Con su andar tan particular y aire cauteloso, el aguará guazú es un cánido, el “zorro grande” de los montes y esteros del litoral. “Es un animal solitario, elegante y enigmático, que camina entre lo visible y lo invisible, es el símbolo de la naturaleza que resiste y de la memoria ancestral guaraní. Así entendemos el arte, como un territorio que se despliega con la misma libertad del aguará, entre lo salvaje y lo sutil, lo íntimo y lo colectivo. El Aguará es encuentro, creación y mirada”.
Todo esto es la respuesta a la pregunta de por qué una galería de arte se llama El Aguará. Pero claro, no es una galería cualquiera: es una galería rural y que se ubica en un campo de Cañada Rosquín, Santa Fe. Más precisamente en un campo de cría, donde también se siembran pasturas y se produce de sorgo y avena.
“En los mitos folclóricos el aguará aparece como un ser astuto y místico, protector de los montes, un caminante solitario que no pertenece del todo ni al zorro, ni al lobo, es único y, al igual que nuestra galería, se mueve entre territorios diversos, lo local y lo global, lo tradicional y lo contemporáneo, lo visible y lo sugerido. El animal busca con paciencia, escucha el entorno y se abre paso sin estridencias. Nosotros buscamos que cada obra tenga ese mismo andar, un tiempo propio, una presencia viva. El Aguará es más que un nombre: es un espejo del arte que habitamos”.
Quien habla es Matilde Crosetti, artista y fundadora de esta galería nacida durante la pandemia del Covid. Formada en Estados Unidos, considera que haber estudiado en ese país le brindó tres elementos clave: una visión descentralizada sobre el arte, objetividad al momento de mirar y una revalorización de la identidad cultural y nacional. Y un dato importante: Matilde también es abogada y trabajó como escribana y, luego de “todo eso”, decidió dedicarse a la búsqueda de un espacio más libre y pacífico. Quizás, también, un espacio más propio.
-¿Una galería de arte y encima contemporáneo en el campo?
-Sí. Queríamos crear un espacio de encuentro, reflexión y desarrollo para el arte. Empezamos con un contenedor, una estructura desde la cual comenzamos a trabajar en forma local creando puentes. Así, desde un entorno inesperado surge un espacio de creación que brota en plena ruralidad, donde lo natural y lo contemporáneo pueden convivir, creando un vínculo entre el arte y el paisaje, entre la memoria local y las voces universales.
-El Aguará se define como una “constelación de artistas”. ¿Qué significa eso en la práctica?
-Se trata de un tejido de artistas independientes que mantienen una singularidad, pero que juntos generan una narrativa en común. También implica movimiento y perspectiva: una constelación se ve diferente según desde donde se mire, lo que conecta con la idea de que el arte contemporáneo se interpreta y resignifica constantemente.
-En el campo se habla de responsabilidad ambiental ligada a la producción de alimentos. ¿Cómo se vincula este concepto con el arte?
-El arte, como la producción responsable, busca repensar nuestra relación con la naturaleza, cuestionar lo dado y abrir posibilidades más conscientes y sostenibles. El Aguará, donde el arte y la producción rural conviven, es una invitación a detenerse y repensar las relaciones con el entorno y la comunidad.
-Usted trabaja desde la observación directa de la naturaleza. ¿Cuál fue la primera imagen en la ruralidad santafesina que la atravesó como artista?
-Muchísimas imágenes me interpelan y atraviesan, desde aquellas donde la brutalidad animal y natural exceden la capacidad de asombro hasta aquellas que nos recuerdan la presencia divina: observar cómo cambia el cielo en un atardecer o con una tormenta. Todo eso nos hace sentir que estamos inmersos en algo mucho más vasto, inteligente y amoroso que nosotros mismos.
-¿Cómo reaccionan los vecinos, los productores, la gente de la zona frente a estas propuestas artísticas? ¿Se entienden cuando no son figurativas?
-Estamos agradecidos con el entorno porque nuestras propuestas han sido muy bienvenidas, aunque lo representativo suele tener mayor aceptación entre el público en general. Solemos invitarlos a contemplar obras de arte abstracto y experimentarlo, acercando diversos puntos de vista.
-Sus obras y talleres parten de lo autóctono y de la herencia cultural. ¿Qué elementos del campo santafesino aparecen con más fuerza?
-Si bien mi trabajo tiene algunos rasgos figurativos, en una mezcla de lenguajes acaba por formar una imagen que a veces presenta y a veces esconde personajes danzantes, animales, narrativas de doma y cría, caballos, toros, liebres y ciervos inspirados en los paisajes de la llanura pampeana.
-Usted se pregunta si el arte puede despertarnos. ¿A qué tipo de despertar se refiere? ¿Estético, ambiental, social, espiritual?
-Mi pregunta sin respuesta invita a reflexionar sobre el camino que recorremos. Se refiere a un despertar espiritual, a si tenemos conciencia sobre nosotros mismos, nuestro cuerpo, lo que hacemos o decimos, si somos conscientes de lo que sucede en nuestra mente. Si existe tal despertar espiritual también incluirá lo social y lo ambiental, la cooperación y cuidado hacia los demás y hacia todo aquello que nos rodea. Ravi Shankar dice que el ser humano no es solo cuerpo y mente, sino conciencia infinita. Despertar es experimentar y reconocer esa dimensión.