Mario Nardone estuvo en la cocina de la siembra directa en la Argentina. Desde INTA Marcos Juárez y sobre finales de la década de los 70, empezó a investigar la forma de poder cultivar los principales granos del país sin realizar aquellas sucesivas pasadas de arados, rastras, rolos y todos los equipos que se usaban para preparar la ‘cama de siembra’, en donde no quedaba ningún rastro de cobertura vegetal. Los rastrojos se enterraban o quemaban por aquel entonces. La premisa comenzó a ser evitar o mitigar la erosión hídrica que se generaba con las lluvias primaverales sobre suelo desnudo, que estaba destruyendo el horizonte fértil.
En diálogo con Bichos de Campo, Nardone recuerda que de entrada hubo buen interés de parte de algunos productores del sur de Santa Fe y Córdoba que veían la necesidad de producir de otra forma. “Para el año ’77 hicimos una primera jornada de labranza cero y fueron 300 personas, una locura para aquel momento”, exclamó Nardone.
Mirá la entrevista completa con este pionero de la siembra directa:
“La técnica no fue ningún invento en sí, la tomamos de afuera, donde nos fuimos a capacitar varios. Y cuando volvimos empezamos a buscar la mejor cobertura para la producción local. Tuvimos que empezar a superar problemas técnicos, como la maquinaria”, contó este investigador.
“Ahí tuvimos la virtud de haber abierto la experimental del INTA a todas las fábricas de maquinaria. Tuvimos largas charlas, hasta nocturnas, con los fabricantes. Y tuvimos éxito porque los fierreros nuestros son muy buenos en captar nuevas ideas”, destacó.
El tema era lograr que las sembradoras puedan penetrar bien en la tierra sin lastimarla. “Nos poníamos todos arriba de la máquina para que pueda enterrarse”, se ríe Nardone. “Hasta hubo una empresa que había probado poner un tanque de agua arriba para ejercer presión, porque además usaba el agua para el herbicida, pero a medida que avanzaba y el agua se consumía la presión era distinta”, contó.
La masificación del cultivo a soja trajo además la necesidad de sembrar de otra forma. “La soja se siembra de octubre a noviembre, con las grandes lluvias primaverales. En aquel momento se quemaba el rastrojo y se llegaban a pasar de seis a siete máquinas sobre el lote. Con las lluvias se iba atrasando la fecha de siembra y sabemos como eso repercute en rindes”, describió.
“Para fines de los años ochenta ya manejábamos bien la técnica y estábamos tan convencidos del sistema que decidimos crear una asociación para darle más fuerza, y ahí nace Aapresid en 1989”, explicó.
Treinta años después, Nardone se sigue conmoviendo. “Fuimos el padre biológico de la criatura y ahora vemos todos los adeptos y la cantidad de personas que asisten al congreso. Estoy muy contento por la continuidad que tiene esto y el intercambio de información que fluye”, finalizó.