La tranquera está sin candado, sin embargo hay que abrirla. Me bajo del auto, forcejeo brevemente con la helada cadena hasta que doy con el gancho. Abro la pesada puerta de madera, la trabo para que no se cierre. Vuelvo al auto. Avanzo. Bajo de nuevo. Cierro la tranquera. Llego a la apresurada conclusión de que no es fácil vivir en el campo.
Me recibe una larga entrada silenciosa y bordeada de árboles, como en esas películas donde las cosas recién empiezan y no se sabe qué puede pasar. Para completar la escena aparecen unos perros cuyo ladrido escucho atemperado a través del vidrio de las ventanillas: llovió la noche anterior y además de que hay barro, está fresco.
Antes de llegar hasta la casa en sí vislumbro, entre el verde de los árboles y las plantas, algo rojo que se mueve. A medida que me acerco al saco rojo se le suma una amplia sonrisa y gestos de bienvenida. Es mi entrevistada. “Ya me estoy preparando para el invierno”, me dice señalando los pilones de leña a un costado de la casa. “Entremos, que está listo el desayuno”. Palabras de terciopelo a esa hora de la mañana.
Sobre la negra cocina de hierro descansa un zapallo de magnitudes que nunca había visto antes y cuelgan, inmóviles, cucharas y cucharones de todos los tamaños posibles; un poco más allá se ve una canasta con frutas. En la mesa hay un pan casero de harina integral y semillas con una miga que invita a zambullirse, un queso, y dulces que ella misma ha elaborado, porque como suele ocurrir con muchas mujeres artistas, también saben hacer las cosas de la casa.
“Cuanto tenía poco más de 20 años ya empecé a pintar como autodidacta pero dejé porque con la casa, la familia y el trabajo de maestra era demasiado; retomé recién cuando los hijos ya estaban grandes”, cuenta Mirta Caruso, que vive en un campo de Carhué donde tiene su taller de pintura y que se ha sumado al grupo del Inta/Cambio Rural denominado Triángulo Turístico Rural de Carhué, Rivera y San Miguel Arcángel.
“Mi historia con el turismo rural comienza hacia 1989, después de la inundación de Epecuén”, recuerda. “Yo en ese momento tenía un negocio y muchas veces se acercaban turistas y charlábamos y yo escuchaba lo que decían y necesitaban, entonces se me ocurrió ofrecerles un día de campo para complementar la visita a Epecuén, así que empecé a recorrer los hoteles de Carhué contando mi propuesta”.
Como suele suceder, al principio nadie le prestó atención hasta que un día sí la escucharon y empezó a recibir turistas en la casa donde hoy vive desde hace 15 años: “A mí me parecía que podía funcionar, ya que teníamos la casa de mis suegros deshabitada pero en perfectas condiciones, entonces cuando me dijeron que sí, en seguida armé la merienda y recorrida por el campo tal como yo había imaginado”.
“El tema es que al rato me llaman del hotel para decirme que la gente quería quedarse a comer un cordero… pero yo no tenía corderos ni nadie que lo hiciera. Ante la sorpresiva contrapropuesta primero que quedé en ascuas y más con mi entorno diciendo que dejara todo porque no tenía cómo brindar ese servicio… Pero entonces me acordé de un vecino que tenía animales y sabía asar y bueno, lo fui a ver, nos entendimos y los turistas tuvieron su cordero al asador”, relata entre risas.
Mirta es una mujer de mirada vivaz, inteligente y dulce. Una gran anfitriona y una artista que se dedica a pintar cielos porque encuentra en ellos una gran fascinación y la conmueven profundamente: todos los días, al atardecer, saca fotos del cielo cambiando de color y dice que siempre ve algo nuevo, algo distinto y hermoso. Un tiempo atrás también se dedicó a retratar los lugares emblemáticos de Carhué como una forma de resguardar el patrimonio histórico de la ciudad.
Pero lo que siempre le gustó fue el campo, la naturaleza. Hace ya 15 años que dejó el pueblo para vivir en el campo, donde siente que encontró la verdadera felicidad “a pesar del frío”, un tema para nada menor: “Cuando vine a vivir aquí comprendí por qué mi abuelo dormía con esos gorros con un pompón en la punta”, cuenta y lanza una carcajada a la que me sumo porque la imagen se hizo nítida en nuestras mentes. “Como yo no tenía calefacción en las habitaciones dormía muy cerca del hogar a leña, así que se me han quemado muchas cosas, incluso ropa, pero acá estoy, no pasó nada grave”.
Mirta se sumó al grupo de turismo rural con la propuesta de ofrecer una merienda en el campo, recorrer y hacer un taller de arte donde el visitante pueda llevarse lo que hace con sus propias manos, complementado con la posibilidad de amasar pan y cocinarlo en el horno de barro.
Como es una gran anfitriona, esto de recibir gente, atender y hacer cosas ricas (como estas tostadas crocantes y este dulce de membrillo del desayuno) le sale muy bien. Además, tiene experiencia antigua y reciente ya que apenas antes del inicio de la pandemia hizo una muestra en su predio a la que concurrió mucho público y hasta se proyectaron videos en un trozo de silobolsa como pantalla.
“Me gustan las cosas simples: la naturaleza, los cielos, sacar fotos, el silencio, estar en el taller”, describe. Todo esto es cierto y sin embargo Mirta no se queda solo “en su casa”: el 29 de abril próximo en la Casa de la Cultura de Carhué realizará una muestra de sus cielos pintados con oleos y acrílicos que se llamará “Relaciones Paralelas” y como cierre del evento va a cantar María Castillo de Lima, la primera soprano trans del Teatro Colón (y seguramente en breve ya no hará falta mencionar el género de un artista, como bien ha dicho varias veces la propia cantante).
“También se proyectará un video dirigido por Cristian Parodi donde participamos con mi nieta Catalina y que ganó este año ya ganó dos premios, al mejor corto en el Festival de Estambul 2022 y en el Experimental de Londres, a la vez que quedó seleccionado en el Festival de Cortometraje de Toronto”, describe Mirta con entusiasmo. “Así que estamos preparando todo para la muestra y para recibir en el campo a toda persona que tenga ganas de ver los cielos de Carhué, amasar y comer panes integrales y darle un espacio al arte en sus vidas”.
El corto se puede ver aquí: