Por su filiación con el cannabis, el cáñamo se ha llevado siempre las de perder. Como ambas plantas pertenecen a la misma especie vegetal, durante mucho tiempo se las metió en la misma bolsa y se prohibió también el desarrollo de esta última. Pero, a pesar de que pertenecen a la misma familia, las muchas diferencias que tienen demuestran que son hijas de distinto padre.
No tiene que ver únicamente con el efecto que producen, que en el cáñamo es nulo, sino, además, con toda una arquitectura de la planta que la hace útil para la construcción, la industria textil y la alimentación humana y animal, entre muchas otras aplicaciones.
Para que eso suceda, a partir de las leyes que regulan el cannabis de uso medicinal y también el cáñamo industrial, hay un trabajo silencioso y constante de muchos investigadores. Entre ellos, se destaca la labor de la red de evaluación de cultivares del INTA Castelar, que son quienes establecen cuáles son las variedades ideales de acuerdo a la zona y el fin que se le quiere dar.
Es un trabajo que llevan a cabo a pesar de los ajustes en el organismo regulador, y de las muchas trabas que aún atraviesa el cáñamo, incluso desde lo más básico, que es la falta de semillas. “Vamos lento pero a paso firme”, ilustra la coordinadora de esa red de ensayos, Carla Arizio.
En realidad, el quid de la “cancelación” que durante años atravesó el cáñamo está en el efecto psicoactivo que tiene el cannabis. Eso es producido por un compuesto llamado tetrahidrocannabinol (THC), que, en el caso del cáñamo, explicó Arizio, es menor al 1% y por ende no genera respuestas en el sistema nervioso.
Lo curioso es que esa inutilidad en términos medicinales o recreativos se compensa con una gran potencialidad de sus subproductos, que son el grano y el tallo.
El primero, puede consumirse directamente, puede prensarse para obtener aceite de mesa o puede utilizarse como forraje. Del segundo se obtienen fibras textiles -para hacer sogas o prendas de ropa- y cañamizas, que demuestran ser muy resistentes para la construcción mediante placas o ladrillos. “Parece que tiene mil usos”, dice la investigadora, y está en lo cierto.
Si el cáñamo es una gran promesa a nivel país se debe, sobre todo, al rol de profesionales como Carla y otros tantos que desde universidades, organismos y desde el sector privado se han interesado por impulsarlo. Aún cuando las condiciones no estaban dadas y aún cuando la legislación puso trabas.
La clave de contar con una red de ensayos, al igual que sucede con otros cultivos, es que permite estudiar cuál es la genética que mejor va a funcionar en cada lugar y también en función del uso que le quiera dar. “Si tenemos alguna industria textil cercana, quizás nos convenga trabajar con las variedades que fueron mejoradas para ese uso”, ejemplificó Arizio.
Mirá la entrevista completa:
Lanzada el año pasado a nivel nacional, ya han hecho investigaciones en unas 10 provincias y están próximos a empezar la tercera campaña, signada por el difícil momento que atraviesa el organismo, amenazado por los planes de ajuste y la falta de recursos. No solo el INTA sufre un vaciamiento peligroso sino también la propia Ariccame (el ente regulador del cáñamo).
“Estamos empezando a organizarnos para ver de dónde vamos a sacar la genética y el financiamiento en un momento un poco crítico para nosotros”, señaló la investigadora, que aún así rescata que los trabajadores “siguen adelante” pensando en generar conocimiento a futuro.
Ese es el “trabajo sucio” que tal vez la sociedad valore con ímpetu algún día, porque es la investigación pública -y a contracorriente- pensada para aportar a la manera en que se produce a diario, con alternativas más sustentables y menos costosas.