La Conabia (Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria) es el sector dependiente de la Secretaría de Agroindustria que está encargado de evaluar y autorizar qué especies genéticamente modificadas pueden salir al mercado. En las más de dos décadas de historia de los transgénicos en el país, ya lleva medio centenar de eventos “liberados”. En los últimos tiempos, sin embargo, debe lidiar con algo totalmente novedoso: los desarrollos mediante la edición génica. Ya han evaluado satisfactoriamente 17 de esas investigaciones.
“De los 17 casos presentados todos fueron aprobados (por la Conabia). Pero como pueden mandar el proyecto antes de empezar a trabajarlo, todavía ninguno está en el mercado. Pero pronto tendremos un producto editado geneticamente”, aseguró Agustina Whelan, una licenciada en biotecnología que se ocupa justamente de estas evaluaciones desde el sector público.
Históricamente en la Conabia se encargaron de regular los transgénicos, desde la soja RR allá por 1996 en adelante. Segundo país del mundo en adoptar ese tipo de cultivos, la Argentina también fue pionera en el desarrollo de las regulaciones para la aprobación de los organismos genéticamente modificados (OGM).
“Somos líderes y reconocidos por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) como centro de referencia en bioseguridad de OGM. Y esto hizo que otros países adopten nuestros sistemas regulatorios, como Chile, Colombia, Brasil e Israel. Todos copiaron la normativa argentina”, informó orgullosa Whelan a Bichos de Campo.
De todos modos, la Conabia se enfrenta ahora a otro escenario: debe definir si los eventos surgidos de la edición génica deben seguir el mismo sendero para la aprobación de los OGM o tomar por un camino distinto. De eso hablamos con Whelan.
Aquí la entrevista completa con la licenciada en biotecnología:
Desde 2013, los científicos argentinos y los del resto del mundo se han visto frente a una nueva técnica de modificación genética que los deslumbra, la edición génica. Se trata de poder ‘tocar’ genes específicos que tengan una decodificación conocida, y por eso se dice que la técnica es dirigida.
Los genes de los seres vivos están compuestos por determinadas porciones de nucleotidos dentro del ADN, y cada una de estas -gen- brinda el ‘molde’ para la formación de proteínas, las que expresan características, como pueden ser un determinado color de pelo. Pero también pueden ser las responsables de algún detalle indeseado por los consumidores, como puede ser que la papa se ponga marrón una vez cortada, por citar una investigación actual del INTA. Otro caso cierto: que la leche no exprese los compuestos alergénicos que le hacen mal a cierta gente.
Lo que se hace con la edición génica es ‘silenciar’ aquellas porciones que decodifican en lo que se quiere evitar, y que son previamente identificadas por otra técnica. Cabe decir que no es que todas las características de un ser vivo están explicadas por un gen, existen determinadas en las que intervienen varios genes para que se expresen. Por eso la enorme cantidad de genes en un ADN: el genoma humano es de 3200 millones de pares de bases de ADN que contienen unos 25 mil genes; la papa tiene 39 mil genes y la soja 46 mil.
Ver: Santiago Del Solar sobre la edición génica: “La clave es que requiere menos regulaciones”
Como aquí no estamos hablando de transgénicos, como es la soja RR (Roundup Ready) o el maíz Bt (Bacillus thuringiensis), en los que se incorporó un gen de otra especie para manifestar una caracterísitica deseada, la idea oficial es que para lanzar alguno de estos productos logrados por edición génica al mercado las regulaciones no deben ser tan estrictas.
Para desarrollar nuevas variedades a través de la edición génica se han abaratado mucho los costos de investigación y desarrollo respecto de un transgénico convencional. Es por eso que en la Conabia ingresaron tan rápidamente esas 17 innovaciones que buscan la aprobación oficial para seguir con su desarrollo. La mayoría son de organismos públicos como el INTA o de Pymes.
A diferencia de los OGM, hay desarrollos nacionales y de pequeños grupos de investigadores. Esto, a juicio de quienes manejan la Conabia, habla de la democracia de la técnica. Antes solo incursionaban en el mundo de la biotecnología las grandes multinacionales y sus intereses.
Ver: Sergio Feingold, del INTA: “La edición génica no es como hacer cerveza artesanal”
“Ahora el abanico de cultivos se amplió considerablemente. Antes con la transgénesis la mayoría de los pedidos eran para soja, maíz y algodón. Ahora se abre para todas las economías regionales, y hasta con microorganismos se puede investigar”, comentó Whelan.
Según la explicación de esta funcionaria, la edición génica requiere menores regulaciones por el hecho de que los que se promueven son cambios que se podrían generar naturalmente, y finalmente se trata de una mutación dentro de la misma especia. Los organismos sufren a lo largo de los años cambios por el ambiente y eso va influyendo en la evolución de las especies. Los científicos, conociendo esto, ya probaban con mutaciones con radiación o con químicos. Pero era una tómbola, una coctelera en la que podía variar cualquier gen. Hasta que se daba con el indicado y sin perjudicar a otro deseado, la técnica demandaba mucho tiempo y dedicación.
Ahora lo disruptivo de la edición génica es el tiempo que se ahorra, y se supone que casi sin margen de error.
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