Desde hace algunos años, las entidades que agrupan a cuatro cadenas de cultivos, suelen hacer su brindis de fin de año y hacen allí un balance de la situación de la soja, el maíz, el trigo y el girasol. Uno podría pensar que en esta ocasión, con una sequía que ya malogró muchas de las perspectivas de tener una buena cosecha de esos granos, habría lamentos al por mayor. Los hubo, pero no apuntaron hacia la situación climática ni a La Niña que tanto estragos hace. Apuntaron una vez más hacia un gobierno nacional que “parece estar mirando otra película”.
En el recinto de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, con la ausencia de representantes de la Secretaría de Agricultura y otras áreas de gobierno, y con la presencia de unos pocos políticos de la oposición (como Carolina Losada y Ricardo López Murphy), el mensaje de las cuatro cadenas no hizo ni siquiera mención a las contingencias climáticas que ya malograron una tercera parte de la cosecha proyectada de trigo y están retrasando peligrosamente la siembra de maíz y de soja. La procesión, a pesar de la amenaza de quebrantos generalizados en 2023, va por otro lado.
“Hace unos días, el mundo alcanzó los 8.000 millones de personas, el doble que hace solo 50 años. Esto supone un inmenso desafío para la seguridad alimentaria, la agricultura y el ambiente, ejes de las actuales preocupaciones estratégicas internacionales. Dicho brutalmente: es imperioso alimentar a todos sin arruinar el planeta. La Argentina parece estar viendo otra película. Sigue presa de la inestabilidad macroeconómica, sin poder controlar una inflación de las más altas del mundo, con una insostenible brecha cambiaria, gastando más de lo que ingresa, sin dólares para insumos ni bienes de capital importados, con impuestos distorsivos, sin una estrategia de inserción mundial y con muy pocos acuerdos de libre comercio”.
Así, a boca de jarro, comenzó el discurso leído por Pedro Vigneau, el presidente de Maizar, que como siempre estaba consensuado con Luis Zubizarreta (Acsoja), Miguel Cané (Argentrigo) y Enrique Moro (Asagir). Cada una en su cultivo, estas cuatro entidades emulan la organización agrícola de países como Estados Unidos, donde es común la organización por cadena productiva para tratar los planteos del sector agrícola. En su seno, cada una de ellas alberga desde productores, a proveedores de insumos, a exportadores, a industriales.
Aunque los asuntos gremiales suelen quedar para otras organizaciones, como las de la Mesa de Enlace o las del Consejo Agroindustrial Argentino, estas cuatro entidades sacaron chapa de su importancia para la economía argentina: “Nuestras cuatro cadenas juntas generan la mitad de las exportaciones del país en valor: casi 40.000 millones de dólares el año pasado, esos dólares que la Argentina tanto necesita. También hacen posible la producción de carnes, lácteos y huevos, que alimentan a nuestra población y generan otros 5.000 millones de dólares por exportaciones. Con los estímulos correctos, esto es fácilmente multiplicable”, aseguraron.
Pero lo que querían denunciar, una vez más, es que por culpa de la obstinación anti-agropecuaria del gobierno, o simplemente por sus urgencias de caja, era que justamente no se brindan las condiciones para ese despegue.
“En lugar de incentivos, enfrentamos obstáculos que se suman a los de la macro: somos el único país de América que aplica impuestos a la exportación; tenemos una Ley de Semillas de hace medio siglo que dificulta el mejoramiento tradicional y el biotecnológico; falta previsibilidad para el desarrollo de los biocombustibles; abundan regulaciones anárquicas sobre fitosanitarios; tenemos recientes problemas con la importación de semillas para los programas de mejoramiento; carecemos de seguros agropecuarios, una red de contención tan necesaria en un año con pérdidas incalculables por la sequía”, enumeró Vigneau.
Hubo incluso un palazo especial para el esquema del dólar soja recargado, que “además de generar bruscas distorsiones no deseadas, vuelve a mostrar que, en cada emergencia del país, el salvavidas es la agroindustria”.
Un par de párrafos más esperanzadores, sin mencionar ni la sequía, ni las heladas, ni las altas temperaturas que asolan los cultivos, sino machacando con esta sensación de impotencia. Y así, hasta llegar al párrafo final, donde Vigneau se permitió hasta improvisar para deplorar la persistencia de una grieta política que aleja las posibilidades de consenso.
“Es imperioso cambiar el modelo de desarrollo económico, salir del ‘vivir con lo nuestro’ para insertarnos en el mundo. Podemos ofrecer cada vez más bioproductos sustentables, provenientes de todos los rincones de nuestro territorio. Tenemos las condiciones para jugar el partido y queremos hacerlo”, dijo al final, en sintonía futbolera como todo en estos días.
Lástima grande que una vez más los árbitros no habían concurrido a la cita.