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Oscar Scarpati Schmid es el fundador de la doma india, basada en la cultura ranquel. Tiene ahora 72 años de edad y 57 como domador.
Oscar nació en la capital de San Luis, su bisabuela era ranquel y desde chico sus padres lo llevaban al campo de su tío, a 70 kilómetros de la ciudad, donde conoció a Don Cristóbal Cuyén -significa “luna” en lengua mapudungún-, quien era hijo del cacique ranquel Painé. Había nacido en Bagual, plena nación ranquel, en 1866 y vivió 102 años.
Siendo muy chico, Oscar conoció a Cristóbal cuando éste tenía más de 70 de edad, y lo adoptó como su abuelo. Fue su gran maestro de la vida durante 25 años y quien le regaló sus primeros caballos, dos alazanes. Con él aprendió a alambrar, a bolear un chulengo, a carnear un cordero, a hacer charqui y hervir la jarilla, echándole sal al agua para usarla como anti-inflamatorio para los caballos.
Hasta los 12 años Oscar padecía de autismo, no hablaba, se orinaba y sus compañeritos se reían de él. Sólo se relacionaba con su madre, que le inculcaba tener la autoestima bien alta, y con Don Cristóbal. Su mamá notó que cuando Oscar se acercaba a un caballo, dejaba de llorar. Con solo 8 años se iba al rancho de Don Cristóbal para escuchar su sabiduría, junto a un fogón, hasta quedarse dormido. Don Luna lo tapaba con su poncho.
Cristóbal le enseñó toda la cultura de los ranqueles: que para ellos los caballos son semidioses y cualquier forma de violencia contra estos animales está prohibida; que aprendieron a imitar su comportamiento y esto les facilitó su comunicación con ellos, a entender sus temores y a ganarse su confianza. No imaginaba Oscar que este legado luego sería su medio de vida y que recorrería el mundo, transmitiéndolo.
Amansar los caballos sin violencia ni coerción, sino con respeto, paciencia y una profunda comprensión de su temperamento. Su “abuelo” le decía: “No lo brutie al caballo”, y “si usted no le muestra su alma, él no le mostrará la suya”.
Hoy Oscar es un experto en psicología hípica. Para domar al equino se convierte en uno de ellos, moviéndose y jugando como ellos, incluyendo las mordidas. Llega a abrazarlos cuando el caballo descubre que su domador no lo lastimará, porque no es un predador como un puma, por ejemplo.
Su amado alazán “El Capricho” le abrió las puertas al mundo. Con y por él, recorrió media Argentina y llegó a cruzar la cordillera por la ruta sanmatiniana. Lo acompañó durante 25 años.
Oscar pudo contagiar su pasión equina a su familia. Tres de sus cinco hijos siguieron sus pasos. Virginia es su compañera y madre de los dos últimos, “es maestra y la columna vertebral de la familia”, dice. Viven con su hijo menor en el campo Los alazanes de Cortaderas, en la costa de las sierras Comechingones. “Luciana, la mayor, sólo es domadora de su marido y vive en la ciudad”, dice Oscar, risueño. “Cristóbal es el ´alma pater´ de la familia”, agrega, aludiendo al liderazgo familiar de su hijo.
En el campo familiar , en la costa de la sierra central, tienen entre 40 y 60 caballos libres, y realizan los cursos de doma. Es un campo de 205 hectáreas en un paisaje serrano, con pumas y cóndores, a 16 kilómetros de Merlo.
Federico, domaba como los dioses, pero le tiró más la ciudad y dejó la vida campera. Painé es un destacado jinete, que ahora está domando caballos de polo en Trenque Lauquen. Últimamente fue a competir a La Segunda Prueba de Doma de Bien Montados y salió campeón. Pincén León, que vive con ellos, de 16, “muy habilidoso con los caballos (le gustan más que la escuela) tiene la astucia de un zorro y Painé lo quiere llevar para “piloto” de caballos, que es quien termina de formar al caballo de polo, para lo cual hace falta tener gran empatía con el animal, suavidad en las manos y mucha técnica”, cuenta Oscar, con orgullo.
Cristóbal hijo estudió 6 años de Derecho en Buenos Aires pero no terminó la carrera. Sin embargo, reconoce que gracias a sus estudios, pudo contribuir mucho en consolidar la empresa y la marca que resultó ser Doma india Scarpati.
Florencia Mores, siendo experta en equitación y jinete profesional de salto, hizo el curso de doma india y decidió quedarse un año trabajando con Cristóbal. Se enamoraron, se casaron y tienen 4 hijos. Hoy, es una avezada amansadora y aporta muchísimo en los cursos.
Realizan un curso por mes para unas 18 personas. Dura unos 4 días, con estadía incluida y pensión completa. En verano suelen hacer uno de hasta 7 días. En los cursos utilizan tres potros chúcaros que les prestan de campos vecinos y tres mansos, con los que practican quienes hacen los cursos.
El 10 de diciembre de 2020 Oscar presentó su libro autobiográfico, “Mi alma de caballo”, escrito durante 18 años. Fue confeccionado de modo artesanal y casero por toda la familia. En el prólogo incluyó un poema en verso que escribió durante tres años, en el que un potrillo –que sería Oscar mismo- le canta a un domador.
“En el libro es mi animal interior el que habla. No pretendí hablar de mí, sino proponer a cualquiera, que persevere en su vocación. Yo no soy literato, pero me tomé la libertad de escribir este libro”, aclara Oscar.
Su hijo Cristóbal cuenta que cada vez hacen más cursos para gente no especializada, que no monta, y en muchos casos no pretende montar, porque el caballo produce en el público un efecto balsámico y sanador. Ellos se consideran mediadores entre el caballo y la gente. “Los griegos propugnaban el ´conócete a ti mismo´, y eso es lo que intentamos en nuestros cursos. Cada vez hacemos más cursos para amansar el alma de las personas, donde el caballo te doma a vos”, concluye.
“Me siento un padre feliz, realizado. Los caballos me han dado todo lo que soy y lo que tengo. Llevo 50 años leyendo sobre antropología, sociología, psicología y neurociencias porque me interesa conocer la naturaleza humana. Hoy dedico algunas horas al trabajo artesanal: reparo las sillas de un club o con las ramas de un algarrobo me hago algo para colgar un apero, me fabrico una matera, horquetas para acopiar leña, reciclo un freno viejo, encabo hachas de adelante para atrás, para que no se aflojen nunca, porque me crié trabajando con el yunque y la fragua, machacando rejas de arado. Mientras tanto, mi cabeza vuela y estoy escribiendo mi segundo libro”, concluye este sabio y curtido encantador de caballos.
Esta caballeresca familia nos quiso dedicar El alazán, de Atahualpa Yupanqui y “Pablo del Cerro”, seudónimo de su pareja Nenette.