Martín Fraguío cree que no hay más tiempo que perder: “Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), al ritmo que viene emitiendo el mundo, para que el clima mundial no se transforme en una cosa complicada, nos quedan aproximadamente 10 años. La humanidad debe hacer algo ya y apoyar a quienes bajen emisiones”.
Fraguío dirige la consultora Carbon Group, que se dedica al desarrollo de estrategias de adaptación y mitigación del cambio climático. Para él, la captura o secuestro de carbono puede dar muchas posibilidades a un país como la Argentina. “Es una oportunidad gigantesca, porque es un país de pequeña población pero con recursos naturales enormes. Tenemos 100 millones de hectáreas de pastizales que podrían transformarse en ámbito de secuestro de carbono”, dimensionó a Bichos de Campo.
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¿Cuánto emite el agro argentino? Desde que Fraguío integraba la Asociación Maíz y Sorgo Argentino (Maizar), consideró que había que revisar los números de emisión de la agricultura, porque entendía que no se podía ofrecer algo al mundo que no estaba bien mensurado. “Nos dimos cuenta que lo que Argentina informaba acerca de emisiones GEI en producción de maíz estaba sobreestimado”, remarcó.
“Argentina estaba mostrando que tenía uno de los maíces más emisores del mundo. Conseguimos financiamiento, armamos un grupo de científicos liderado en aquel momento por Miguel Taboada del INTA, y demostramos que había una sobrestimación de 170%. No era un error estadístico. Estábamos diciendo que emitíamos el triple de lo que emitíamos”, explicó.
Según el director de Carbon Group, es difícil medir la emisión de la agricultura. “La principal emisión de la agricultura es óxido nitroso, que sale de procesos que ocurren en el suelo, en gran medida, involucrados con la fertilización nitrogenada”. Pero resaltó que el 23% de las emisiones globales, y en el caso de la Argentina, poco más del 40%, son emisiones que provienen del sector agropecuario.
En la XXI Conferencia sobre Cambio Climático (COP 21) que se dio en el marco del Acuerdo de París firmado en 2015, se establecieron medidas para reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) y se determinó que su aplicación comenzaría en 2020, una vez finalizada la vigencia del Protocolo de Kioto, que fue adoptado en 1997 con el mismo objetivo.
“En ese acuerdo, del cual fui parte, se presentó a los suelos, ecosistemas del mundo y productores, como la llave para bajar el nivel de CO2 de la atmósfera y las emisiones de óxido nitroso. Esa es la razón por la que creamos esta consultora”, describió Fraguío.
-¿Cómo hacés tangible todo esto a nivel del productor? ¿Primero hay que asumirse como parte del problema?
-Exacto. Porque lo que pasa con las metodologías y con las emisiones de Gases de Efecto Invernadero es que no son necesariamente intuitivas. Hubo casi 20 años de discusión en torno a si la Siembra Directa emitía más o menos. Lo que pasa es que atrás hay un montón de procesos en el suelo y en los residuos que allí quedan, que son muy complejos. Por eso, como primera medida trabajamos con los productores, para tratar de que comprendan que las emisiones de la agricultura son muy importantes en el mundo y que hay que tratar de bajarlas. Esto no quiere decir que se esté haciendo todo mal, sino que hay que hacerlo mejor. Porque el productor sabe que cuando fertiliza, y ese fertilizante se volatiliza en forma de óxido nitroso, está perdiendo plata.
El especialista contó que su consultora trabaja para lanzar muy pronto en la Argentina un programa junto a la empresa Corteva, que sería semejante al que ya anunció Bayer, y que tiene el objetivo de acercar esta problemática a nivel del productor. La idea final es ver cómo estas capturas se transforman en incentivos económicos para la actividad, “porque lo que el mundo necesita es que el productor agropecuario sea un actor económicamente próspero, y no el pobre tipo que está con sus 200 hectáreas tratando de llegar a fin de mes”, explicó Martín.
-¿Cómo te imaginás todo dentro de 20 años en términos de estímulos y castigos?
-Hoy ya se ve un ámbito de beneficio real existente, que creció mucho en el mundo en el marco del Covid-19, que es el financiamiento climático. Son grandes fondos de inversión, bancos y otros instrumentos como obligaciones negociables, que se hacen con un propósito de una mejora ambiental. En la normativa argentina hay tres especies de financiamiento apuntando a esto: los (bonos) Verdes, para cambio climático; los Sociales, para financiamiento de vacunas o construcciones de hospitales, y los Sustentables, que son una combinación de factores que pueden incluir mejoras ambientales. Es impresionante ver cómo está creciendo esto. Hay un movimiento rápido para que, a quienes hagan las cosas bien, se les de dinero, devolviéndolo luego en mejores condiciones.
-Es decir que empieza a existir financiamiento. Pero me parece que se necesitan modelos sistémicos en los países para que ese financiamiento se desparrame a pequeña escala…
-Si, y esa es la clave del programa de la FAO: ver cómo llegar a pequeños y medianos productores, los que tal vez deban participar en forma organizada, cooperativa, y con ayuda del Estado. En Argentina, muchos mecanismos no fueron eficientes, y creemos en esta visión de que hay bienes comunes que tenemos que resguardar, por nuestros hijos.