Pablo Solo Díaz es un artista múltiple: pintor, escritor, actor, payador… Y maestro. Y todo su trabajo está atravesado por la ruralidad. Vive en Las Flores, Buenos Aires, y su obra se ve en Mapa Espacio de Arte o en su muro personal.
-¿Se considera un hombre de campo?
-A esta altura no sé qué se entiende por “un hombre de campo”. Nací en la ciudad, crecí entreverado con la campaña y su cultura. Hace cuarenta años que vivo y trabajo en el partido de Las Flores, provincia de Buenos Aires. Que aquellos que observen mi obra saquen sus propias conclusiones.
–¿También es maestro rural?
-Sí. Con mi título de Maestro Nacional de Dibujo trabajo en cinco escuelas desparramadas en un radio de cincuenta kilómetros, rurales todas. También me gusta mucho dar talleres, los he dado en distintos eventos, en ferias del libro, o en escuelas o bibliotecas. Ahora voy a trabajar más tiempo en mi obra: escribir, dibujar y pintar. Y payar, claro.
–¿Dónde suele payar?
-Los payadores somos medio como los juglares de la edad media a quienes todos los escenarios les servían. A mí me pasa algo así. Me gusta decir mis pensamientos en versos improvisados o escritos dónde sea que me escuchen. Trabajé mucho en jineteadas los primeros años, recorriendo el país con mi guitarra y mi relato. Después aparecieron otros ámbitos y lo mismo actúo en encuentros de payadores en Argentina, Chile y Uruguay que en bibliotecas, museos, escuelas, sociedades de fomento, municipios o plazas.
–¿Tiene un unipersonal inspirado en Martín Fierro?
-Así es. Hace más de una década que comencé a personificarlo y con ese espectáculo he recorrido media Argentina en moto, desde Tecnópolis hasta el Centro cultural Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires y desde la Feria del Libro en CABA hasta escuelas de montaña de Amaicha del Valle, a dónde tuve que llegar con los títeres a cuestas por huellitas donde se va en mula.
-¿Y esta cuarentena cómo lo trata?
-En febrero, antes de que empezara todo esto, recorrí la Patagonia chilena, la zona del Aysen, improvisando con colegas como Saúl Huenchul, en encuentros que juntaron los tres países del cono sur, Chile, Uruguay y Argentina. Ahí realicé varias funciones del “A perro, perro Martín Fierro” y me invitaron para que vuelva. En abril íbamos a ir a Minas, Uruguay pero se canceló por la pandemia.
-¿De qué forma lo inspira el campo?
-Sus temporales inspiran, creo. Sus tensiones. La gesta de su gente. Sus andares. Mi primera muestra fue en 1986, en San Telmo. Venía de tres años de cruzar de a caballo la provincia de Buenos Aires de este a oeste, había llegado a los montes de caldén en la provincia de La Pampa, Quehué, Achá, Utracán, Leuvucó, Potrillo Oscuro. Volví a leer a Mansilla y “vi” los toldos ranqueles y a Mariano Rosas entre los médanos, buscando respuestas. Esa muestra se llamó “Los desaparecidos de la Campaña al Desierto”, título tomado de una reflexión de David Viñas en “Indios, ejército y frontera”.
-O sea que no tiene una mirada bucólica…
-Para nada. Me interesa de lo rural sus tensiones; creo que el campo esconde y tapa una historia compleja, interesantísima, densa, fuerte. Un espacio donde mujeres y hombres de distintas culturas intentaron hacerse un lugar, crecer, formar sus hijos, hacer su historia. El devenir de la propiedad de la tierra, los arrendatarios que poblaron y sembraron y después fueron desplazados, tal es así que los mapas de catastro ni los registran. El ocaso y la desaparición del ferrocarril. Los pueblos pequeños. Hay mucha vida silenciada ahí. No es un paisaje sólo lo que motiva. Es un paisaje observado en la pasión de su gente.
-¿Qué le provocó el boom de la soja?
-Sorpresa primero, horror después. Recuerdo que cuando apareció la siembra directa, en los 90, un vecino, chacarero de toda la vida, probó de aporcar un pedacito del maíz transgénico que habían sembrado. Estaba seguro de que aporcando iba a tener mejor rinde pero terminó resultando que eso que parecía que iba a dar de comer al mundo… en realidad nos está matando. Mató la vida rural, que hoy agoniza. Quién sabe ahora qué sucederá cuando esta pandemia y sus cuarentenas terminen. Tal vez tomemos conciencia. El agua, el aire y la tierra nos pertenecen, son patrimonio de la humanidad. No pueden envenenarse así nomás… porque da dinero. Y sin embargo lo estamos haciendo. El despoblamiento rural no es algo solo nuestro, empezó en el mundo después de la Segunda Guerra y aquí también se dio y se da. La posibilidad de revertirlo, se me ocurre, es saludable y necesaria. Con una tierra que no esté envenenada por agrotóxicos.
-¿Qué se puede hacer para evitar el desarraigo?
-Desde mi ignorancia, desde ser sólo una persona sensible y un maestro que trabaja hace treinta años en la zona, creo que lo principal es que haya trabajo. Pero no trabajo precario: estabilidad y posibilidades de progresar. Hace falta conectividad, luz eléctrica, escuelas rurales. Se están quemando las naves en muchas zonas. Se va rumbo al “desierto” del que hablaban en el siglo XIX. Se quitan tranqueras, molinos, puestos, mangas, corrales. Montes y casas también. Se entierra todo. Parece un chiste pero es así. Un chiste macabro. ¿Entonces? Así no se volverá a poblar, al contrario. Quedamos atados a un modelo que, con perdón, nos está matando. Literalmente.
-¿Siente que hay una grieta entre la persona de campo y el urbanita?
-Tenemos un país extenso y con naciones previas a lo que hoy llamamos “Argentina”, como la Guaraní, la Quechua, la Diaguita, la Tehuelche y otras… A eso se sumó la variedad de costumbres que trajeron los “gringos” que vinieron de toda Europa más los que llegaron -por la fuerza- de África a poner el lomo y que dejaron su sangre en las vanguardias de todos los ejércitos. Esa suma de “argentinidades”, por decirlo de alguna manera, somos hoy. Por eso es muy difícil, creo, hablar de un país. Somos un gran rompecabezas donde cada pieza llena un espacio imprescindible, entonces puede ser que haya, entre otras muchas grietas que también hay, una grieta de desconocimiento entre lo urbano y lo rural. Sin embargo como dice Jorge Drexler hablando de la música: ‘las cosas solo son puras si uno las mira de lejos’. Mirando de cerca todo está entreverado. Todo se mezcla de alguna manera. Y entonces terminamos siendo un pueblo mestizo en muchísimos sentidos.