Nicolás Carlino, productor citrícola y consejero de Coninagro, estuvo hace unas semanas en Buenos Aires para participar de la presentación del documento “El Campo y la Política III“, elaborado por esa entidad agropecuaria. Cuenta que fue a un supermercado a ver cuánto valían las naranjas que él mismo produce en la zona sureste de Corrrientes y se sintió realmente mal: la misma fruta se la cobraban a la gente casi 20 veces más de lo que él la había cobrado.
“Hoy un productor de mi zona está llegando a sacar en planta de 2 a 2,50 pesos por kilo de naranjas, la variedad Valencia o comúnmente llamada ‘naranja de verano’. Sin lugar a dudas eso no es lo que está pagando el consumidor en Buenos Aires. Cuando presentamos el libro los primeros días de noviembre me fui a comprar a propósito un kilo de naranjas en un supermercado y me la cobraron 48 pesos el kilo. Eso es lo que no entendemos, cómo llegamos a tener esos desfasaje”, se preguntó Carlino en diálogo con Bichos de Campo.
“Son 48 pesos, 48 pesos contra 2,50 pesos que cobra el kilo el productor. Y esa misma fruta en el Mercado Central no se vende a mas de 7 u 8 pesos el kilo”, se sigue sorprendiendo el citricultor, que advierte: “Esto es algo que sistemáticamente venimos marcando en muchas producciones, sobre todo las regionales. Esto atenta mucho contra nosotros, porque el consumidor automáticamente empieza a suplantar este producto por otros”.
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Como muchos otros productores de las economías regionales, los altos costos figuran al tope de las quejas de Carlino. “Venimos de años complicados y no hemos logrado todavía que se tomen medidas de fondo, que son varias las que se necesitan para de alguna manera permitir que seamos competitivos, y a cumplir un poco el proyecto que este gobierno está planteando, que es poder entrar de nuevo en el mundo”.
Para el cooperativista, está muy bien ese objetivo, pero no se podrá concretar en tanto sigamos “sin atender la problemática fundamental que son nuestros costos internos, básicamente la carga impositiva que tenemos a la hora que trabajar, todo lo que son las cargas laborales y el alto costo de los insumos, muchos de ellos dolarizados”.
En la zona citrícola de Corrientes, ubicada sobre el río Paraná, en el límite con Entre Ríos, entre septiembre y diciembre de cada año se realizan labores culturales y la aplicación de fitosanitarios que terminan definiendo la calidad comercial de la fruta. Carlino dice que en aquella zona hay pocas opciones de reconversión, pues “si yo hoy tengo que plantar una hectárea de naranjas, empiezo a recuperar dinero y a equilibrar mis números como mínimo después de 4 o 5 años”.
En los últimos año de crisis, relata el productor, “se ha estabilizado la superficie y lo que vemos con mucha preocupación es que hay mucho abandono de quintas. Nos preocupa mucho la concentración en productores mucho más grandes que tienen otro tipo de espaldas o pueden obtener dinero de otras actividades para poder poner en la citrícola. Eso es lamentable porque unas de las cosas más interesantes de esta economía regional es la gran cantidad de productores que pueden vivir en el campo”.