En 2004 el entonces presidente de China, Hu Jintao, visitó la Argentina con el propósito de comenzar a negociar una integración comercial entre ambas naciones. Pero al mandatario argentino, Néstor Kirchner, no le interesó la propuesta, al punto tal que, luego de invitar a la comitiva china a visitar El Calafate, prefirió asistir al Congreso Internacional de la Lengua Española en Rosario que dirigirse al sur del país para acompañar a las máximas autoridades de la que, en pocos años más, sería una de las principales potencias globales.
Los chinos no tomaron de todo bien ese desaire del presidente argentino, quien, claramente, no supo advertir la oportunidad histórica perdida. Pero luego viajaron a Chile, donde se reunieron con el entonces presidente de Chile, Ricardo Lagos, para comenzar a trabajar en el diseño de un Tratado de Libre Comercio (TLC) que finalmente sería implementado en octubre de 2006.
En la actualidad, China es el primer socio comercial de Chile. En los primeros siete meses de este año las exportaciones chilenas destinadas a la nación asiática sumaron 19.839 millones de dólares con importaciones por 12.813 millones, es decir, la relación le generó un saldo comercial favorable a los chilenos superior a 7000 millones de dólares.
¿Cómo lo hacen? Chile tiene arancel cero para frutas, hortalizas, pescados, mariscos, vinos y muchos otros productos destinados a China y, a cambio, permite ingresar sin restricciones maquinaria, vehículos, componentes electrónicos y artículos digitales, entre otros bienes, para facilitar a los consumidores el acceso a los mismos. La integración comercial es además promotora de inversiones, ya sea de empresas que quieren exportar como importar bienes y servicios entre ambos países.
Argentina, en cambio, en los primeros siete meses de este año apenas pudo exportar a China por 3353 millones de dólares, pero importó por 6916 millones, con lo cual generó un balance comercial negativo por más de 3500 millones de dólares. Es decir: los chinos son una “aspiradora” de divisas para la Argentina y las divisas, no hace falta recordarlo, es un bien por demás escaso en el país.
Es un hecho insólito y fatídico que China, una nación que no se autoabastece de alimentos y que es una de la mayores importadoras de productos agroindustriales del mundo, tenga superávit comercial con una nación agroindustrial. Y si algo así sucede no es porque China quiere que eso sea así a propósito, sino porque la Argentina tiene una economía basada en la sustitución de importaciones, en la cual se le quitan recursos a los más competentes para dárselos a los incompetentes que dicen fabricar bienes cuando en realidad administran unidades de ensamblado de piezas o insumos importadas, que elaboran cosas caras cuando podrían estar mucho más baratas en el marco de un régimen de integración comercial con economías complementarias.
Ahora el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, quiere iniciar el mismo camino que Chile. Y no se trata de una ocurrencia personal, porque lo mismo quisieron hacer los ex presidentes José Mujica y Tabaré Vázquez, pero no se animaron finalmente a avanzar para no colisionar con la Argentina.
El esquema normativo del Mercosur impide a las naciones que integran el bloque –Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay– negociar por su cuenta Tratados de Libre Comercio con otros países o bloques. La decisión, informada por Uruguay, de negociar un TLC con China por su cuenta, rompe de facto esa regla. Y el principal perjudicado de esa decisión, si los orientales tienen éxito, será la Argentina, porque el país más pequeño del Mercosur será un imán de grandes inversiones, tal como sucede actualmente en las once zonas francas presentes en Uruguay, pero ahora en todo el territorio nacional.
Mientras la oferta de servicios y bienes se vaya reduciendo en el mercado argentino en línea con la evolución del poder adquisitivo de la población, en una Uruguay plenamente integrada con China sucederá seguramente el proceso inverso. Y los argentinos, apenas cruzando el “charco”, podrán comprar, por ejemplo, un buen par de zapatillas a precios razonables sin tener que tomar un crédito a cancelar en 36 cuotas para poder pagar el precio estratosférico establecido en el “coto de caza” personal de los “empresaurios” nacionales. O al menos ver lo que salen realmente las cosas.
Con Chile, la cordillera ayuda a que el contraste entre una economía abierta con una cerrada no sea tan impactante. Pero en el caso uruguayo, donde la proximidad entre ambos territorios es inmediata, el reflejo de la antítesis va a resultar probablemente tan desagradable como desconcertante. Y si China es solamente el primer paso de una serie de TLCs con las principales naciones y regiones del mundo –tal como propone el presidente Lacalle Pou–, entonces la disparidad entre ambas naciones será inocultable.
El mundo cambió: Uruguay inició el proceso para establecer un Tratado de Libre Comercio con China
Al sorete que escribió la nota no le interesa más que seamos esclavos de China, al viejo estilo Gran Bretaña. La puta que te reparió, boludazo.