Pablo Colomar es un experto en agronomía. Nos recibe a los Bichos de Campo para charlar de la coyuntura, pero apenas ponemos a grabar la entrevista, se vuelve un productor más: preocupado por los márgenes, obsesionado con la agronomía y con el ojo puesto en el termómetro del campo, ese que no falla ni miente.
Y tiene sentido. La campaña pasada fue un apocalipsis. La chicharrita pegó fuerte, muy fuerte. “El golpe fue inesperado, y el área de maíz se cayó como piano desde un décimo piso”, admite Colomar, gerente comercial de Nidera.
Pero a la vez, los ciclos del agro son sabios y la revancha siempre llega. “Creemos que el maíz va a recuperar todo el terreno perdido. Ojalá incluso algo más”, pronostica. La razón no es solo el optimismo innato del productor argentino, sino que la soja, esa amiga de siempre, quizá pierda terreno en la próxima siembra. “Muchos se arrepienten de haber bajado tanto el maíz. El golpe de calor fue cruel con la soja”, dice. En cambio, el maíz, bancó. Y eso vale, sobre todo en el norte.
Después del caos de 2023, las semilleras tomaron nota. “Nos encuentra mejor preparados. Estamos caracterizando híbridos con mejor tolerancia a Spiroplasma”, explica Colomar, que sabe que no hay milagros, pero sí ciencia aplicada: genética, tratamientos de semillas, monitoreo fino y muchas pruebas en zonas calientes como el norte argentino.
¿La clave? Subir de escalón a la tolerancia al Spiroplasma dentro de los criterios de selección. Antes era un dato menor. Ahora, si no lo tenés, ni competís. Nidera, por ejemplo, ya está jugando esa carta: aceleró el desarrollo de un híbrido con sangre tropical, que aguanta mejor los embates de la chicharrita.
“Hoy no hay híbridos inmunes, pero sí mucho más resistentes. El impacto de una nueva oleada sería menor. Ya sabemos cómo defendernos”, asegura el técnico.
Desarrollar un híbrido no es para ansiosos. “Puede llevar entre siete y diez años”, cuenta Pablo. En ese lapso hay que sembrar en decenas de localidades, medir rendimiento, comportamiento agronómico, tolerancia a plagas nuevas como la chicharrita, y rezar para que el clima no te arruine los ensayos.
Y todo ese esfuerzo, claro, cuesta plata. De ahí que la discusión por la propiedad intelectual y el cobro de regalías no sea un capricho empresarial, sino una cuestión de supervivencia.
“Necesitamos capturar valor para seguir investigando. Sin eso, las empresas se retiran de los cultivos y el productor se queda sin respuesta”, explica, sin vueltas, sobre la importancia de Sembrá Evolución, un programa que agrupa a los semilleros para recuperar inversión.
Mientras la Ley de Semillas sigue empantanada en la política local (como tantas otras cosas), el sistema Sembrá Evolución aparece como un “paraguas”, una solución criolla que permite cobrar por el desarrollo de genética en cultivos autógamos como soja y trigo.
Nidera ya lo adoptó y lo impulsa. “No es lo ideal, pero es lo que hay. Nos permite seguir invirtiendo”, dice Colomar. Y aclara algo que muchos productores no quieren oír: “Pagar regalías no es un impuesto. Es una inversión que se paga sola con la ganancia genética. Te puede salvar un cultivo”.
Mirá la entrevista completa con Pablo Colomar:
En medio de todo este lío, hay algo que cambió para bien. “Hace dos años venías a la Expoagro y los productores te preguntaban solo por tasas, cuánto valía la financiación. Hoy te preguntan por densidad, por manejo fino. Volvimos a hablar de agronomía”, dice Pablo con una mezcla de alivio y esperanza.
Y ahí está el núcleo del asunto: con márgenes apretadísimos, el productor argentino ya no puede darse el lujo de especular. “Ahora el agro es 100% productivo. Hay que meterle cabeza. Ya no se gana con la planilla de Excel, se gana con el lote bien manejado”, sentencia.
¿Optimismo? “Sí, yo soy productor también. Y creo que estamos en un momento de previsibilidad. No sobra nada, pero si hacés bien las cosas, podés ganar. Para mí, eso ya es mucho”, finaliza Colomar.