría volver a editarla”, dice Rolando.
En 2001 participó de un certamen de la canción inédita, en Comodoro Rivadavia, donde ganó el primer premio, y a partir de ahí, los artistas patagónicos lo “empezaron a tener en cuenta”, señala Rolando y sigue: “Edité un disco en ‘Homenaje a Ceferino Namuncurá’ y ya cuento con ocho discos. En 1990 empecé a hacer radio con mi programa ‘Rincón patagónico’, con el que llevo 32 años y se replica en diez radios patagónicas. Nunca usé la radio para difundir mi obra, que lo hagan otros como yo difundo la de los que me gustan”.
“Ya no me preocupa presentarme en los grandes festivales, porque me desilusionó mucho cierto maltrato por parte de ciertos funcionarios culturales. Siempre organicé recitales. El más grande que hice fue ‘El Patagonazo Musical’ junto a otros músicos. El reciente 7 de mayo organicé mi primer evento después de la pandemia, en el teatro La Caja Mágica, para 140 personas. Adelanté temas del disco que pretendo presentar en 2023 y traje de invitados a Nicolás Quiroga y a Miguel Possenti. Quedé conforme porque salí hecho, porque hoy es muy difícil ganar plata con estas producciones”.
Rolando Lobos sueña con seguir difundiendo su cultura a través de su canto, de sus eventos, de la radio, y por qué no, pronto, reeditando su revista, aunque seguramente de modo digital. Eligió dedicarnos un valse de Luis Gabis musicalizado por él, que le recuerda a su padre chacarero: ‘Rosauro, un peón nomás.