La gramilla esta húmeda. Hace una hora ha amanecido. El cielo esta enamoradamente rojizo. Llevo huevos y esencia de vainilla. Deshago la manteca con las yemas de los dedos, agrego azúcar, continúo… La esencia perfuma este granulado y minutos más tarde el chocolate estará fundiéndose lentamente, como esos besos que acarician la espalda después de un largo día intenso, con el apenas roce de los labios. El aroma de la cocina perfuma mi vida y me sonrío. Con un poco de harina y unos golpeteos formo un bollo de masa que estiro sobre una tartera recubierta con un disco de papel manteca, y al horno.
Mi abuela tiene alzheimer. Algún día no podrá pegar la vuelta, pero mientras tanto, que es ahora, el hoy que la sostiene y aun permanece aquí.
El chocolate caliente trae veranos adolescentes a tomar el sol que ya calienta los cristales. Trozo un puñado de nueces, escuchando los sonidos del Epu peñi, escuchándome caminando por el pasto con un cuenco de dulce de leche, trayéndolo entre mis manos. Un cuenco en donde mi abuela se pudiese recostar hasta quedarse finalmente dormida, a pesar de que no tuviera idea de que yo soy una de sus nietas.
Recuerdo nítidamente esta primera noche con mi abuela perdida por primera vez; recuerdo que ella me comentaba acerca de su familia y me dijo que tenía nietas. Aun así, sin saber quién era yo, sin saber quizá quién era ella, finalmente se quedo dormida en su cama con mucha paz. Creo que hay algo en el inconsciente que la puso a salvo de sus temores, trayéndole la tranquilidad para dormirse.
Hay noches que son mas cóncavas que otras, mas mullidas, mas hundidas, más largas, noches en las que el tiempo ha invertido los roles. Esta noche soy yo la que, apoyada en el marco de la puerta de su cuarto, la observo dormida.
Mezclo las nueces con el dulce y estiro hacia los bordes, como uno estiraría todos los momentos alegres que ha compartido con una persona para atesorarlos por el resto de la vida, o como se estiraría mi memoria para rescatarle algún recuerdo no contado antes de que lo olvide todo.
En mi familia las mujeres tenemos carácter fuerte, no somos de permanecer calladas y somos sinceras hasta el hueso en ocasiones. Pero hoy mi abuela esáa como el dulce tibio.
Pico chocolate semiamargo y lo deshago en crema hirviente, con movimientos en ocho. Antes de incorporar el chocolate, la crema debe estar fuera del fuego… El brillo se va apoderando de la mezcla hasta quedar completamente negra brillante; disfruto de este instante relajada, solamente integrando el chocolate con la crema caliente, y me alegro de los obsequios del destino, de las pequeñas florcitas que la huella me ha puesto en el camino. Esta es una de ellas, unos minutos en esta cocina que huele a infancia, a adolescencia tendida al sol, a hijos correteando, a un cariño que por sorpresa regresó…
Derramo la ganache de chocolate tal cual como se derrama la vida cuando te desconectas de este mundo y flotas en el sin tener conciencia de vos ni de los demás.
Qué delicioso el aroma de este havannet cuando el corazón estaba necesitando una receta para el alma. (Jorja).
Jorja, te olvidaste de poner las cantidades!! Nos las pasas?
El error fue nuestro, perdón.
Ingredientes
300 grs harina leudante
200 grs manteca
100 grs azucar
dulce de leche
ganache de chocolate o el chocolate que viene en sobres para derretir en agua caliente